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miércoles, 15 de abril de 2020

Mo yan


Obligado a callar 

Mo Yan significa “no hables”. En el pueblo natal del premio Nobel chino, que recoge el próximo lunes en Estocolmo, lo recuerdan como un tipo callado, vivaz y fascinado por las historias


El coche se detiene con un pequeño gemido. El aire es frío. El suelo, polvoriento. Apenas ha dejado de rugir el motor, cuando varios vecinos se acercan al vehículo con curiosidad. “Es esa casa de ahí”, dice uno de ellos, mientras señala un muro de adobe. “Esa casa” es la antigua vivienda familiar de Mo Yan —el escritor chino galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2012— en Ping’an, la aldea en la que llegó al mundo el 17 de febrero de 1955 en el entonces llamado condado de Gaomi (provincia de Shandong), 620 kilómetros al sureste de Pekín.

Pocos minutos después, aparece Guan Moxin, uno de los hermanos de Mo Yan —el verdadero nombre del escritor es Guan Moye—, y se dirige con paso lento hacia la puerta, protegida por un tejadillo de dos aguas. La entrada da acceso a un patio rectangular con suelo de tierra de 13 metros de lado. Está vacío. Solo hay unas tinajas, dos piedras cilíndricas de moler el grano, y tierra removida en algunas zonas. “Había rábanos y zanahorias, pero mucha gente vino a visitar la casa cuando se enteraron de que Mo Yan había ganado el Nobel y los arrancaron y se los llevaron (para que les trajeran buena suerte)”, cuenta.

En el lado izquierdo de lo que fue huerto y corral, orientada a mediodía, está la vivienda. Ocupa todo el lateral del patio. Se accede a ella por la cocina, pieza central de las cinco que componen la casa en hilera. En la puerta de madera de doble hoja, hay pegados sendos papeles rojos con cinco caracteres negros cada uno: “Los poemas y los libros alargan la vida. La honestidad y la tolerancia marcan una gran diferencia en una familia”.

“La habitación a la izquierda de la cocina es donde nació Mo Yan y la siguiente es donde guardábamos el grano. La estancia a la derecha es la que pasó a ocupar Mo Yan cuando se casó, y la otra era la de mis tíos. Vivíamos aquí 14 personas”, dice Guan Moxin, de 62 años. En la casa, de suelo de tierra, solo habitan ahora dos sillones desvencijados, una mesa con una silla que mira hacia la ventana, y aperos de labranza. En un mueble, duerme una vieja maleta de cuero.

La vivienda fue construida por el abuelo de Mo Yan en 1911, después de que las inundaciones provocadas por el río Jiao, situado unos 50 metros a su espalda, destruyeran la anterior. Fue aquí, entre estos muros ocres, donde Mo Yan nació y pasó su infancia, una infancia marcada por “la soledad y el hambre” en una aldea rural y pobre, que se convertiría en la musa de su obra. “Mis recuerdos están repletos de soledad y hambre. La década de 1960 fue muy difícil en China. Estaba todo el día en el campo cuidando de las vacas y las ovejas mientras los niños de mi edad estudiaban y jugaban en el colegio. Había veces que no veía a nadie en todo el día”, contó en una entrevista a este periódico en 2008.

Guan Moye eligió el seudónimo de Mo Yan, que significa “no hables”, en recuerdo a los años en los que no podía dirigir la palabra a nadie. Así se lo habían ordenado sus padres —hasta el punto de que su madre le pegaba para que no hablara— porque, durante los tiempos turbulentos de la Revolución Cultural[1] (1966-1976), temían que dijera algo inconveniente y trajera problemas a la familia.

