jueves, 16 de junio de 2016

Ella de Carlos Salem


Como la tierra de Carlos Salem


La observadora, entrevista a Carlos Salem

sin cuartel


Mis manos te andan buscando
para rasgar tu timidez
con violencia de pájaro.

Y me propongo hacer de nuestros versos
cuerpos
que toquen a las seis
zafarrancho de combate.

Tus maletas
siempre listas
amenazan retirada.

Preparo la invasión sin más armas
que las que ya conoces
y extrañas.

Cargo los dedos de municiones.
Afilo las palabras.

Y busco tu trinchera
con la ferocidad del que sabe
que enfrente no tiene un enemigo
si no un semejante.

Nunca acabaste de escribir
el manual con restricciones para amarte
así que el instinto
es único tratado que nos vale.

Cuando se ponga el sol
estaremos
los dos
más vivos que antes.


Carlos Salem

Instrucciones para el uso del tiempo


Desnudar el tiempo.
Acariciar el tiempo.
Besarnos
todo el tiempo
para que la ausencia duela menos.

Hacer con él una pelota para jugar volando
y arrojarlo juntos
lo más lejos posible de la cama.

Pasar luego mucho tiempo
buscando el tiempo
entre abrazos llegotarde
y besos quempezamosotravez.

Hallar
más tarde el tiempo
hecho un ovillo en un rincón
cerca de la ventana.
junto con las responsabilidades cotidianas
y tus bragas.


Carlos Salem

Comme chante Edith




Comme chante Edith

I

Verte salir del metro de goncourt
como si fuera el de tirso de molina.

Andar de puente en puente y encontrarnos siempre.

Creernos los primeros que ven la vida en rosa.
Hallar belleza hasta en las tiendas de souvenirs.

Buscar casi sin dormir un bar abierto
para desayunar y sentir que también aquí
se equivocan con nosotros los relojes.

Creer que perdía tu sonrisa
entre la cuatro patas de la torre.

Descubrir que en realidad
tu sonrisa es familia de la mía.



II

Los músicos conspiran y se emboscan
para ponerle banda sonora a la visita.

Tus manos dibujan de aire cada calle
y ya quisieran los genios del louvre
saber pintarlas así.

Explicas catedrales con los ojos
y en tu mirada florecen
perennes
todos los jardines de la ville.

Somos turistas de la felicidad
comiendo tabulé en el metro
y no hay fondue que queme
y alimente tanto como tus besos.

Podrán cambiarnos el futuro por los miedos.

Podrán decir que el sena es sólo un río
y que la realidad no cabe en l' ile de sant louis.

Pero desde hoy
donde estés tú
donde esté yo

si nos abrazamos

estará parís.

Carlos Salem

22

"No cambies nunca"
te dije una vez
y lo he pensado miles.

No pierdas esa serenidad
regada de lágrimas secretas,
ese placer por tu placer,
esa sonrisa tendida a los demás
como una mano.

No permitas que la vida te haga otra,
menos atenta a los atardeceres,
contable de favores,
coleccionista de migas,
madrugadora para nada.

Que pase el tiempo pero no tus ganas.

Que nada te frene las caderas,
que sigas queriendo como quieres querer,
con esa plenitud de luna en celo,
con la furia feliz de las mareas.

Que los años te acaricien como yo,
torpes y enamorados,
que nada ni nadie te convenza
de que vivir de verdad
es vivir equivocada.

No vendas ese coraje sin puñales,
ese paso de baile con tu sangre,
esa magia de mujer hecha de estrellas,
ese cariño cotidiano por los tuyos
que va pariendo eternidades.

No dejes de mover el mundo
como mueves las manos cuando hablas.

Sigue tejiendo a golpe de pestaña,
esa tela que me atrapa sin arañas.

"No cambies nunca"
te dije una vez
y lo he pensado miles.

Cuando te espío dormida,
cuando te miro
porque no me miras,
cuando te admiro
aunque no lo diga.

No cambies nunca,
que a mí
ya me has cambiado
para bien
y para siempre.

Te invito
a que te quedes
a comprobarlo.

Celebro
que te quedes
a celebrarlo.

Carlos Salem - El amor es el crimen perfecto

miércoles, 15 de junio de 2016

Relatos Negros, cerveza rubia

Con la próxima llegada de Carlos Salem a Palencia por el tercer encuentro de clubes de lectura, hemos leído Relatos Negros Cerveza Rubia, publicado por Navona en febrero de este año.

