Andrea Abreu: “Escribir en canario es un acto político dentro de una realidad que niega nuestra cultura”

Hay novelas que llegan en el momento justo al lugar adecuado. Y, aunque ahora pareciese que no es tiempo de publicar nada que no esté relacionado con una pandemia mundial, Editorial Barrett ha tenido a bien lanzar estos días Panza de burro.
Ese tono entre lo ligero y lo melancólico domina una primera novela que es toda una declaración de intenciones, estilo y saber hacer. Un libro editado por la también escritora Sabina Urraca y escrito, por cierto, en canario. Pero no un canario normativo sino rural: uno que suena a verdad, a recuerdos de infancia a la sombra del Teide.
Una primera novela personal, sorprendente y política
Panza de burro nació en un taller literario impartido por la escritora Sabina Urraca al que Abreu acudía cuando vivía en Madrid. Resultó ser que hubo una conexión entre el talento de ambas justo cuando la Editorial Barrett había contactado con la primera para una iniciativa particular.
El sello independiente sevillano lleva a cabo, desde hace un tiempo, el proyecto Editor/a por un libro: una vez al año, un escritor o escritora les propone la publicación de un libro inédito. Hasta ahora han participado Sara Mesa editando Treinta y seis metros, de Santiago Ambao y Patricio Pron con Madrid es una mierda, de Martín Rejtman. Ahora el turno de Urraca y Abreu.
“Sabina es una de mis escritoras preferidas. Trabajar con ella ha sido, en realidad, muy fácil”, confiesa Andrea Abreu a eldiario.es. “Desde el principio lo viví como una fluidera. Yo le iba enseñando esa especie de vómito que es Panza de burro y ella me alentaba a seguir vomitando”, explica. “Pensaba que se me estaba yendo el baifo -como decimos en Canarias-, pero ella siempre tenía la mente abierta a mis jarraperías. Supo y sabe acompañarme como una hermana mayor que te hace trenzas en espiga cuando tú no sabes”.
De esa amistad, tal vez, se contagia la relación que tejida en la historia de Panza de burro: dos niñas que pasan el tedio del verano en un mundo rural que las empujará a descubrirse la una a la otra y, por supuesto, a sí mismas.
Un universo creativo que se torna particular por el dominio que Abreu demuestra de la escritura, la sonoridad y el tempo de un idioma canario nada oficial: “Nunca pensé en escribir en castellano neutro: odio el castellano neutro, me parece fascista”, bromea la autora.
Añade, eso sí, que no fue fácil: “elegir escribir en canario me generó muchas dudas. Dentro del canario hay también una especie de 'canario neutro' que es aquel que recoge y legitima la academia canaria”, explica la escritora. “Decidí huir de la oficialidad del castellano y del canario: escribir desde el barrio, lo rural y lo kinki canario -que no es lo quinqui peninsular-. Para mí, escribir en canario es un acto político dentro de una realidad que obvia lo canario, que niega nuestra cultura”.
Y esto, en contra de lo que puede inferirse de una lectura superficial de Panza de burro, no es una decisión baladí ni se queda en lo anecdótico. No es un arreglo estético para exotizar su primera novela a ojos del eventual lector peninsular. “Para mí la estética va ligada a la ética. La gente de mi barrio, que es la gente en la que yo me inspiré para escribir la novela, habla como con una especie de ritmito de bachata. Imitar eso con la escritura es muy complicado. Yo intenté hacerlo. ¡Lo intenté!”, subraya.

Un nuevo panorama de voces e historias de infancia
La amistad entre una chica llamada Isora y la narradora de Panza de burro recuerda, salvando las distancias, a otras aproximaciones a la infancia que el panorama literario español ha tenido a bien abordar en los últimos años. Uno no puede evitar pensar en libros como La historia de España contada a las niñas de María Bastarós (Fulgencio Pimentel), Vozdevieja de Elisa Victoria (Blackie Books) o, claro, Las niñas prodigio de Sabina Urraca (Fulgencio Pimentel).
Sin embargo, Abreu apunta hacia el otro lado del charco cuando habla de referentes: las suyas son eminentemente escritoras latinoamericanas. “En lo que respecta al uso de la oralidad en la escritura y en la hibridación de géneros, a mi parecer, nos llevan mucha ventaja”, opina la escritora. Pero además, “porque Canarias y sus particularidades culturales le deben mucho a, por ejemplo, Venezuela y Cuba”. Así, sus “grandes maestras en este proceso” fueron Rita Indiana con Papi (Editorial Periférica), Pilar Quintana con La perra (Literatura Random House), María Fernanda Ampuero con Pelea de gallos (Páginas de espuma) y Aurora Venturini con Las primas (Caballo de Troya). “Y en mi escritura en general me ha influido mucho Leila Guerriero”, añade.