Desde que el pasado 11 de octubre fue anunciado que había ganado el Nobel de Literatura, Mo Yan ha desaparecido de la luz pública. Su teléfono móvil da señal de apagado y el de su casa en Pekín ha dejado de funcionar. Aseguran fuentes cercanas al escritor —un hombre tranquilo y tímido— que se ha visto desbordado por la concesión del galardón —a pesar de que sonaba desde hace años como candidato— y la polémica que ha suscitado. Algunos escritores y disidentes le acusan de ser un autor cercano al Partido Comunista Chino (PCCh), del que es miembro, y de no apoyar a los intelectuales encarcelados por el Gobierno, como el Premio Nobel de la Paz 2010, Liu Xiaobo[2]. “Creo que la gente que me ha criticado no ha leído mis libros. Si lo hubieran hecho, comprenderían que mis escritos de entonces me hicieron correr muchos riesgos y sometieron a presión (…) Hace tiempo que he superado las limitaciones políticas y de clases”, se ha defendido el autor, que es vicepresidente de la Asociación de Escritores de China, organización respaldada por el PCCh. “Mo Yan es Mo Yan. Mo Yan es un representante de los campesinos. No es un funcionario del Gobierno. Es tan solo un novelista, que está mucho más allá del partido”, dice por teléfono desde Jinan (capital de Shandong) He Lihua, de 64 años, profesor en la Universidad de Shandong y amigo de Mo Yan desde hace 25 años.

Guan Moxin, exfuncionario del Gobierno local, habla despacio, pero con profusión de detalles, sobre la vida de su hermano. “Cuando era niño, le encantaba leer. Leyó El sueño del pabellón rojo y los otros tres grandes clásicos chinos (A orillas del agua, Historia de los tres reinos y Viaje al oeste). Pero no solo esto, devoraba todo tipo de lectura. Entonces, muy poca gente tenía libros, y algunos que tenían no los querían prestar, así que Mo Yan trabajaba para ellos —por ejemplo, molía el grano en la piedra—, y se sentían conmovidos y le dejaban los libros”.

En aquellos años, Ping’an —una aldea de unos 600 habitantes (ahora son unos 800)— no tenía luz eléctrica. “Por la noche, leía junto al quinqué que utilizaba mi madre cuando cocinaba. Seguía allí hasta las once de la noche, y mi madre tenía que decirle que parara de leer porque iba a gastar todo el petróleo”.
Mo Yan tuvo que dejar el colegio con 11 o 12 años para pastorear el ganado y trabajar en la siega y los campos de algodón. Pero en cuanto encontraba un momento libre se refugiaba en la lectura. “Cuando estaba en la escuela, sus redacciones eran las mejores. Utilizaba palabras y frases que había aprendido en los libros”, asegura su hermano.

El futuro escritor no solo se alimentó de letras. “También seguía a mi tío abuelo, que era doctor de medicina tradicional, y se aprendía los tratamientos y se los recetaba a mis tías cuando tenían gripe o dolor de cabeza”, dice Guan Moxin, sentado al sol en el patio de la antigua casa familiar.
Pero su gran influencia fueron las historias que le narraba su abuelo. En particular, las que trataban de fantasmas que se convertían en seres humanos y seres humanos que se transformaban en fantasmas. “En el pueblo, no había luces por la noche, y, cuando abrías la ventana, podías ver las hogueras brillando en el campo en la oscuridad. Mis recuerdos de infancia están plagados de espíritus”, aseguraba en 2008 Mo Yan, quien reconoce que su obra se ha visto muy influida por el realismo mágico latinoamericano —en especial, el colombiano Gabriel García Márquez— y por autores como Tolstói y Faulkner.
También ha sido muy importante en su vida el primero de sus hermanos, Guan Moxian, 12 años mayor que él, que se graduó en la universidad antes de la Revolución Cultural y al que siempre pedía opinión sobre sus escritos.

