NoViolet Bulawayo. Foto: Krystal Griffiths

Finalista del Man Booker y ganadora del premio Caine de literatura africana por su primera novela, Necesitamos nombres nuevos, el escritor keniata Ngugi wa Thiong'o señalaba a NoViolet Bulawayo (Tsholotsho, Zimbabue, 1981), junto a Chimamanda Ngozie Adichie o Peter Minai, como una de las jóvenes escritoras africanas actuales con más talento. A Bulawayo, que actualmente vive en Estados Unidos, donde emigró para estudiar derecho y terminó escribiendo relatos, su afición por narrar cuentos, dice, le viene de Zimbabue. "Lo que a mí me conmueve son las historias de la gente en el momento en que se están viviendo y creo que este es el material que más utilizo" señala.

Gran admiradora de autores como Toni Morrison o Gabriel García Márquez, explica que ella está "intentando" reinventarse un poco para no fijarse "en grandes modelos". En este contexto, su novela Necesitamos nombres nuevos, una historia que ella define como una especie de canto a la humanidad, ha conseguido hacerse el hueco en un mercado ciertamente complicado para una escritora novel de origen africano. Algo que celebra como un regalo maravilloso e inesperado. En ella, a partir de la voz narrativa de Darling, una niña de 10 años, y sus amigos, la autora desgrana la realidad difícil y complicada de Zimbabue, donde el hambre, las convulsiones socio-políticas, la enfermedad o la inmigración forman parte de la vida y del juego. O, como dice uno de sus personajes, "¿no ves que esto no es un juego?".

Pregunta.- Titula su novela Necesitamos nombres nuevos y lo cierto es que los nombres de sus personajes (Darling, su protagonista, Bastardo, Sabediós, Nacidolibre o Perdón…) tienen también su importancia, ¿por qué?
Respuesta.- Los nombres llevan consigo historias y yo quería que se viera en el texto cómo se relacionan con el carácter además de celebrar una cultura de nombres muy coloridos. Vengo de un país en el que los nombres significan algo y quería que el libro fuese una celebración de esa parte de mi herencia.

P.- De hecho, el escritor Biyavanga Wainaina cuenta en Algún día escribiré sobre África que en su cultura era costumbre pensar que el nombre, de algún modo, determina en quién te acabas convirtiendo, ¿comparte esa opinión?
R.- No siempre. A veces sí. No puedo hablar de la experiencia de todo el mundo, pero sé que los nombres son importantes. Yo misma soy alguien que se cambió el nombre que le pusieron por otro que pensé que reflejaba mejor quién era yo y lo que me importaba. Mi nombre original no me hacía ser quién era pero encontré un nombre que sí que era especial para mí.

P.- Cuenta la historia de una niña que, como usted, crece en Zimbabue y se va a vivir a Estados Unidos, ¿su novela tiene algo de autobiográfico o es ficticia? ¿Qué parte es real?
R.- Creo que todo eso no importa. Lo que importa es que es una historia que suena a real porque mi personaje pasa por cosas que son reales y trata sobre gente que crece en un espacio distinto y difícil y después tiene que cruzar fronteras.

P.- Escribe con una voz distendida sobre el hambre, el sida, las agitaciones sociales de su país, incluso de la violencia... ¿Cómo eligió su voz narrativa?
R.- Creo que la voz vino con el personaje. Darling es joven y la manera en la que se expresa siempre va a ser directa, inocente, honesta, sin filtros y, a veces, también con humor. Como artista tenía que pensar cómo contar la historia de la mejor manera posible, una historia que era difícil y dolorosa y pensé que con esa voz de niña era una manera mucho más efectiva de comunicarla.

Nuestra literatura no solo es escrita, también es oral. Pero mi dieta literaria viene de todas partes del mundo. No solo de Zimbabue"

P.- En ella, escribe que no se puede ser el mismo una vez que has dejado atrás lo que eres. Usted también, de algún modo, tuvo que dejar esa parte atrás, ¿se busca ahora en la literatura?
R.- No activamente, pero me encuentro conmigo misma de vez en cuando y creo que las mejores historias son aquellas que nos permiten hacer eso. Al fin y al cabo son historias que tratan de la humanidad, de personas como tú y como yo, y es genial tener esos momentos. Esto era importante para mí, sobre todo cuando era una lectora joven, me enseñó que podía encontrarme a mí misma en cualquier parte no solo en mis propias historias sino en historias de otros países también. Por supuesto, también es importante no esperar que eso suceda todo el rato, porque la vida no trata de uno mismo, hay otra gente que tiene otras experiencias y sus historias son igual de importantes para que podamos entendernos a nosotros mismo y al resto del mundo.

