domingo, 25 de octubre de 2020

Escuela de otoño 2020

ESCUELA DE OTOÑO UPP. MEMORIA COMPARTIDA.
Puedes entrar directamente a través de este código qr en la sala on line de nuestras actividades.
27 de octubre - 18:30 PRESENTACIÓN DEL LIBRO NIETAS DE LA MEMORIA
19 de noviembre - 18:30 RECITAL POÉTICO DE CARMEN SÁNCHEZ Y CARMEN YÁÑEZ.

 

feliz día de las bibliotecas

martes, 13 de octubre de 2020

Lluvia fina

Luis Landero, Cervantes virtual


Luis Landero, Lluvia fina

 

BIOGRAFÍA

Luis Landero nació en Alburquerque, Badajoz, el 25 de marzo de 1948, en el seno de una familia campesina extremeña, que emigró a Madrid a finales de la década de los cincuenta. Realizó los estudios de Filología Hispánica en la Universidad Complutense. Una vez licenciado, dio clases de literatura en el Instituto Calderón de la Barca. En 1995 fue contratado como profesor en la Universidad de Yale para impartir un curso de literatura española.

Está casado y tiene dos hijos.

Landero es uno de los grandes narradores de la literatura española contemporánea, la aparición de su primera novela "Juegos de la edad tardía", publicada en 1989, fue un acontecimiento en el mundo de las letras y recibió una extraordinaria acogida por parte de la crítica y del público. Galardonada con el premio de la Crítica y el Nacional de Literatura, Juegos de la edad tardía convirtió a Landero en un nombre fundamental de la narrativa en español y le dio un prestigio que la escasez de su obra no ha mitigado.

Landero, admirador de los clásicos, de la novela del siglo XIX, desde Stendhal a los rusos, de Flaubert a Dickens, de Cervantes y Valle, escribe con un estilo lleno de precisión y, al mismo tiempo, de hallazgos verbales. La inspiración cervantina en su obra se ve acompañada, como se ha puesto de manifiesto sobre todo con respecto a su segunda novela, por la influencia del mejor realismo mágico latinoamericano.

Según ha declarado el autor: "Todo lo que escribo está marcado por una especie de obsesión hacia las personas vulgares, que lo son sólo en apariencia, porque luego esconden un mundo de sueños y se lanzan a la aventura de trascender su propia existencia. Si tuviera que dar a mis novelas un calificativo, las llamaría existencialistas... Si es que se puede acomodar esa palabra a nuestro tiempo".

En su honor se dio nombre al Certamen Literario de Narraciones Cortas Luis Landero, que se convoca a nivel internacional para todos los alumnos de secundaria de los países hispano parlantes.

Su breve obra ha sido suficiente para confirmar un talento ampliamente reconocido de un escritor de profunda vocación y personalísimo estilo, fascinado por la precisión y el lenguaje.

Ha sido traducido al francés, alemán, holandés, noruego, griego, sueco, danés y japonés, entre otras lenguas.


BIBLIOGRAFÍA

Literatura:
Juegos de la edad tardía, 1989
Caballeros de fortuna, 1994

El mágico aprendiz, 1999
El guitarrista, 2005

Hoy, Júpiter, 2007
Retrato de un hombre inmaduro 2009                                                              

Absolución, 2012

Artículos, ensayos y conferencias:
Entre líneas: el cuento o la vida del Oeste ediciones, 1996
Esta es mi tierra Editorial regional de Extremadura, 2002                                        

¿Cómo le corto el pelo, caballero?, 2003

PREMIOS

Premio Nacional de Literatura, 1991
Premio de la Crítica, 1991
Premio Extremadura de creación, 2000
Premio de narrativa Arcebispo Juan de San Clemente, 2008


Fuente: escritores.org, Instituto Cervantes, biografíayvida

 

Luis Landero: «Las ilusiones de hoy son las amarguras de mañana»

NURIA AZANCOT 5 marzo, 2019

Luis Landero vuelve a la novela porque «no tiene otro lugar adonde ir». Lluvia fina es quizá su obra más terrible, más oscura, y la ha escrito «apenas sin esfuerzo, como llevado en volandas por la sola fuerza de la acción». Partiendo de un suceso real, el escritor pacense vuelve a indagar en las tensiones familiares.