“Entonces no teníamos televisión ni radio. La única diversión se producía durante el Año Nuevo, cuando los vecinos del pueblo representaban óperas chinas. Pero mi abuelo era un gran contador de cuentos”, continúa Guan Moxin. El segundo de los cuatro hermanos Guan —Mo Yan es el más pequeño, mientras que la tercera es una mujer— se hunde en los recuerdos, y explica cómo las penurias de la niñez modelaron el carácter del futuro Nobel. “Nuestra vida fue muy dura entre 1959 y 1966. No había harina suficiente, íbamos al campo a buscar hierbas silvestres, comíamos cortezas de árboles y raíces. Esto le proporcionó mucho material de escritura”. Entre 15 y 45 millones de personas murieron en China durante la gran hambruna que provocó la combinación del Gran Salto Adelante (1958-1961) —el fallido movimiento de industrialización rural lanzado por Mao Zedong— y las sequías e inundaciones ocurridas esos años.

A los 18 años, Mo Yan entró a trabajar en una fábrica, y tres años después se alistó en el Ejército Popular de Liberación “para poder comer todos los días”. Como había un límite de edad, sus padres cambiaron su fecha de nacimiento para quitarle un año. De ahí que en algunos lugares figure que nació en 1956. Fue en esa época, en 1981, cuando publicó su primera novela, Lluvia en una noche de primavera. Luego, vino una docena de novelas cortas, en medio de las críticas de sus superiores, que se quejaban de que escribía en lugar de hacer su trabajo; hasta que, en 1984, entró en la Escuela de Arte y Literatura del Ejército. Desde ese momento, pudo dedicarse a su pasión y vivir de ella. Años después, colgó el uniforme porque, según dijo, “allí no tenía futuro”.
El rábano transparente (1986) fue su primer libro de éxito, y el segundo, El clan del sorgo rojo (1987), obra compuesta por cinco volúmenes, en la que está basada la película Sorgo rojo, con la que el director de cine Zhang Yimou ganó el Oso de Oro en Berlín en 1988. En 1992, publicó La república del vino, donde satiriza la corrupción gubernamental y la obsesión en China por la comida y el alcohol, y en 1996, Grandes pechos, amplias caderas, que relata, de forma brutal y realista, desde los últimos tiempos de la dinastía Qing (1644-1911) hasta la época posmaoísta a través de la historia de una mujer que tiene ocho niñas antes de lograr el ansiado varón, todos fuera del matrimonio. Fue prohibido en China.

Detrás de la antigua vivienda familiar, fluye el río Jiao, ahora protegido por un terraplén contra las inundaciones. “A Mo Yan le gustaba ir al río a bañarse y pescar. En junio, cuando las aguas subían (por las lluvias), mis padres no nos dejaban, pero íbamos a escondidas. Ahora está contaminado y no te puedes bañar. Algunos vecinos aún pescan, pero no se comen lo que capturan”, afirma Guan Moxin. Junto al puente recién pintado de blanco y azul, se acumulan bajo el agua la basura y las bolsas de plástico.

Guan Moxin se levanta, sale a la calle, agarra su bicicleta y se interna por las calles polvorientas camino de la casa que construyeron y a la que se mudaron en 1991, a unos centenares de metros. Por todo el pueblo hay mazorcas y cañas secas de maíz y sorgo. “Cuando éramos niños, todos cultivábamos sorgo, porque es una planta que resiste bien las inundaciones, algo muy importante porque antes no había sistema de drenaje. Era utilizado como alimento y para producir aguardiente. Pero desde 2004 se ha dejado de plantar a gran escala, debido a su bajo rendimiento, su mal sabor, los bajos precios y el hecho de que el pueblo tiene ahora un sistema de evacuación de las lluvias. La gente solo planta un poco de sorgo en los laterales de sus campos para hacer bebidas y escobas con las que barrer las calles”, dice Guan Moxin. Los cultivos principales ahora son maíz, trigo, mijo y algodón.

Es mediodía. En una habitación de la nueva casa familiar, también de un piso, un anciano con una gorra y un chaquetón negros aguarda sentado junto a una mesa forrada con plástico de colores. Es Guan Yifan, el padre de Mo Yan. “Mo Yan era un niño muy travieso e inquieto, inteligente y buen estudiante. Se podía comer de una tacada 30 jiaozi [una especie de raviolis muy apreciados en China, que la familia preparaba en el Año Nuevo chino]. Yo no esperaba que fuese escritor sino militar”, dice este hombre de 90 años, que padece sordera. Sobre el hule, humean las tazas de té.