P.- En una segunda parte de su novela, su protagonista se enfrenta además al sentimiento de desarraigo, ¿existe una especie de distancia insalvable entre los que se quedan y los que se van?
R.- Es una barrera incómoda, la verdad. Pero es una barrera que, especialmente en el mundo que vivimos hoy en día en el que existen muchos movimientos, donde la gente sale en búsqueda de otros espacios distintos, es más o menos normal. Tenemos que encontrar la manera de ver cómo equilibramos esa experiencia. Ya sea en nuestro lugar de origen o en otro, hay que buscar ese modo de conciliar los diferentes espacios porque hoy en día, especialmente con la gente joven que es ambiciosa o con la gente que se ve forzada a irse a otro sitio por una razón u otra, es inevitable. Lo que hay que encontrar es la forma de cómo podemos ayudarnos los unos a los otros independientemente de donde estemos.

P.- La inmigración es otro de los temas que aborda su novela, ¿qué opinión tiene de las políticas actuales con respecto a este asunto?
R.- Es un tiempo bastante complicado para los inmigrantes. El mundo va más hacia el miedo al migrante, al racismo y a la demonización y eso hace que la experiencia sea mucho más difícil. Tenemos que recordar que los migrantes no se van de casa por diversión sino que lo tienen que hacer por obligación así que esta deshumanización y esta negatividad que están sufriendo en la búsqueda por algo mejor es algo que tendríamos que pensar.

P.- ¿Qué papel tienen los escritores para derribar fronteras?
R.- No creo que sea responsabilidad de los escritores, creo que es la responsabilidad de todo el mundo. Cómo podemos hacer que el mundo sea más justo, cómo podemos hacer que nuestras fronteras sean más justas y cómo podemos ayudar a la gente de verdad, a la gente que necesita ayuda.

P.- Actualmente vive en Estados Unidos, pero ha visitado recientemente Zimbabue, ¿cómo vive su país? ¿Cuál es la situación ahora?

R.- Con frustración y con ira. Porque sobre todo quiero decir que nosotros nos merecemos algo mejor. Zimbabue se merece algo mejor. Sobre todo si nos centramos en la última década de Mugabe, en sus últimos años. Es como volver ahora mismo a la casilla de salida, en términos de disfuncionalidad, de crisis, es como volver a 2008, es muy decepcionante. Pero bueno, el hogar es el hogar y te juntas con la gente que está allí y te levantas e intentas ver cómo puedes seguir e intentar ayudar a que esto cambie.

P.- Precisamente, Necesitamos nombres nuevos está dedica Zimbabue "por el don de las historias", escribe, ¿es de ahí de donde surge su escritura?
R.- A mí me criaron mujeres y siempre estuve rodeada de historias. Historias que a lo mejor no tenían ningún sentido y con narrativas muy distintas. También tuve la influencia de mi padre y su amor por contar cuentos. Cuando crecí empecé a descubrir los libros y cuando crucé la frontera de los Estados Unidos descubrí muchos más títulos. Así que las historias siempre han estado en mi vida y creo que es natural que haya terminado, no estudiando derecho, que es a lo que fui, sino como escritora.

P.- ¿Y cómo es el panorama literario de su país de origen?
R.- La verdad es que estoy muy contenta y muy agradecida de venir de un lugar con una parte literaria tan importante. Hay que decir que nuestra literatura no solo es escrita, también es oral. En ese sentido estoy feliz de venir de un espacio tan rico. Pero mi dieta literaria viene de todas partes del mundo. No solo de Zimbabue. No soy solo una niña de Zimbabue cuando hablamos de lo que he estudiado, sino que soy una niña del mundo.

fuente: El Cultural