«DAD gracias por las lavadoras de ropa. Este humilde
instrumento doméstico ha hecho más por el movimiento de liberación de
las mujeres que la píldora anticonceptiva. Sólo pon el detergente,
cierra la tapa y relájate.»
('La máquina de lavar y la emancipación de la mujer'.
L'Osservatore Romano, Diario Oficial del Vaticano. 8 de marzo, Día
Internacional de la Mujer)
Oh, lavadora, bendita seas en tu infinita gracia, en tus
centrifugados y programas automáticos. Oh, lavadora, metal angélico,
tambor de virtud que redimes todas las manchas, todas las impurezas. Oh,
lavadora nuestra de cada día, que tienes carga fácil.
Sean por siempre bienaventurados los insondables
suavizantes que penetran en tu vientre, sin placer ni pecado, tan sólo
para hacer más digna nuestra ropa, a no ser que sean tangas. Oh,
lavadora, tú, que liberaste a Eva del más arduo quehacer del paraíso, de
la tabla del tormento, y alejaste de ella la tentación del frotamiento
con sus manos, y bendijiste el mal olor ajeno, y quitaste las manchas de
mis vaqueros negros.
Hoy en día, eso dicen los soberbios, eso murmuran los
maledicentes, vas de oferta en oferta, humilde lavadora. Qué escarnio se
te hace, qué injurias soportas. Sin embargo, perdónalos: no saben lo
que se hacen, y mucho menos saben hacerse la colada. Si cada vez,
lavadora, vales menos, es por tu entrega abnegada. Porque quieres estar
al alcance de todas, y abrirles de par en par las puertas de la gloria.
Lavadora, ¡no te detengas nunca en tu peregrinar! ¡No
dejes que se llenen de prendas bochornosas nuestros cestos caídos!
Lavadora, ¡danos fuerzas!, ¡haznos temblar!, ¡manifiéstate! ¡Ilumina tus
sensores! Pasarás, es la ley, numerosas adversidades. También se
inundará tu reino alguna vez. Sufrirás cortes de luz, bien lo sabemos.
Pero nada podrá empañar tu misión santa, como no puede nadie frenar el
ansia del viento o la convicción del mar.
Por eso nos postramos ante ti, lavadora, y entonamos
salmos de espuma, y pedimos perdón por los vasos derramados, y damos
siempre gracias por tus funciones rápidas, tu impulso inoxidable, tu
disposición al prelavado. Eres noble, estás hecha para el prójimo. Eres
fiel, no abandonas jamás ninguna casa. Tú eres del otro mundo, lavadora.
Te pertenecen por igual bondad y amor, sacrificio y jabón, calcetines y
sostenes. Porque en ti está la vida, fuente de limpieza. Porque en ti
está el movimiento, razón del aclarado. Porque en ti está la piedad,
causa de tu progreso. Porque en ti está la justicia, tu motor giratorio.
Porque el agua está en ti, fría o caliente.
Oh, lavadora, tú, que tanto has hecho por los hombres
descarriados, pero sobre todo por las mujeres hacendosas: ten a bien, si
así es tu voluntad, enjuagar esas doctas cabezas vaticanas para ver si,
de tanto dar vueltas y más vueltas, se purifica al fin su caspa y
quedan tendidas al sol, oh, en espera del presente.
28/03/2009 EL IDEAL DE GRANADA