Ge Jinfang, la esposa de Guan Moxin, comienza a traer platos. Carne de cerdo, hígado, empanadillas, verdura rehogada y baozi, unos bollos de pan rellenos, cocinados al vapor, típicos de la región. A la mesa se han sentado, también, Guan Molun, hijo de Guan Moxin, y su esposa, Zhu Shaoying. “El día que anunciaron que mi tío había ganado el Nobel de Literatura no pude dormir en toda la noche”, cuenta Guan Molun, de 37 años, profesor de matemáticas en una escuela secundaria en la ciudad de Gaomi, a 25 kilómetros de Ping’an. “Este premio era una asignatura pendiente para China”, dice su mujer.

Las habitaciones, contiguas una tras otra, se abren al patio y a un pequeño huerto con repollos y cebollas. En un extremo, se encuentra la estancia de Mo Yan. En la pared, al lado de la cama y el escritorio, hay una foto del novelista chino brindando con Kenzaburo Oe durante una visita que el escritor japonés, premio Nobel de Literatura 1994, le hizo en Ping’an hace unos años.

Cuando el pasado 11 de octubre fue anunciado que Mo Yan había sido galardonado con el Nobel, el pueblo lo celebró con tracas y cohetes. Pero hubo un tiempo en que fue muy criticado por algunos vecinos y las autoridades locales por el retrato crudo que ha hecho de personajes y sucesos inspirados en su tierra, a la que llama “mi reino de la literatura”. “Mo Yan ama su tierra natal, pero también la odia. En uno de sus libros dice: Gaomi es un lugar donde hay muchos héroes y valientes, pero también es un lugar donde hay muchos bastardos gallinas”, afirma He Lihua. “Gaomi es un lugar muy conservador, y la gente no entendió su libro El clan del sorgo rojo. Recuerdo que los dueños de algunas destilerías decían: ‘No mezcles nuestro aguardiente con el de Mo Yan. Nuestro licor es bueno; el suyo, no. El nuestro no tiene orina’. En el libro, describe cómo el personaje principal orina en el aguardiente y lo buena que sabe la mezcla”, dice He, especialista en literatura contemporánea china.

“Mo Yan era muy estudioso y de pequeño podía recitar de memoria cualquiera de los textos de la antología de poemas de Mao Zedong”, afirma Guan Moce, de 51 años, primo de Mo Yan y una de las 14 personas que vivían en la casa familiar cuando eran niños. “Jugábamos a menudo al ajedrez chino. Es un hombre inteligente. ¿Cómo podría haber ganado si no el Premio Nobel?”, añade Zhang Jiazhuang, de 58 años, un vecino cuya casa está junto a la antigua vivienda de los Guan.

El clan del sorgo rojo consolidó a Mo Yan como escritor, y algunos en el pueblo recuerdan con nostalgia el rodaje de la película de Zhang Yimou en los campos de sorgo y los alrededores del puente de piedra de Qingsha, en Sunjiakou, a siete kilómetros de Ping’an, donde el 16 de abril de 1938, “400 soldados civiles” realizaron una emboscada a los invasores japoneses. “Hoy ya no hay sorgo aquí”, explica Guan Moce, que se ha ofrecido a enseñar el lugar, mientras camina con orgullo sobre las grandes losas del viejo puente, y cuenta que durante la filmación, en 1987, facilitó una casa casi tres meses a Zhang Yimou, la actriz Gong Li, el actor Jiang Wen y el propio Mo Yan. “Espero que el premio Nobel contribuya a desarrollar Ping’an como lugar turístico y a mejorar el medio ambiente”, dice este hombre, propietario de una tienda de semillas y productos fitosanitarios, que se queja del Gobierno local y el atraso en que aún vive el pueblo.

