martes, 8 de noviembre de 2022

La Sonrisa Etrusca, de José Luis Sampedro

 

Muere el escritor y economista José Luis Sampedro

El humanista, símbolo del compromiso intelectual y ciudadano y referente del movimiento indignado, fallece a los 96 años en su casa de Madrid

De la asamblea del 15-M de Chamberí (su barrio madrileño), al Ministerio de Cultura (que en 2011 le concedió el Premio Nacional de las Letras); de los vecinos anónimos de Mijas (donde pasaba parte del invierno) a sus ilustres colegas de la Real Academia Española (que en 1991 le vieron ocupar el sillón F), pocas veces un intelectual español habrá sido tan llorado en sitios tan distintos como José Luis Sampedro. Novelista y economista, referente para los críticos del capitalismo salvaje y profesor de varios ex ministros de Hacienda, el autor de Octubre, octubre y Realidad económica y análisis estructural murió en su casa de Madrid el domingo pasado, pero la noticia solo se ha conocido hoy, cuando sus restos ya habían sido incinerados.

Sampedro tenía 96 años y ninguna gana de protagonizar “el circo mediático en torno a la muerte de los famosos”, según explicó Olga Lucas, su viuda y colaboradora en los últimos años y en los últimos libros —de Escribir es vivir a Cuarteto para un solista, su despedida de la ficción, publicada en 2011—, la mujer que, decía el escritor, hizo que su moribundez fuera “muy satisfactoria”. “Nos dijo que quería beberse un Campari”, contó Lucas sobre los últimos momentos del escritor, “así que le hicimos un granizado de Campari. Me miró y me dijo: ‘Ahora empiezo a sentirme mejor. Muchas gracias a todos’. Se durmió y al cabo de un rato se murió”.

En 1991, durante su discurso de ingreso en la RAE, José Luis Sampedro afirmó que su dios era Jano —“el de un rostro a cada lado”—, y su vida tuvo siempre más de una cara. Nacido en Barcelona el 1 de febrero de 1917, el escritor vivió hasta los 13 años en Tánger, “un mundo que debería ser la tierra entera”, decía. “Los chicos llegábamos al colegio con diversas lenguas maternas, comprábamos golosinas con monedas diferentes, celebrábamos varias fiestas nacionales e incluso nuestro descanso semanal se repartía entre los días sagrados de tres religiones”. Así describía su infancia en ese discurso que le sirvió tanto para subrayar su calidad de “escritor furtivo” como para reconocer que el hecho de haberse dedicado a la literatura en las horas que le dejaba libres su oficio de economista había favorecido que, en su caso, marginalidad y autenticidad fueran más que una rima.

Cuando se estrenó como novelista con Congreso en Estocolmo (1951) Sampedro había escrito ya dos novelas que tardarían 40 años en ver la luz. También una obra de teatro. No en vano, el hombre que en 1977 entró en el Senado por designación real, pasó parte de la posguerra escribiendo con pseudónimo para espectáculos de revista protagonizadas por actrices que dormían en las butacas del teatro. Necesitaba el dinero, pero tuvo que dejarlo cuando le amonestaron en el ministerio de Comercio. Sampedro había llegado a Madrid en 1940 para estudiar económicas. Pensaba que la Economía sería útil para un funcionario de Hacienda y él lo era como “aduanero por oposición”. Había sacado la plaza siendo “un niño” después de dejar Tánger por Soria —”casi antes de la electricidad”— y Aranjuez —”un paraíso” con ventanas al jardín del Príncipe— para recalar en Santander poco antes de que estallara la Guerra Civil. Movilizado en el bando republicano, con la toma de la ciudad por los sublevados en agosto de 1937, el precoz funcionario fue reclutado por los franquistas. “No cambié de bando, me cambiaron”, decía. Por tradición familiar estaba más cerca de las posiciones conservadoras, pero pronto descubrió que la guerra no la habían gando los suyos.

José Luis Sampedro siempre dijo recordar la nobleza de los anarquistas con los que compartío batallón fugazmente, y durante toda su vida mantuvo una actitud lateral respecto al mundo literario y crítica respecto al financiero. Cuando miles de lectores se rindieron en los años ochenta y noventa del pasado siglo a obras como La sonrisa etrusca (1985), La vieja sirena (1990) o Real sitio (1993), su favorita, muchos descubrieron que el autor era un reputado Catedrático de Estructura Económica por cuyas clases habían pasado alumnos con apellidos como Boyer, Sochaga o Solbes.

“Solo los ingenuos y algún premio Nobel de economía llegan a creer que nuestro mercado encarna la libertad de elegir, olvidando algo tan obvio como que sin dinero no es posible elegir nada”, afirmó también en su ingreso académico alguien que reconocía que al capitalismo “le debemos el gran progreso que nos trajo desde las monarquías absolutas hasta las democracias surgidas de la Revolución francesa” pero que deploraba que la libertad no hubiera ido acompañada de la igualdad ni la fraternidad.