Hace unos años, cuando los críticos de El Cultural eligieron El balcón en invierno como mejor novela de 2014, Luis Landero (Badajoz, 1948) confesaba que “la ficción cansa, el amor cansa, hasta la vida cansa a veces”, pero que, a pesar de todo, pensaba volver a la novela porque no tenía “otro lugar adonde ir”. Lo sigue pensando ahora, con el ejemplar de su nueva novela, Lluvia fina (Tusquets), entre las manos. Como entonces, como siempre, dice, “uno no tiene otro lugar adonde ir. Escribir y leer es lo que da algún sentido a mi vida”.

Landero asegura además que tiene la sensación de que la novela se ha escrito sola, “sin apenas esfuerzo, como llevada en volandas por la sola fuerza de la acción. Leí una noticia en un periódico sobre una trifulca familiar, y de pronto, no sé de qué manera, vi el libro ya escrito y hasta impreso, y con su título ya definitivo: Lluvia fina. Nunca me había ocurrido algo así. Lo anduve cortejando durante tres o cuatro meses, dándole vueltas, madurando la idea, y luego en otros cuatro o cinco meses lo escribí. Inventar y estructurar me resulta sencillo y divertido. Lo más difícil, y lo más apasionante, es escribir. Ahí es donde uno se la juega, en la invención menuda e imprevisible que hay en cada frase, en cada párrafo, en cada capítulo. Ahí es donde comparece, o no, la inspiración».

Pregunta- De todas formas, Lluvia fina nace de un suceso real, de un reencuentro familiar que terminó en tragedia. En su novela es la celebración del 80 cumpleaños de la matriarca de la familia la que lo desencadena todo. No parece que hayamos cambiado tanto desde los griegos, porque, ¿no es la familia la raíz de todo conflicto?


Respuesta- Claro, porque la familia es la primera y más elemental forma de relación humana, y toda relación es conflictiva. Conflictos a veces mínimos, pequeñas heridas que nunca acaban de cerrarse, chinitas en el zapato, pero que pueden convertirse en agravios irreparables. A veces son cosas de la niñez: porque tú me dijiste, porque yo estaba llorando y tú no me hiciste caso… Y esas pequeñas cosas la imaginación las agranda, las enriquece con nuevos motivos, las remacha con nuevos argumentos, y así se crea un pasado apócrifo, legendario, que es ya casi imposible de rebatir. Decía
Oliver Sacks que los que creen haber sido raptados por alienígenas no mienten; están convencidos de su verdad. Y esto de falsificar el pasado ocurre también con los colectivos, es decir, con las familias, las tribus y los pueblos. La memoria hunde sus raíces, y se alimenta, de lo legendario y de lo épico. En fin, así nos va.

 

P- ¿Cuándo, qué le hizo descubrir que “los relatos no son inocentes”, que siempre hay algo en las palabras “que entraña un riesgo, una amenaza”?


R- Bueno, esto es algo que te lo enseña la vida desde muy pronto. Un equívoco verbal, un malentendido, un silencio anómalo, pueden tener consecuencias imprevisibles. Puede deteriorar y hasta destruir una amistad o una relación sentimental. Esto lo expone maravillosamente Otelo, de Shakespeare. Otelo seduce a Desdémona con palabras, Yago siembra en Otelo la semilla de los celos con palabras, Otelo se envenena con palabras, y al final las palabras terminan destruyendo a todos. Como decía
Octavio Paz: «Cuidemos las palabras y cuidémonos de ellas». Ahora estamos en época de elecciones: cuidado con las palabras, porque entre el nombre y la cosa a veces hay muy poca distancia, y porque hoy, con las redes sociales, cualquier episodio con visos de verosimilitud puede pasar por verdadero.

 

P- Lluvia fina es quizá su novela más terrible, más oscura, ¿responde a su pesimismo actual ante estos tiempos?