Otros de los libros más conocidos entre las once novelas que ha publicado Mo Yan son Las baladas del ajo (1988), que presenta un retrato de la China rural, ambientado en los primeros años del proceso de reformas puesto en marcha por Deng Xiaoping a finales de 1978, La vida y la muerte me están desgastando (2006), en el que un terrateniente se reencarna en varios animales, y su último Rana (2009), para el que se inspiró en la hija de un tío abuelo, que era doctora y contribuyó, según Guan Moxin, a la realización de miles de abortos forzados, en el marco de la política del hijo único. También ha escrito más de un centenar de relatos y cuentos.
El resultado de tres décadas de novelista es un rico abanico de obras, que mezclan pasajes épicos de la agitada historia china en el último siglo con los ritos y tradiciones rurales y el alma del pueblo chino, mediante un lenguaje realista, mágico, descriptivo, humanista, subversivo, absurdo, grotesco y satírico, con toques de humor negro. Una obra que le ha hecho merecedor del Nobel por su “realismo alucinante que fusiona cuentos populares, historia y lo contemporáneo”, según la Academia Sueca. “Este Nobel significa que la literatura contemporánea china tiene ya un lugar en la literatura mundial”, asegura Mao Weijie en una de las salas del Museo de Literatura de Mo Yan, del que es director, en la ciudad de Gaomi.
No hables recibirá el premio en Estocolmo este lunes, donde se prevé que esté acompañado de su esposa, Du Qinlan, y su única hija, Guan Xiaoxiao. ¿Cambiará el Nobel su forma de ser? “Mo Yan es una persona muy honesta, que teme la fama y el dinero, y está muy preocupado por la concesión del galardón. No se dejará llevar por el éxito, sino que trabajará aún más duro porque ahora le mirarán muchos ojos”, dice He Lihua. Muchos de ellos, nuevos ojos para su “reino de la literatura” en este rincón de China habitado por los fantasmas del recuerdo.
Fuente: El País

 

Mo Yan: «Escribir es la manera más libre y poderosa de expresarme»

El recién nombrado Nobel de Literatura se refugia en su aldea natal para huir de los periodistas que lo acosan y «estar con los pies en la tierra»

PABLO M. DÍEZCORRESPONSAL EN PEKÍN Actualizado:

Para ser un escritor que firma bajo el pseudónimo Mo Yan, que en mandarín significa algo así como “no hables” o “abstente de hacer comentarios”, el último premio Nobel de Literatura tiene mucho que decir. Y más ahora que se ha convertido en el primer autor chino en recibir tan prestigioso galardón sin estar en el exilio, como Gao Xingjian hace doce años, o en la cárcel, como el disidente Liu Xiaobo, que obtuvo el Nobel de la Paz en 2010. Frente a sus antecesores, cuyos nombramientos irritaron al autoritario régimen de Pekín, la Academia sueca ha querido reconocer el ascenso de China como superpotencia que está cambiando no solo la economía mundial, sino también la sociedad y la cultura.

Famoso gracias a novelas como “Sorgo rojo”, llevada al cine en 1987, Mo Yan también ha sido criticado por otros disidentes, como el artista Ai Weiwei o y el escritor Ma Jian, por no romper una lanza a favor de los perseguidos en China por sus opiniones políticas. El autoritario régimen de Pekín, que en años anteriores había criticado duramente al Comité Nobel, intenta ahora apropiarse de la figura de Mo Yan para convertirlo en un héroe nacional.

Sin embargo, sus libros destacan por una fuerte crítica social que se inspira directamente en los pueblos que lo vieron crecer y pasar hambre. Nacido en 1955 en la provincia oriental de Shandong, en el seno de una familia de campesinos, Mo Yan pertenece a esa “generación pérdida” de chinos que tuvo que dejar los estudios para trabajar en una fábrica durante la infame “Revolución Cultural” (1966-76) de Mao Zedong. Precisamente allí, en su aldea de Gaomi, se ha refugiado para huir de los medios que lo acosan desde ayer y “estar tranquilo con el fin de escribir encerrado en mi habitación”, señaló a la televisión estatal CCTV. Con su habitual humildad, se declaró “muy alegre y sorprendido” por el premio, que no se esperaba porque “mi estatus no es tan elevado como el de otros autores chinos”.