Fue su malestar con un tiempo cuyo libro sagrado, decía, es “el Evangelio según san Lucro” lo que acercó a Sampedro al movimiento del 15-M. En los últimos años, ni las cataratas ni la sordera consiguieron aislarlo del mundo. Ya nonagenario recordaba los versos de un poema que había escrito con 14 años y los puestos aduaneros de Hanoi y de Chile, que recitaba con la música de La casta Susana (versión de Marujita Díaz). Su lucidez estuvo siempre a la altura de su memoria. Cuando el periodista Jordi Évole le preguntó en su programa de televisión si antes de la crisis los españoles habían vivido por encima de sus posibilidades, José Luis Sampedro negó rotundo: también el crédito es una posibilidad, dijo. Si como economista sabía deslindar valor y precio, como escritor sabía desactivar con una sola frase cualquier lugar común.

OBRAS ECONÓMICAS

Principios prácticos de localización industrial (1957)

Realidad económica y análisis estructural (1959)

Las fuerzas económicas de nuestro tiempo (1967)

Conciencia del subdesarrollo (1973)

Inflación: una versión completa (1976)

El mercado y la globalización (2002)

Los mongoles en Bagdad (2003)

Sobre política, mercado y convivencia (2006)

Economía humanista. Algo más que cifras (2009)

El mercado y nosotros

NOVELA

La estatua de Adolfo Espejo (1939) -no publicada hasta 1994-

La sombra de los días (1947) -no publicada hasta 1994-

Congreso en Estocolmo (1952)

El río que nos lleva (1961)

El caballo desnudo (1970)

Octubre, octubre (1981)

La sonrisa etrusca (1985)

La vieja sirena (1990)

Real Sitio (1993)

El amante lesbiano (2000)

La senda del drago (2006)

Cuarteto para un solista (2011) -escrita en colaboración con Olga Lucas-

CUENTO

Mar al fondo (1992)

Mientras la tierra gira (1993)

OTRAS OBRAS

Escribir es vivir (2005) -libro autobiográfico escrito en colaboración con Olga Lucas-

La escritura necesaria (2006) -ensayo-diálogo sobre su obra novelística y su vida. Edición y diálogo: Gloria palacios. Ed.Siruela.

La ciencia y la vida (2008) -diálogo junto al cardiólogo Valentín Fuster ordenado por Olga Lucas-

Reacciona (2011)

fuente: El País


José Luis Sampedro busca la sencillez en 'La sonrisa etrusca'

El escritor de 'Octubre, octubre' publica la historia de un campesino que descubre a su nieto en la ciudad

Se conmueve cuando se le dice que su nuevo libro, La sonrisa etrusca, parece escrito con vocación de sencillez y fuerza. "Escribo con una pasión enorme", dice José Luis Sampedro. "La pasión de expresarme. En el libro no hay trucos literarios. Está escrito con la máxima sencillez que he podido alcanzar". La novela de este hombre descomplicado y entusiasta, que se tiene por un buen constructor de historias, trata de un viejo partisano calabrés que viaja a Milán para ver al médico y descubre a su nieto, y a través de él vuelve a vivir. José María Caballero Bonald y Luis Carandell presentarán La sonrisa etrusca esta tarde en la Sociedad General de Autores de España.

Vive a cien pasos de la Gran Vía, en un ático grande y luminoso lleno de silencio, con una terraza algo silvestre, y entre sus cuadros figura un retrato suyo hecho por Mompou en 1957 en el que aparece con un sombrero de paja comprado en el Rastro por dos pesetas un día de calor exagerado, y el gancho del arrastre de barcas de El río que nos lleva.Cuando en 1983 terminó, al fin, Octubre, octubre, después de 19 años de esfuerzo, Sampedro eligió entre sus múltiples ideas la de contar La sonrisa etrusca: la historia de un viejo campesino calabrés que viaja a Milán para que un médico le confirme lo que intuye. El ahogo que la ciudad produce en ese hombre libre quedará compensado por el descubrimiento de su nieto, Bruno, que inspira los fragmentos más cristalinos de un relato ya de por sí transparente como fue el propósito: escribir algo como La historia de la Orden de San Jerónimo, de José de Sigüenza, de la que oyó hablar en páginas de Miguel de Unamuno. Ahí aparece un manantial que el escritor retuvo en la memoria durante 40 años y que le ha guiado para el tono del libro. "No hay trucos literarios. Está escrito con la máxima sencillez que he podido alcanzar. A lo que juego es a que haya toda la ternura posible con toda la transparencia posible".