R- No creo que sea tan terrible ni tan oscura. Comparada con lo que nos cuentan diariamente los periódicos, y no digamos un manual de historia, o con Edipo rey, la Celestina, Hamlet, Rojo y negro…, mi novela es casi un cuento de hadas. Bueno, dejémoslo en una pequeña tragedia doméstica. Respecto a estos tiempo… Desde hace unos 80 años, vivimos los momentos estelares de la humanidad. Fuera de África, que es un caso aparte, en el resto del mundo jamás se ha vivido mejor que ahora, y no digamos en Europa. Nunca ha habido tanta paz y tanto bienestar. ¿De dónde viene entonces el malestar que se respira por todas partes? Quizá provenga de la propia condición humana, de nuestras propias frustraciones personales. Somos efímeros, frágiles, insignificantes y mortales, este es el problema. Por mucho que intentemos evadirnos, o aturdirnos, no hay forma de sortear nuestro destino trágico.

 

P- El personaje de la madre es abrumador. Es la que niega la alegría que provocaba ese gran fabulador que era el padre (por no hablar de cómo entrega a su hija a un pederasta)… ¿refleja quizá a toda esa generación de mujeres de posguerra que aprendió a sobrevivir ante todo?

 

R- Sin duda. El personaje de la madre yo lo he conocido en la vida real. Para esas mujeres, solo había una misión en la vida: sobrevivir. Lo demás es secundario. Son personas modeladas por la pobreza y por el miedo. Y, por supuesto, por la ignorancia, que es la partera de casi todas las desdichas humanas. En mi novela, todo lo que hace la madre lo hace por el bien de los hijos. A su modo, es una madre ejemplar. Finalmente, todos son víctimas de esa mentalidad forjada en la miseria, en la ignorancia y en el fatalismo.

 

P- Todos hemos conocido a un Gabriel (o hemos jugado a ser como él), esto es, alguien que se sueña mejor, más libre, más feliz, y que debe enfrentarse a la desilusión absoluta… ¿Qué es el fracaso para usted, como persona y como narrador?

R- El esquema del fracaso suele ser siempre el mismo: de jóvenes apostamos fuertes, venimos a reventar la banca, a «llevarnos el mundo por delante». Pasa el tiempo y… no hace falta contarlo, ¿no? Ahí estamos nosotros, con nuestra pareja de jotas y nuestra cara de gilipollas. Y es que las ilusiones de hoy suelen ser las amarguras de mañana. Pero la vida es hermosa, ya lo creo que sí. Los filósofos nos enseñan a precavernos de los espejismos de la felicidad y de la desesperación, y de las desmesuras de Ícaro, o de los de la Torre de Babel, o de los ermitaños del desierto. En mi infancia yo he conocido a gente de un vivir modesto y alegre. Gente sencilla, de buen conformar, en el buen sentido de la palabra, y esos son mis modelos. Ni éxito ni fracaso. Como en aquel poema de Machado: «Son buenas gentes que viven,/laboran, pasan y sueñan,/y en un día como tantos,/descansan bajo la tierra». Pero claro…, para eso hace falta una pureza de espíritu de la que yo carezco, no sé si para bien o para mal.

P- De pronto la protagonista del relato, Aurora, la oyente de todas las desdichas, descubre que no puede más y apaga el móvil. Le abruma tanto mensaje, tanta llamada. ¿Por qué no nos gusta el silencio ya?

R- El silencio ahora mismo, con tanto ruido mediático, es un don impagable. Se piensa poco y se opina mucho. Vivimos en el año 20 después de Internet, en una especie de nueva edad, postcontemporánea o algo así, y estamos como niños en la mañana de Reyes. Ya veremos qué pasa cuando nos cansemos de este nuevo y formidable juguete. Pero es curioso, porque Internet ha empobrecido las relaciones sociales. Ya no hay conversaciones sosegadas, con intercambio de experiencias y de opiniones, o el estar sin hacer nada, mirando, observando, pensando, perdido en ensoñaciones… Ahora ya no hay tiempo para esto, ni para leer, y ni siquiera para pensar. Internet, y sobre todo el móvil, ha acabado con esos hábitos milenarios. Ahora estamos comunicados con gente de todo el mundo, y podemos intervenir brevemente en coloquios multitudinarios, pero a la vez estamos más aislados que nunca. Es una paradoja descomunal.

 

P- ¿Y si el Gran Pentapolín (la leyenda familiar que explica Lluvia fina) llamara a su puerta y le pidiese que le siguiera en su próxima gran aventura?