Con 20 años, Mao Yan ingresó en el Ejército Popular de Liberación, donde empezó a escribir sus primeros relatos a principios de los 80 ante la mirada inquisitiva de sus superiores. Tras ser nombrado profesor de Literatura en la Academia Cultural del Ejército, Mo Yan alcanzó renombre mundial gracias a la adaptación cinematográfica de “Sorgo rojo”, que supuso el debut del director Zhang Yimou y de la actriz Gong Li y ganó el Oso de Oro del Festival de Berlín en 1988. Con maestría clásica, dicha obra retrata la azarosa vida de una joven que es vendida al dueño leproso de una destilería durante los violentos años de la ocupación japonesa (1931-45). En su vida, Mo Yan ha sabido conjugar la rebeldía del escritor que habla en sus obras con la docilidad del ciudadano de a pie chino que calla en el día a día. Aunque uno de sus libros, “Grandes pechos, amplias caderas”, fue prohibido por el régimen, el autor sigue viviendo en un bloque de apartamentos del Ejército cerca del céntrico lago pequinés de Houhai. Anoche, sus uniformados vecinos recibían con sorpresa la noticia.

Los clamorosos silencios de su voz interna

En una sociedad que ha vivido bajo décadas de opresión, y donde la libertad de expresión es todavía un derecho por conquistar, la literatura de Mo Yan nace de los clamorosos silencios de su voz interna. “Siento que escribir es la manera más libre y poderosa de expresarme porque tengo mucho que decir. Y es también la mejor forma de contar mi historia”, explicó en una entrevista telefónica a la Academia sueca, que lo ha elegido por su capacidad para combinar “los cuentos populares, la historia y lo contemporáneo con un realismo alucinante”.
Influido por la ironía social de Lu Xun, el padre de la Literatura china contemporánea, el realismo mágico de Gabriel García Márquez, y autores occidentales como William Faulkner, Mo Yan ha cultivado un fino sentido del humor, bastante negro y kafkiano a veces, en títulos como “La vida y la muerte me están desgastando” y “Grandes pechos, amplias caderas”, ambos publicados en español por Kailas.
Al contrario que Liu Xiaobo, entre rejas por liderar la “Carta 08” por la democracia, Mo Yan podrá recoger el premio Nobel en Estocolmo el próximo mes. Mientras tanto, y aislado del ruido mediático y político que ha desatado el galardón, lo celebra tomando “dumplings” caseros con su familia en la aldea que inspiró sus obras.

Fuente: ABC

 

¿Quién coño es Mo Yan?

David Torres octubre 12, 2012
Las reacciones al flamante premio Nobel de Literatura no se han hecho esperar. Básicamente han consistido en tres tipos de reacciones. Primera, la alegría de las autoridades chinas que están de enhorabuena porque al fin la academia sueca ha premiado a un autor chino de pura cepa. Para ellos, el Nobel anterior, Gao Xingjiang, era un traidor, un afrancesado, más pintor que escritor y que de chino ya no tenía más que los ojos. Un chino accidental. Segunda, la rabia de los disidentes chinos (que en términos de masa corporal ocupan bastante más que algunas islas del Pacífico), quienes lamentan la concesión del premio, ya que el autor no es lo bastante crítico con el régimen y consideran su obra pasada de fecha cuando no directamente obsoleta. Tercera, la reacción general del resto del mundo, incluido yo: ¿quién coño es Mo Yan?
En los últimos años, y cada vez con mayor frecuencia, los académicos suecos juegan al despiste, lanzan rondas temáticas, quinielas por sexo, por continente, por idioma. Premian un poeta, luego dos novelistas, otro poeta, tres novelistas, ojo, que toca un dramaturgo. El comité utiliza el Nobel como una herramienta para descubrir autores casi secretos, como si el Nobel fuera lo mismo que unos juegos florales, uno de esos galardones de provincias que premian los esfuerzos de un oscuro bardo local. Es posible imaginar las deliberaciones del jurado, esos delicados tira y afloja entre consideraciones que rara vez tienen que ver con la literatura. ¿Murakami? No, porque todo el mundo piensa que se lo vamos a dar a Murakami y además ese señor es pura tecnología japonesa, está muy traducido, lo leen mucho y los libreros se iban a forrar. ¿Cormac McCarthy? Escribe muy bien, sí, pero le ha dado por la ciencia-ficción y además masca chicle y lleva botas de vaquero. ¿Alice Munro? No, no, que este año no toca mujer. ¿Philip Roth? Es un genio, sí, pero demasiado judío. ¿Amos Oz? Peor todavía, es israelí. ¿Adonis? No jodas, hombre, que ése es sirio, con la que está cayendo en Siria, a ver que se van a pensar. ¿Y Mo Yan? ¿Quién dices? ¿Mo yan? Ni idea. ¿Tú lo has leído? Yo tampoco. Pues por eso mismo, así no molestamos a nadie. En fin, vale, el Mo Yan ése, verás cómo alguno lo haya leído la que nos va a caer.