Si bien ha habido opiniones muy diversas, en lo que sí se ha coincidido es en que los relatos son muy ágiles, imaginativos y sorprendentes. Enmarcados en una atmósfera lúgubre y con unos personajes en los que el adjetivo peculiar a veces se queda corto.

No nos ha dado demasiado tiempo a desgranar el recopilatorio de relatos, pero algunos de los que más nos han llamado la atención han sido las versiones libres de los cuentos clásicos: Blancanieves, Cenicienta y las dos hadas; y los que tenían alguna reminiscencia política, ¡ay! Carlos Gardel y el Petiso... ¡Ay! Videla... qué de preguntas... y ¡ay! Franco, que los huesos no están.


Mientras esperamos al sábado para que Carlos Salem hable de su obra, os dejamos un artículo de El Mundo sobre este libro.



'Un cuento es una pelea en un callejón'
  • MATÍAS NÉSPOLO Barcelona
23/03/2016
A Carlos Salem (Buenos Aires) no le van las etiquetas. «Las usamos para no pensar», dice y con razón, porque en su caso se ha caído en el exceso: desde realismo sucio o realismo mágico urbano hasta heredero de Bukowski en castellano. Al punto de que el autor afincado en España desde 1988 acabó acuñando la suya propia y, de paso, se inventó un género como «broma» entre copas: «la cerveza-ficción».

Pero conviene tomar la broma muy en serio con la publicación de Relatos negros, cerveza rubia (Navona), no sólo porque vienen encabezados por siete principios en forma de Apuntes para una teoría de la cerveza-ficción, sino porque asegura que al mismo género ya pertenecía su anterior novela, En el cielo no hay cerveza, y otras dos de próxima publicación, protagonizadas por Poe, un outsider con mucho de álter ego también recurrente en estos cuentos.

«En la broma había una reivindicación del relato canalla con mucho trabajo detrás, pero que no se notara, y el intento de recuperar algo que parece que se haya perdido: la ironía y el humor, como si Espronceda hubiera sido japonés», resume Salem, sensiblemente indignado con el precio que se le hace pagar a quien ose provocar la risa en letra de molde. «Uno de los pocos autores que lo sigue haciendo sin pagar ese peaje es Eduardo Mendoza», protesta.

Pero no se trata sólo de hacer reír, sino «de que se te caiga un lagrimón, de ponerte cachondo, de hacerte enojar... Estoy a favor de la manipulación de los sentimientos de la cultura popular, cuando se hace con respeto», aclara el premiado autor de Matar y guardar la ropa (2008) y Un jamón calibre 45 (2011), entre otras, que se ha convertido en un fenómeno en Francia. Cuerdas emocionales que Salem toca con maestría en todos los registros, porque además de escritor policíaco, como poeta causa furor con los versos tan desmelenados como explícitos de El amor es el crimen perfecto o Follamarte, por ejemplo, ya por su séptima edición.

Sin embargo, ahora le toca el turno al relato y Salem lo tiene claro: «Una novela es un combate por el título, un cuento es una pelea en un callejón. No hay reglas, la cuestión es quién tumba a quién». De allí que en sus relatos imprevisibles y acelerados -en donde un escrupuloso sicario puede pasar por la barbacoa a un contingente completo de turistas japoneses, un respetable padre de familia puede acabar con justicia apaleado después de unas copas o un taburete de cualquier barra de Malasaña se convierte en una maldición- todo vale.

Pero cuidado que no todo es invención. «Me gusta que hayan elementos reales, porque los lectores nunca aciertan», dice Salem recordando al loco que se tumbaba en la curva de una carretera en plena noche para decir «el cielo debe estar en otra parte».

En la media docena de ocasiones que el escritor (como una cuba) lo acompañó en esa contemplación nocturna, el episodio no pasó de un frenazo y unos cuantos insultos. Hasta que cayó en la cuenta de la locura que estaba haciendo y llamó a los servicios sociales. Locura o no, porque supo tiempo después que el loco reincidente fue arrollado sin su compañía. «Primero hay que vivir y luego escribir de memoria», dice el autor que publicó su primer libro a los 47 años. «Y estos relatos representan una época bastante salvaje de mi vida», se sincera. Aunque no todas las escenas violentas, algunas de bella justicia poética, tienen un referente autobiográfico. «Los escritores somos unos cobardes que hacemos justicia sobre el papel», dispara a quemarropa.