R- Con el Gran Pentapolín yo me iría al fin del mundo, a revivir todo ese mundo de aventuras maravillosas que nos hizo felices en la infancia.

Fuente: El Cultural

 

¡Los relatos no son inocentes!

·         Aun cuando se trate de una novela amarga, pesimista, e incluso podría decirse que trágica, toda esta desazón que se desprende de la lectura de Lluvia fina, aparece matizada por sucesivos ribetes de humor

·         Después de tantas buenas novelas, Landero es de los novelistas que nunca decepcionan, pues pocos como él han ahondado en los entresijos de la conducta humana

Fernando Valls losdiablosazules@infolibre.es @_infoLibre 29/03/2019

En Lluvia fina, la última novela de Luis Landero, Sonia, a quien me referiré como la madre, va a cumplir 80 años, por lo que su hijo Gabriel, profesor de Filosofía en un Instituto de bachillerato, quiere organizar una fiesta familiar para propiciar la reconciliación entre ella y los tres hermanos (Sonia, Andrea y él mismo), olvidando los reproches que se han intercambiado a lo largo de los años. Pero si Gabriel resulta ser el primer acicate del conflicto latente, Aurora, su mujer, será al fin y a la postre la auténtica protagonista de esta historia, en su papel de interlocutora paciente de todos ellos, el filtro por el que pasen las historias, además de su víctima propiciatoria. En los extremos opuestos, dos a dos, por lo que a la conducta moral se refiere, se encontrarían Horacio y el mismo Gabriel. Aquel es el exmarido de Sonia, se casaron cuando ella tenía 14 años y él 35, y tuvieron dos hijas: Azucena y Eva, periodista y bióloga, respectivamente. Si bien se divorciaron hace ya casi 30 años, sin que sepamos qué ocurrió de veras entre ellos. En cambio, la otra hermana, Andrea, siempre se ha mostrado como una incondicional enamorada de su cuñado.

La acción transcurre a lo largo de seis días, durante el carnaval, si bien son constantes las referencias al pasado. Cuenta la historia un narrador omnisciente que va cediéndole la voz a los personajes, a la vez que Aurora nos transmite las quejas del resto, sobre todo de Sonia y Andrea. Son voces que lanzan sus peroratas o puntualizan las opiniones ajenas, señalando lo que tienen de fantasía o mentira. Y puesto que Aurora es la única que sabe escuchar, “ella es en realidad la única dueña absoluta del relato, la que lo sabe todo” (p. 18).

A lo largo de la narración se plantean diversos conflictos y enigmas: ¿por qué han sido tan infelices? ¿Por culpa de la madre, a quien solo defiende Gabriel? ¿Debe celebrarse la fiesta? ¿Habrían de asistir Horacio y Roberto, la nueva pareja de Sonia? En esta ocasión, podría decirse que todos son lo que parecen, aunque Gabriel y Horacio resulten peores de lo que pudiera suponerse al principio de la historia. Por otra parte, está Alicia, la hija enferma de Aurora y Gabriel, aunque nunca la veamos en escena, ya que quizá represente –junto a su madre— la auténtica realidad problemática. Por un lado, podría decirse que Alicia salva a su madre, pues esta se dignifica al ocuparse de ella, aunque con su decisión final, que no debemos aclarar aquí, la chica quede desamparada. Y a la vez, también podría afirmarse que Alicia condena a su progenitor, al no interesarse apenas por ella, mostrándose distante. Lo curioso es que no llegamos a saber qué le pasa, más allá de sufrir “una alteración grave del desarrollo” (p. 172).

El caso es que tanto la madre como sus hijas, Sonia y Andrea, son transparentes en su maldad, aunque la actitud de Gabriel pueda ser no menos dañina, si bien en la trama la descubramos más tarde, quizá porque aparece disfrazada con excusas, palabrería hueca y una cierta filosofía de secano. Así las cosas, solo dos personajes, entre los principales, en lo mucho que tiene esta de novela coral, alcanzarían a salvarse: Alicia, la niña enferma, y la paciente y abnegada Aurora, aunque en un momento dado, hacia el desenlace de la novela, no pueda soportar más a su marido tras atar cabos y darse cuenta de quién era realmente, ni tampoco el bombardeo de razones y sinrazones, de mentiras, a que la somete el resto de los personajes. En ese sentido, en el último capítulo se presenta en síntesis toda la historia. Así, ella acaba pagando por todos, y al dar ese salto al futuro, parece sacrificarse, de manera simbólica, por los demás. No puedo ser más explícito para no destripar la novela.