Es un hecho que hay unos cuantos premios Nobel que ya no leen ni los suecos: Mistral, Pearl S. Buck, Echegaray. Es cierto también que a veces aciertan de pleno, como pasó con Faulkner, García Márquez o Saint-John Perse. Pero sin el Nobel se murieron algunos de los escritores fundamentales del pasado siglo (Kafka, Joyce, Proust, Rilke, Borges) y unos cuantos secundarios que lo merecían de sobra. Sin embargo, en mi opinión, lo mejor del Nobel de Literatura es el furor que lo acompaña, la alegría, la irritación que causa, ese resquemor de filias y fobias que abarca sexos, ideologías, continentes y lenguas. El Nobel de Medicina es mucho más acuciante para nuestras vidas, los de Química y Física podrían cambiar el rumbo de la historia, pero los periodistas se limitan a preguntarles a los ganadores por sus descubrimientos, mientras que los escritores, más que por sus libros, tienen que responder por la crisis de valores, los derechos humanos, el hambre, la injusticia social. Ése es el verdadero premio: que una labor tan ingrata y tan aparentemente baladí como la de juntar letras, una actividad rudimentaria que apenas ocupa y preocupa al uno por ciento de la población, siga significando tanto al final. La literatura es la conciencia del mundo, por eso importa mucho quién coño sea Mo Yan.
Fuente: Público


[1] conocida también como la Gran Revolución Cultural Proletaria fue un movimiento sociopolítico que acaeció en China desde 1966 hasta 1976. Iniciado por Mao Zedong, entonces líder del Partido Comunista Chino, su objetivo declarado era preservar el comunismo chino mediante la eliminación de los restos de elementos capitalistas y tradicionales de la sociedad china, y reimponer el pensamiento de Mao Zedong (conocido fuera de China simplemente como maoísmo) como la ideología dominante dentro del Partido. La Revolución marcó el regreso de Mao a una posición de poder después de los fracasos de su Gran Salto Adelante, que mató a aproximadamente 30 millones de personas en la Gran hambruna china
[2] Liu Xiaobo fue un intelectual, crítico de la literatura china, escritor y activista en pro de los Derechos Humanos y las reformas en la República Popular China. Laureado con el Premio Nobel de la Paz por aclamación para reformas políticas, fue acusado en campañas para terminar con el comunismo. Fue presidente del Centro Independiente Chino PEN desde 2003. El 8 de diciembre de 2008 fue detenido en respuesta a su participación en la firma de la Carta 08, arrestado el 23 de junio de 2009 por sospecha de «incitar a la subversión contra el poder del Estado», siendo enviado y encarcelado como preso político en Jinzhou. ​ Fue procesado con esos cargos el 23 de diciembre de 2009,4​ y, dos días después, condenado a once años de cárcel

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