No reniega, tampoco, de las voces literarias españolas: “en España, mis dos grandes referentes para esta novela son Sabina Urraca y Elisa Victoria”. Ambas, dice, han sembrado un campo que escritoras como ella quieren seguir cultivando. “Creo que sin esas narradoras yo no habría sido capaz de escribir Panza de burro. Siento que hay un antes y un después en las historias de niñas en España. Que Elisa Victoria, Sabina Urraca o María Bastarós me han hecho el caminito más fácil porque han ido quitando la hierba mala, las zarzas y los piquitos de las pencas”.
fuente: Eldiario.es
Andrea Abreu, más cerca de las nubes que del mar
Para escribir Panza de burro desde lo quinqui, Andrea Abreu ha tenido que realizar un importante trabajo de restauración del léxico y la sintaxis del español canario de su entorno y gente. Belleza desde y en los márgenes.
La panza de burro son esas nubes que hacen desaparecer las montañas y se convierten en un escudo que repele los rayos del sol. Sin esa luz transcurre Panza de burro, de la canaria Andrea Abreu (1995) y publicada por Barrett, una novela ambientada en un barrio de un pueblo siempre nublado del norte de Tenerife.
En este lugar tan concreto, la narradora y su amiga sufren más veces esta atmósfera gris que las que disfrutan en la playa. Imbuidas por este fenómeno meteorológico que nubla la mente, las dos niñas callan más cosas de las que se dicen mutuamente. Cosas que Andrea sí cuenta vía telefónica en esta entrevista que no se pudo hacer en La Laguna. Como, por ejemplo, que llegó tarde a la lectura y a la escritura porque en su casa no había libros o que no solo se aprende a escribir leyendo, también hay que vivir, recopilar experiencias y atender al habla. Bien lo sabe ella, que para poder escribir Panza de burro desde lo quinqui ha tenido que realizar un importante trabajo de restauración del léxico y la sintaxis del español canario de su entorno y gente. Belleza desde y en los márgenes.
¿Panza de burro es una novela escrita a pesar de y en contra de la precariedad?
Toda
mi vida he estudiado gracias a las becas. He sido una empollona porque
creía que era la única manera que tenía de ir a la universidad. Gracias a
las becas, mis padres no podían financiarme mis estudios, he podido
estudiar gratis, pero llegó un momento en que no eran suficientes. Me
fui de Tenerife a Madrid creyendo que en el centro de la metrópoli es el
único lugar en el que mi voz se escucharía.
En Madrid el alquiler es muy costoso y me puse a trabajar de camarera y dependienta. El sueldo lo empleaba para pagar el alquiler en un lugar en el que no me podía permitir otro lujo que no fuera vivir en ese mismo lugar. No podía sacar tiempo para otra cosa que no fuera trabajar para poder vivir en esa ciudad y escribir la novela. Pensé que no era tan importante estar en el centro ficticio de las cosas y decidí regresar a Tenerife. He intentado deconstruir esa idea de lo que se hace en Canarias es peor por naturaleza. En realidad no importa desde dónde estén creadas las cosas, con tal de que sean genuinas y tengan riqueza. He aprendido a buscar la riqueza en mis orígenes.
Se quiere que toda la literatura se parezca a una sola porque se cree que así se va alcanzar a mucha más gente, renunciando a nuestras raíces y convirtiéndonos en una especie de ciudadanos universales
Tu literatura es canaria, igual que las playas de esas islas son pedregosas y negras, ¿por qué se estandariza todo?
Hay una tendencia en la literatura a convertir esa arena negra en blanca, como si de una playa caribeña se tratase. Se quiere que toda la literatura se parezca a una sola porque se cree que así se va alcanzar a mucha más gente, renunciando a nuestras raíces y convirtiéndonos en una especie de ciudadanos universales. Creo que en realidad la riqueza de un libro se encuentra precisamente en lo específico. Ser muy específica es la mejor manera de escribir. Mi única manera de escribir es siendo muy detallista. La única forma que yo tengo de ser muy detallista es conociendo muy bien el terreno del que hablo. Una de las cualidades de los grandes libros es que el lugar en el que transcurren es un personaje más.
¿Has escrito como hablas o has tenido que inventarte una tercera vía para dar forma a Panza de burro?
Panza de burro
no es una escritura oral. Es el intento de trasladar una forma de
hablar muy concreta que teníamos a principios del año 2000 en mi barrio.
En el libro no escribo como hablo, he hecho como de médium trayendo al
presente la forma en la que yo recuerdo que hablaba recién empezaba el
siglo XXI. Lo más complicado fue rescatar el habla de las viejas que
aparecen en la novela. A pesar de que llevo toda mi vida escuchando lo
que las señoras mayores decían en mi barrio, parece que había una pared
que impedía que determinadas palabras, sobre todo aquellas relacionadas
con el entorno, la flora y la fauna, filtrasen a mi generación.
Quería reivindicar el valor propio del español en Canarias sin tener que explicarme, sin tener que hacer una traducción al español estándar, que en realidad no lo es
¿Sin glosario, es un favor que haces al lector o es para joderlo?