Acaso también destacaría a la madre y a Andrea. La primera es una mujer sombría, fatalista, que parece estar en el origen de todos los enfretamientos familiares. A lo largo de su existencia había trabajado como practicante, callista y mercera, a veces simultáneamente, y suele opinar que la alegría trae mala suerte y otras cosas por el estilo. Me parece que tiene algo de personaje galdosiano, por su obsesión por el dinero, su miseria moral y el gusto por la sentencia pesimista. Por su parte, Andrea es un personaje con numerosos entresijos, pero sobre el que Landero carga demasiado las tintas. Tiene un físico poco agraciado, con “un cuerpo robusto, torpe y vagamente andrógino”, pero además se nos dice que tiene las piernas cortas y gordas, el pelo lacio y los ojos chicos y sin brillo. Andrea ha tenido vocación religiosa, pero también soñaba con ser una estrella del metal y del punk... Además, cree en la telepatía, es vegetariana, animalista y ecologista, así como voluntaria social; defiende la medicina natural y practica el senderismo, aficiones que en una persona estable serían dignas de encomio, pero que en ella son otros fanatismos más. Sea como fuere, trabaja en una residencia de ancianos y finalmente en una estafeta de correos. Se considera una Cenicienta y ha intentado suicidarse en varias ocasiones. En sus comentarios tiende al lenguaje grandilocuente, como su hermano. En suma, Andrea se siente muy desgraciada porque está convencida de que su madre le ha amargado la existencia y porque cree ser ella quien debía haber compartido la vida con Horacio. Así, en dos momentos de la narración traza un balance de sus agravios (pp. 160 y 221). Y por lo que se refiere a Sonia, de la que no puedo ocuparme como se merece, destacaría su autorretrato –digamos— oblicuo (p. 115).

Según ha confesado el autor en una de las entrevistas que ha concedido estos días, la novela tiene su origen en una noticia que leyó en el diario El País, donde se contaba que una familia se había reunido para celebrar un cumpleaños que acabó en tragedia. Lluvia fina se compone de 16 capítulos y Landero se vale de un motivo literario clásico: la reunión de viejos amigos, en este caso los miembros de una familia, tras varios años sin verse apenas, cuyo resultado acaba mal, pues surgen de nuevo todos los rencores y reproches acumulados después de tanto tiempo. Aunque en este caso, la fiesta no llegue a contársenos nunca. El título de la novela, al que se alude en el cierre (“la lluvia es menuda pero persistente”, p. 264), funciona como una afortunada metáfora del contenido, pues ese chirimiri en que se convierte la queja por sentirse agraviados, el reiterado victimismo, las mentiras e inconfesables secretos, va calando en Aurora, hasta abocarla a un inesperado desenlace. Mientras que al resto de los personajes, esos dimes y diretes maliciosos, parezcan afectarles menos. Pero, puesto que en la novela se  apunta a la necesidad de tener secretos, tenemos que ver cuáles y por qué acaban revelándose. Sobre todo, los de Horacio y Gabriel, los principales personajes masculinos de la novela. De este último, por ejemplo, se nos cuenta su tendencia al discurso insustancial, a la vagancia y a las ensoñaciones eróticas (ve a escondidas revistas pornográficas, escribe poemas obscenos y parece disfrutar de los placeres solitarios). Y dado que, además, se nos presenta como un inconstante y un tastaolletes (aquel que se limita a picotear aquí y allá), su mal es el aburrimiento. En cambio, las tres mujeres se muestran transparentes en su maldad o inmadurez.

