"Hay un silencio total sobre el dolor que a veces significa ser madre"
Socorro Venegas explora en 'La memoria donde ardía', un
conjunto de relatos breves de gran poso autobiográfico, la experiencia
del duelo, la enfermedad y el sufrimiento a través de historias de
niñeces y maternidades "incómodas"
La escritora mexicana Socorro Venegas (San Luis Potosí, 1972), durante su visita a Sevilla.
/
José Ángel García
En su primera visita al Museo del Prado, Socorro Venegas
se sintió totalmente imantada por las pinturas negras de Goya.
Jovencísimo como lo era también ella, su marido la acompañaba pero en
aquel instante curioseaba en otras salas. A solas, hechizada ante el Perro semihundido,
aquella mujer que disfrutaba de la feliz ligereza de la vida a los
veintialgo no sabía, no podía saber, que poco después de aquel viaje
ella enviudaría. Veinte años ha tardado Venegas en ser capaz de evocar
–en el relato Pertenencias– aquellos minutos de extraña plenitud e hipnosis frente al enigmático perro goyesco, que para siempre quedó asociado en su memoria a la pérdida del compañero cuando la vida acababa de empezar.
De esta clase de experiencias –o "catástrofes interiores", como ella las llama– se nutre La memoria donde ardía (Páginas de Espuma), un libro macerado durante casi 20 años y de inspiración autobiográfica,
en el que la escritora mexicana aborda en 19 relatos breves cuestiones
"delicadas": la muerte, el duelo, la enfermedad, la maternidad
conflictiva, el vacío que deja el amor cuando se esfuma... A estas
inmersiones a pulmón en las noches oscuras del alma
se entrega Venegas con vocación lírica –"soy una obsesiva lectora de
poesía: busco un lenguaje esencial, imágenes exactas, decir mucho con
poco, no perder intensidad"– y marcada inclinación hacia el
extrañamiento y las atmósferas inquietantes:
"Mis cuentos parten de situaciones realistas, pero a partir de ahí me
gusta que a veces sucedan cosas que no sabe ya si son una metáfora, un
símbolo o algo que de verdad está pasando. Me interesa la incomodidad,
crear ciertos misterios, pero no para resolverlos, sino para
preservarlos".
–¿Trata más este libro sobre el dolor o sobre la supervivencia?
–Cuando terminé el primer borrador, pensando en aquello
que conectaba todas las historias, sentí que era un homenaje a los
sobrevivientes. Es un libro sobre cómo en medio de un dolor muy profundo
también puedes encontrar dentro de ti cierta belleza, la razón por la
cual no saltas por la ventana. Pero también es un libro sobre el dolor,
sobre cómo lo atraviesas y cómo te reconstruyes.
–"¿Estaremos hechos más de lo que olvidamos que
de aquello que recordamos?". Así comienza el relato que da título al
libro, y da la impresión de que esa frase es clave para entender su
manera de concebir la relación con la propia memoria así como el
propósito mismo de todos los cuentos de este libro...
–Sin duda. Todo cuanto olvidamos o decimos que hemos
olvidado nos constituye de la misma manera que lo que sí elegimos traer
al presente, a nuestra vida, aquello que seguimos relatándonos a
nosotros mismos para explicarnos lo que hemos vivido. Eso se elige.
Hacerse esa pregunta es muy importante si hablamos de escritura: en qué
momento puedes sentarte a escribir si quieres hacerlo de algo que te ha
ocurrido. Si se trata de una experiencia dolorosa, pienso que el momento
en el que de verdad puedes escribir de ello es cuando por fin eres
capaz de elegir cómo quieres recordar o cómo quieres contarte a ti mismo
esa experiencia que explica lo que eres ahora. Eso también se decide y
se elige en un momento dado. Y a eso me refiero cuando digo que a mí lo
que me interesa, cuando hablamos de la experiencia del dolor, no es
escribir sobre la herida, sino desde la cicatriz de esa herida.
"Para mí la literatura funciona mejor desde la anomalía, cuando da voz a todo aquello que queda fuera de la norma"
–Todas las historias están protagonizadas por
mujeres y niños. ¿Hay en esta elección algo que va más allá de una mera
decisión narrativa?