Historias

"Hay muchas historias en la novela", reconoce, "pero en la vida siempre hay muchas historias". Todas ellas tienen un precedente en la vida real. La pasión por la naturaleza, representada en ese viejo anarquista que Sampedro retrata cálidamente viene de aquel año que pasó cuando tenía 9 ó 10 en casa de su tío el médico en un pueblecito de Soria, y de la guerra de España; mejor dicho, de sus recorridos por los campos, soldado sucesivo en los dos ejércitos enfrentados, y de su contacto con sus colegas campesinos. En la guerra llegó como máximo a cabo. "Ya entonces no me gustaba mandar", dice. De aquel recuerdo nació también El río que nos lleva y, posteriormente, su nombramiento de Ganchero Mayor del Reino con el que lo condecoró el ayuntamiento conquense de Peralejos de las Truchas.La historia del abuelo y el niño: "Hombre, claro", reconoce Sampedro, "ése es el gran tema". En su despacho, en un rincón, un triciclo. Reconoce más cosas: el niño es su nieto, Miguel, de cuatro años, que vive en Aravaca, Madrid, y con quien va a jugar muchas tardes, y reconoce que los pasajes que al niño atañen son verdaderos como pocos. "Toda novela a la que uno se entrega podrá ser mala, pero es autobiográfica".

Salvatore, el viejo, no teme la muerte agazapatada tras el dolor que a veces le roe las tripas, pero le obsesiona morir después de Cantanotte, el viejo fascista semiparalítico de su pueblo con quien mantiene un viejo enfrentamiento. " ¡Yo no le doy a ese cabrón el gustazo de ir a mi funeral!", dice el antiguo partisano. "También soy eso", dice Sampedro; "Cantanotte tiene sus razones. Todo ser humano tiene su razón. No la razón, pero sí su razón".

¿Por qué en Italia? "En el fondo se podría contar igual con la historia de un extremeño en Madrid, por ejemplo, pero al público le cuesta más identificarse con el personaje de un mundo que él ya conoce y no se entrega tanto al personaje".

Llama la atención la intensidad con que escribe Sampedro. De hecho, llama la atención la intensidad que pone para cualquier cosa. Escribió Congreso en Estocolmo -una de sus siete novelas, aunque ha publicado cinco- en el verano de 1951, a veces en un tren de cercanías, con una máquina portátil en las rodillas. Aquel verano sufría un trabajo que no le satisfacía y escapó con la escritura. Un día, un señor le protestó en el tren: "Con el calor que hace aquí, y usted escribiendo; nos da más calor". La rapidez de Congreso... fue excepción: El río... le llevó 11 años, y Octubre..., 19.

No se siente desbordado por la importancia de Octubre..., reconocida con bastante unanimidad tras su publicación. "Cada obra es distinta". En ella, siempre supo que su ambición de crear un mundo era desmesurada. "Sobre 100, conseguí digamos 70. En La sonrisa... me he acercado más".

Galdós y Victor Hugo dibujaban sus personajes. Sampedro consigue fotos de ellos, y particularmente de los femeninos, más difíciles. La cara de Ágata, en Octubre..., es la de un paje que aparece en un cuadro renacentista italiano hallado en una revista tras años de búsqueda. "Recorté la imagen y la llevé en la cartera durante ocho o diez años como si fuera una novia". La formidable documentación que se encuentra tras toda novela de Sampedro tiene un sólo objetivo: "Que yo me crea mi historia. Si no me la creo yo, ¿cómo voy a a convencer a los demás?". Sampedro puede mostrar los mapas de Madrid, desde el año 1600, que usó para Octubre..., o las minuciosas planillas en las que sigue la vida de sus personajes.

Aventuras

El escritor se considera a sí mismo más un anarquista que otra cosa. No soy un anarquista de poner bombas, como no lo son los anarquistas de verdad. Soy un anarquista un poco barojiano. Me gusta ir gratis a los institutos de la periferia de Madrid y esas cosas". Esas cosas son, por ejemplo, sus paseos por Madrid, "que es donde están las grandes aventuras. Lo bonito de Madrid es, todavía, la tremenda facilidad de hablar con cualquiera". Aventura es para este joven de 68 años encontrar una peluquería donde, bajo el perfil de una mujer años veinte, aparece la leyenda "Se arregla el pelo a señoritas", o poder aprender los nombres de pasteles en el escaparate de la confitería de la esquina. La sonrisa etrusca está impresa Sampedro ya acaricia la idea de escribir la historia de la vieja sirena: una sirena que envejece, un ser inmortal que envejece. "¡Un tema fabuloso!", se entusiasma, y por una vez se pone abstracto: "La voluptuosidad de la sombra de la muerte cerca de la vida".

fuente: EL PAÍS

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