Aun cuando se trate de una novela amarga, pesimista, e incluso podría decirse que trágica, toda esta desazón que se desprende de la lectura, aparece matizada por sucesivos ribetes de humor (véanse, por ejemplo, los episodios que aparecen en las pp. 37, 87 y 168), convirtiéndola en una tragicomedia. A veces, los diálogos rezuman ironía, y el tono, insistente y desmesurado, por no insistir en la gradilocuencia, nos provocan una leve sonrisa. Y ese humor resulta imprescindible para que la historia no solo parezca verosímil, sino también para que nos llegue oxigenada. Bueno, pues esa distancia imprescindible que hay entre el tono, los hechos relatados y cómo los recibe el lector, se logra a través de unas ocasionales dosis de humor. No en vano, casi todos los personajes, la excepción quizá sea la madre y Aurora, tienen algo de teatrales, aparte de sobreactuar.

No podemos dejar de preguntarnos si es posible, y sensato, hacer una lectura metafórica de la novela, aunque no en todos los casos lo haya pretendido el autor, por lo que se refiere a los conflictos de la España actual. Sobre todo, en relación con la dicotomía memoria/olvido; la sinceridad/discreción como una forma de civilizada convivencia, o con la intentona secesionista catalana, y sus correspondientes mentiras, insolidaridad y agresiones. Al final, en el relato, tras sucesivos agravios de unos y otros, resulta imposible saber quién tiene razón, que es lo mismo que ocurre hoy con tantas cuestiones, debido a la sobreabudancia de información, a las mentiras y falsas verdades con que se formulan. Pues
como afirma Landero en otra entrevista, más que evidencias, hay verdades poliédricas. Pero de ser plausible aquella lectura metafórica, Aurora nos representaría simbólicamente a todos, tanto al sufrido ciudadano de Cataluña como del resto de España, no fanatizado. En cualquier caso, Landero centra su atención en el ámbito reducido de la familia, convertida en un mundo cerrado, trasunto del conjunto de la sociedad, cuyos conflictos podrían representar los de toda España, pues ha afirmado: “España es una familia mal avenida en la que de nuevo se masca la tragedia” (entrevista de Miguel Lorenci, “Luis Landero novela en Lluvia fina un cumpleaños que acaba en tragedia”, en La Voz de Galicia, 12 de marzo del 2019). Sea como fuere, el caso es que la novela dialoga con diversos temas candentes hoy en día. Así, por ejemplo, afirma Aurora: “Deberíais descansar del pasado, dejar de darle vueltas...” (pp. 95 y 106). En suma, se dice, la memoria tiene mucho de invención; pero, además, plantea la oportunidad de decir o saber callar, un motivo en el que ha profundizado en diversas ocasiones Javier Marías.

La columna vertebral de esta novela estriba en la idea, aparece al comienzo del primer y del último capítulo, así como al final del segundo, de que “los relatos no son inofensivos” (pp. 11, 32 y 261). ¿Pero qué es lo que tiene que contar Aurora, ella que tanto ha escuchado, tal y como se nos anuncia desde el inicio de la novela? Pues todo aquello que le han ido transmitiendo en forma de lluvia fina, la novela que estamos leyendo. El papel de Aurora en la narración es, por tanto, singular, al actuar como catalizadora, como una segunda mediación, tras el narrador omnisciente.

No nos proporciona Landero una visión precisamente optimista del ser humano, a quien nos presenta infantil, depravado, rencoroso, acomplejado y vengativo. En suma, como un ser destructivo. Y a pesar de ello, tenemos la impresión de que en algunos aspectos de la configuración de los personajes hay detalles de la vida del propio autor, sobre todo en Gabriel. Su estado de ánimo quizá se nos muestre, como en ningún otro lugar, en la extraordinaria foto de Carlos Rosillo, publicada por El País, mientras que la caricatura de Sciammarella, en el mismo periódico, lo ha convertido en un extraño gemelo de Rafael Sánchez Ferlosio. Después de tantas buenas novelas, Landero es de los novelistas que nunca decepcionan, pues pocos como él han ahondado en los entresijos de la conducta humana, con sus aspiraciones, deseos y frustraciones, con semejante habilidad y acierto.

Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario. Fuente: infolibre

 

La ilusión de la inmortalidad

La vida es absurda, pero el absurdo se lleva mejor con unas gotas de belleza. Y siempre, la alegría de leer, que es recuperar a cada instante el gusto de vivir

 

Luis Landero 16 DIC 2016

Es inevitable. Cuando abro un libro, revivo aquellos momentos de mi adolescencia en que el cine se quedaba a oscuras y una miríada de lucecitas crepitaban en la pantalla a la espera del león de la Metro. Grandes cosas estaban a punto de ocurrir. Como entonces, hay que guardar absoluto silencio para que la realidad objetiva no se filtre en la imaginaria y perturbe el encanto de vivir plenamente en el mundo de la ficción. Pero a veces comparto libros con películas, telediarios y partidos de fútbol, y entonces las realidades conviven, se superponen, aunque nunca se mezclan o confunden. Alguna vez he mirado por encima de un libro, todavía con el vértigo de la sintaxis en los ojos, y he visto una escena de infinito horror en Alepo o en las playas del Mediterráneo, y he sentido que, en efecto, la cultura es un escudo muy frágil, demasiado frágil, contra la barbarie siempre al acecho de los grandes instintos reprimidos. Pero, por eso mismo, hay que perseverar, no hay otra opción. Los libros, el arte, las escuelas, la buena herencia de la educación familiar son las únicas armas que tenemos contra esos monstruos tan temidos. Una mañana, escuché en la calle el alboroto de los obreros de la Coca-Cola, y sus firmes consignas se avenían muy bien con los versos que estaba leyendo en ese instante. Bien sé que se puede ser un gran lector y un perfecto canalla, pero yo prefiero pensar, en contra de alguna ilustre extravagancia, que de las bibliotecas ha salido gente piadosa y solidaria, o al menos en trance de serlo, y solo a veces algún asesino extraviado.

Este año, como todos los años, he leído y releído libros maravillosos, y otros no tanto, unos clásicos, otros modernos, otros actuales. Con ellos, uno ha endulzado la melancolía, aliviado los pesares, burlado el tedio, coloreado el gris de la rutina, limpiado la mirada para renovar la capacidad de asombro (con el que nos ganamos la lucidez nuestra de cada día), rejuvenecido el corazón para evitar que haga presa en nosotros el cansancio moral, que es acaso el mayor mal de nuestro tiempo, y de emocionarse ante un mundo que siempre, a cada instante, está por descubrir. Con la lectura he ejercido de cigarra, cantando alegremente, sin temor al futuro, y de paso he hecho casi sin querer los buenos oficios de la hormiga, acumulando un poco de sabiduría para los días aciagos del invierno. La vida es breve, pero los libros nos ofrecen la ilusión de percibir en torno a nosotros el aleteo de la inmortalidad. Porque los libros, de algún modo fantástico, vencen a la muerte. Uno siente el aliento vivificador de los muertos (“escucho con mis ojos a los muertos”), y aprende a admirar a sus contemporáneos, y al admirarlos, aprendemos también a amarlos. Admiraos los unos a los otros.

Bien sabemos muchos que la vida es absurda, pero el absurdo se sobrelleva mejor con unas gotas de belleza. Y siempre, siempre, la alegría de leer, que es tanto como recuperar a cada instante el gusto de vivir.

 

martes, 6 de octubre de 2020

CLUB DE LECTURA JUVENIL

 Ya estamos aquííííííííííí a través de las redes, viéndonos con una pantalla de por medio, pero con el mismo objetivo, encontrarnos alrededor de un libro.

Ada, Nuria, Daniel, Nayala y Olivia han estado en esta primera sesión de presentación, en la que nos hemos conocido un poquito, nos han pillado mintiendo, o nos han engañado... y hemos pensado en qué elemento seríamos, qué superpoder nos gustaría tener, cuál es nuestro personaje favorito de una serie, y de por supuesto, un libro.

Y como lo prometido es deuda, ahí van unas palabras de Mafalda







CLUB DE LECTURA INFANTIL

 ¡Hemos vuelto! de manera online... pero ya estamos aquí. con muchas ganas e ilusión, eso sin duda. Quizá no sea lo mismo que desde la biblioteca, pero nos gusta volver a encontrarnos en torno a un libro. 

Adrián, Lucas, Daniel, Julia y Adrián han estado hoy en nuestra primera sesión online presentándonos, confirmando si sabemos mentir o no (hay quien lo hace muy bien y nos ha engañado), y pensando entre otras cosas, cuál sería nuestro superpoder favorito.