–Quería mostrar específicamente la mirada de niños y
mujeres porque a menudo son subestimados. Lo que yo principalmente hago
en estos cuentos es seguir ciertas obsesiones, explorarlas
literariamente, y por supuesto que hay en ellos también una mirada que
con toda la voluntad del mundo quiere ser transgresora. Esto creo que
queda muy claro en las historias sobre maternidades anómalas o
incómodas, que quieren cuestionar eso que siempre nos han contado: que
lo más maravilloso que le puede ocurrir a una mujer es ser madre. En las
sobremesas se habla de a qué escuela llevas a tu niño, hay chats
de padres para organizar fiestas de cumpleaños, pero en cambio hay un
silencio total acerca del dolor que a veces significa ser madre.
–Retrata usted en varios relatos a mujeres, a
madres que no quieren o no pueden aceptar a sus hijos. ¿Hay algún tabú
más definitivo que ése?
–Imagínese, si ya es tabú hablar de depresión post-parto o
de las mujeres que deciden no ser madres, como si no estuvieran
queriendo cumplir con el papel que la naturaleza les asignó. En las
presentaciones del libro muchas lectoras me están contando sus
historias, y no pocas de ellas serían extraordinarios relatos. Hace
poco, una de ellas se acercó, traía a un niño de la mano, de unos 9 o 10
años, y me dijo: Quiero que mi hijo escuche lo que le
voy a decir. Cuando me preguntan cuál es mi máximo logro, digo que mi
máximo logro no es haber sido madre, sino haber terminado mi doctorado.
Ojalá las mujeres pudieran decir lo que piensan verdaderamente y no lo
que socialmente sabemos que hay que decir para no ser juzgadas. Yo me
hago preguntas acerca de todas estas cuestiones partiendo de los
extremos, porque, para mí, la literatura funciona mejor cuando trabaja
desde la anomalía dando voz a cuanto queda fuera de la norma.
–Hay muchas imágenes perturbadoras de esas
madres conflictivas, pero no menos lo son las de sus niños: crueles,
sometidos a grandes sufrimientos, plenamente conscientes de su
mortalidad... ¿Por qué le interesaba explorar la niñez en esa dimensión
tan enormemente dura?
–Suele verse a los niños como personajes menores, como si
sus experiencias fueran menos importantes precisamente por ser más
pequeños, y por eso muchos hablan de ellos con mucha condescendiente. Y
por esta razón también, supongo, los adultos procuran con mucho empeño, y
lo logran, olvidar la infancia, su propia infancia. Pero los niños no
son seres menores, ni la infancia debería ser ese proceso llamado a ser
olvidado y superado cuanto antes. Por eso me interesaba mostrar a los
niños como inesperados y poderosos personajes capaces de ejecutar un
destino. ¿Les pasan cosas durísimas en estos relatos? Sin duda. Pero yo
creo que cuidar a un niño significa comunicarle, transferirle la
complejidad del mundo, no ahorrársela ni subestimarlo pensando que no va
a poder comprenderla. Desgraciadamente algunos niños llegan a esa
comprensión empujados por situaciones vitales terribles, como la
enfermedad, y entonces parecen incluso más maduros que los propios
adultos. Dije antes que este libro es un homenaje a los sobrevivientes, y
es cierto, pero he de decir que Los aposentos del aire, ese cuento
concretamente, es un homenaje a una sola persona, a alguien que no
sobrevivió, a mi hermano, que murió de cáncer con 9 años. Yo pensaba en
cuánto me hubiera gustado que él se hubiera enamorado, que él antes de
morir hubiera sabido o intuido lo hermosa que es esa experiencia, y eso
es lo que exploro en ese cuento. Viví de primera mano toda su
enfermedad, cómo pensaba él, qué sentía, cuánto sabía de lo que le
pasaba pese a que los adultos se esforzaran en fingir que él no sabía...
Por eso planteo en este libro infancias tremendas, siempre con niños
que no son solamente en potencia, sino capaces de. Es decir, este libro
no de esos en los que los niños se cuidan del lobo, aquí los niños son
capaces de ser ellos mismos lobos.
Socorro Venegas en un café de Ciudad de México. Gladys Serrano
En la nueva novela que está armando Socorro Venegas nadie se muere.
Eso, se ríe, es lo más cerca que ha estado nunca de la ficción absoluta,
de una invención plena que no haya atravesado su cuerpo, su alma ni su
mente. “Porque escribir siempre es una autoexploración, no te puedes
alejar nunca de tu propia mirada, de lo contrario la literatura dejaría
de ser auténtica. La autoficción no es más que un artificio, la mera necesidad de hablar de un género nuevo”.