[Risas] Tomé como referencia la literatura latinoamericana y pensé que si Julio Cortázar escribió en porteño, intercalado con francés e inglés, sin añadir al final de sus libros un glosario que explique el significado de cada uno esos términos, y el lector se esfuerza por comprender a través del contexto o investigando las acepciones de esas palabras, yo entendí que, de la misma manera que el porteño es una variante del español, el canario también es una variante del español igual de válida. Si esa es la realidad objetiva, ¿por qué yo tengo que explicar esas palabras? Es una decisión lógica que también tiene un componente político. El español que se habla en Canarias es diferente a otros españoles. Quería reivindicar el valor propio del español en Canarias sin tener que explicarme, sin tener que hacer una traducción al español estándar, que en realidad no lo es. Es el español que se utiliza, en general, por la zona de la meseta. Me propuse darle valor en sí mismo a ese lenguaje que se habla en mi barrio.
¿El canario es consciente de la doble periferia que retratas en tu libro?
A
pesar de la diferencia que hay en Canarias entre el medio rural y el
urbano, no es tan bestial como la que yo he visto en la península. Lo
que sí hay en Canarias es un fuerte clasismo. Las personas que están muy
arraigadas al medio rural son consideradas magas, palabra canaria que
hace referencia a personas brutas, gritonas, sin cultura. Panza de burro
es la periferia dentro de la periferia. Es una historia contada desde
la perspectiva de una persona maga. Tengo la sensación de que, cuando se
escribe desde el ámbito rural canario, lo suelen hacer personas que ven
ese ámbito mago desde fuera. Mi novela sigue una línea dentro de la
literatura canaria, que es la escritura sobre lo mago desde la voz de
una persona maga, es una reivindicación de esa cultura maga. Lo he hecho
así porque esa es la realidad que yo he vivido y que he experimentado.
Desmontas la idea de las Islas Canarias reducidas al sol y a la playa.
En
contacto con gente de la península y viviendo en la meseta me he dado
cuenta del arraigo que hay de la idea de que en Canarias siempre hace
sol. El propio título del libro, Panza de burro, es una cara b de
las islas. Esa realidad de sol y playa a la que se refieren los
turistas nos la hemos terminado de creer los canarios. Pero no, la panza
de burro ha sido la atmósfera que más ha dominado mi vida. Yo quería
darle valor a eso porque sí es importante contar la historia desde esa
cara b, aunque para mí no los es porque es la única cara que he vivido.
Parece que la playa es un privilegio que tienen las personas que vienen a Canarias. Lo que queremos las personas que vivimos en Canarias son servicios básicos y oportunidades, no solo vivir por y para construir el paraíso turístico
He querido contar la historia de las personas que han construido ese mito turístico de sol y playa en Canarias. Ir a la playa es una cuestión de clases. Las niñas que aparecen en el libro no van a la playa, sueñan con ir. Parece que la playa es un privilegio que tienen las personas que vienen a Canarias. Lo que queremos las personas que vivimos en Canarias son servicios básicos y oportunidades, no solo vivir por y para construir el paraíso turístico. Ya lo teníamos claro, pero ahora con el coronavirus este modelo centrado única y exclusivamente en el turismo no es sostenible.
Mientras los padres de tu generación construían el mito turístico canario, las abuelas os criaban.
Esa
relación se puede ver muy bien en el personaje de Isora. Es como una
niña vieja, su forma de hablar y comportarse, incluso es fácil
imaginársela vestida como una persona mayor. Sin embargo, es una niña
muy moderna al mismo tiempo. Es la más valiente a la hora de
experimentar con la internet, la manera que tiene de hablar con la gente
mayor. Isora es un ejemplo canónico de esa confrontación / comunicación
entre dos mundos: el de la oralidad y tradición de los cuentos de
Canarias y ese otro mundo que apareció con la llegada de la internet.
Universo nuevo que conocimos sin ningún tipo de tutela y que nos
permitió desde ese mundo cerrado que era el barrio ver cosas diferentes.
Es muy curioso cómo se relacionan en esa época las abuelas y la
internet. Mundos que en mi caso se complementaron y definió, en buena
medida, los rasgos de mi generación.
¿Panza de burro es una historia de amor, de amistad o de identidad?
De
las tres, de hecho están tremendamente unidas y sobre todo en ese
momento de la vida. En lo que respecta a las niñas en esa etapa
preadolescente tenemos relaciones con las mejores amigas en las que los
límites entre el enamoramiento, el descubrimiento sexual, la amistad y
la identidad no están definidos. Esto es lo revolucionario, a medida que
vamos creciendo nos vamos domesticando en la jerarquía de las
relaciones. Cuando sabemos establecer relaciones naturales es en ese
momento preadolescente. No jerarquizamos, simplemente sentimos cosas y
no queremos establecer límites. Me parecía importante hablar de esa
parte de descubrimiento de las relaciones, de identidad, porque me
parece como muy salvaje.
Dime, por favor, algo asquerosamente bello.
Es un poema que la narradora de Panza de burro le escribe a su amiga y que lleva por título “Comerme a Isora” y dice así:
Yo quería comerme a Isora y cagarla para que fuera mía.
Guardar la mierda en una caja para que fuera mía.
Pintar las paredes de mi cuarto con la mierda para verla en todas partes y convertirme en ella.
fuente: elSaltodiario
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