La escritora mexicana (San Luis Potosí, 1972) quiere volver al mundo de
los vivos. Pero estos días anda presentando aún su último libro en la
FIL (viernes, 19.30), en el que la muerte salta de un relato a otro.
Mejor dicho, el principio y el fin de la vida se dan la mano entre las
páginas en una extraña atmósfera que ella define como “la de los
supervivientes”.
En
estos cuentos, es verdad, ya no está el “aullido puro” del dolor pero
sí el estado de ánimo que dejan las cicatrices. Y gran parte de esas
historias han atravesado su cuerpo y su alma en el pasado: el padre
alcohólico, el hermano muerto apenas en el alba de su existencia, un
primer marido también enterrado... Ese es el pasado que aún le quema a
Venegas y que da título, pidiendo un pequeño préstamo a Quevedo, a este
libro editado por Páginas de Espuma: La memoria donde ardía.
Como
buena mexicana, al lado de los que ya moran bajo nuestros pies sitúa a
los que apenas acaban de nacer y los deja compartiendo la misma niebla
que no acaba de despejarse, apenas deshilachada, al final del cuento. La maternidad es recurrente en estas breves historias
impregnadas de experiencia, pero una maternidad tan estudiada como
sentida. Un ejercicio liberador, alejado de los grilletes que impone la
sociedad: maternidades fuera del canon, lejos del umbral de la dicha,
nacimientos no asumidos, convivencias corporales enrarecidas. “Muchas
mujeres sienten todavía ese desacomodo del alma cuando hablan de la
maternidad. Si les preguntan qué fue lo mejor de sus vidas algunas se
ven obligadas a decir que sus hijos, cuando es su trabajo, por ejemplo.
Así me lo han contado. Mostramos esas cautelas porque sabemos que no nos perdonan que no podamos con todo.
Yo misma llegué a un acuerdo con mi pareja para que él llevara al niño
al colegio y todos sabían que yo era la madre, pero si alguna vez me
acerqué a recogerlo me preguntaban: ¿Y tú quién eres, por qué niño
vienes? Era su forma de reprocharme mi supuesta falta de dedicación”.
Los hijos, el trabajo, los cuidados, la felicidad obligada de los roles
femeninos.
¿Es quizá esa falta de tiempo lo que hermana a tantas escritoras con el relato corto?
“Desde luego es una de las razones. Los cuentos no son más fáciles que
las novelas, pero permiten ciertas interrupciones y un ejercicio más a
salto de mata: grabas en el teléfono móvil una imagen o una idea que te
asalta en el metro como el que caza una liebre y puedes dejarlo sin
desarrollarlo mucho más”. Como en una receta de cocina, se deja sazonar y
finalmente se busca que todo se dore por igual, es decir, que los
relatos guarden una relación, que compartan una unidad. Tiempo: “Pueden
pasar años hasta que el libro esté listo”. Dificultad: “La misma que una
novela, pero la novela requiere continuidad, si la abandonas ella puede
abandonarte a ti”. “Escribir cuentos es solo una cuestión de tiempo”,
insiste Venegas.
Ha de admitirse entonces que muchas mujeres no han alcanzado todavía esa habitación propia que mencionaba Virginia Woolf
en la que refugiarse a pensar y completar una novela, un ensayo.
Venegas asiente y lo hace de nuevo cuando se le pregunta si acaso ese
cuarto propio no es, en ocasiones, la propia mente femenina, vagando
entre tantas obligaciones o pasiones. Muchos intereses y deberes
—impuestos o soñados— que no dejan espacio a la concentración que se
necesita para armar una novela. Asiente Venegas. “Escribir sigue siendo
un privilegio”. “Creo que la gran aportación de la editorial Páginas de
Espuma ha sido esta dedicación al cuento, lo han colocado como un género
apetecible, junto con la novela”.
En este pequeño libro para leer aunque no se disponga de mucho
tiempo, deja Venegas su sello en un género no siempre bien valorado.
Quizá leer también se ha convertido en un privilegio en estos días tan
estrechos. Venegas propone caminar junto a la memoria del superviviente
que aún se duele de su miembro amputado. No es autoficción. "Mi única
aspiración, como decía Lowry, es contar algo nuevo sobre el fuego del
infierno".
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