En todo caso, lo cierto es que entre los personajes que pueblan estos relatos, como la suspicaz Lola detrás de la barra, el brutal Harly capaz de llorar sin embargo con una película te Terminator o los matones Toni y Ray, hay uno que se le parece mucho al autor: el periodista desencantado Poe, y su alias le viene de su salidas de tono poéticas en mitad de una crónica. «Representa al tipo que por capacidad podría encajar en el sistema, pero no le sale de las pelotas», dice Salem y pone distancia. «Él se cree un Rey Midas al revés, tiene miedo de ser escritor y no se permite ser feliz; yo no tengo miedo, estoy enamorado y sí me lo permito».

En suma, una seguidilla de variadas y contundentes porciones de vida, como imprevisibles pueden ser las peleas de callejón con un hilo conductor, más allá de la declarada afición por el lúpulo. «Los bares y la noche, en la que todos somos de verdad, ya sin careta», resume Salem. «Porque es la falta de amor la que llena los bares», concluye recordando aquella vieja canción de La Cabra Mecánica.

Si escribir fuera esto por Héctor Abad Faciolince

Si escribir artículos se pareciera a hacer sudokus o a llenar crucigramas. O si fuera más bien como jugar una partida de ajedrez (contrincante el lector, juegas con negras). O si tuviera algo que ver con el ordeño de las vacas al amanecer o con el paciente oficio del jardinero que siembra, abona, poda, quita la maleza y luego espera a que las matas broten y las flores florezcan. Si escribir fuera como pegar ladrillos hasta completar una pared, un edificio, siguiendo un plano diseñado por otro. O como cepillar una tabla el carpintero y serruchar y armar hasta ensamblar un mueble: la mesa coja, el sillón de lectura, la alacena vieja.


Si escribir consistiera en bailar con las palabras o si no fuera más que pasar en limpio el pensamiento. Si este trabajo tuviera algo que ver con correr la maratón o atravesar nadando el canal de la Mancha: técnica y resistencia. Si uno mezclara ideas y frases como quien cocina un sancocho, una paella, y a cada párrafo fuera probando si no le falta sal o le sobra pimienta. Si escribir y hablar fueran la misma cosa y lo que se escribe saliera como sale la voz al conversar con una amiga íntima en el bar o en la sala de la casa. Si hubiera un remoto parecido entre escribir y hacer goles, o entre escribir y parar un penalty, o entre escribir y caminar por el campo o por las calles del centro. Si esto que hago cada día fuera como sumar y restar y elevar al cuadrado; si fuera como rezar y pedir un milagro que no ocurre.

Si todo lo anterior no hubiera provocado ya la huida de todos los lectores, entonces les podría decir que la escritura no se parece a nada y que para llegar hasta este punto (que en realidad es una coma), lo único que uno puede hacer es rayar papelitos sin parar, hacerlo con sentido y sin sentido, con ganas o sin ganas, fatigar el teclado con las yemas de los dedos, ordeñar las meninges para encontrar un tema siempre esquivo, un personaje que no llega, y leer a los maestros en busca de un estilo, un pensamiento o un tono que te salven del tedio de lo inútil y del aburrimiento.

Si escribir fuera esto: reflexionar tan solo sobre lo que se escribe, sobre la escritura misma, como pasarse el día mirándose al espejo, en vez de transmitir ideas, información, historias que diviertan, enseñanzas, maneras de decir con claridad lo que otros ya han pensado (o dicho), pero con otra forma más eficaz y más evocadora, más suave o más violenta.

Si escribir fuera fácil como masticar con buenos dientes, o beber agua limpia con la sed del desierto, o como desear a la mujer del prójimo y seducirla y acostarse con ella. Si escribir fuera pecar. Si fuera tan sencillo como echarse en la hierba a descifrar la forma de las nubes cuando nos sobra tiempo o cuando el tema que hay es siempre el mismo: la paz y la política, la guerra y la violencia, la hedionda corrupción o los benditos impuestos, el Ébola, los gays o las epístolas del los obispos, las mujeres vejadas, las masacres de jóvenes en México, las arbitrariedades de Putin, las idioteces de Maduro o los titubeos hamletianos de un Obama incapaz de cumplir sus promesas.

Si escribir fuera esto: al fin no decir nada en tres mil seiscientos sesenta y nueve caracteres (contando espacios, letras, signos de puntuación): disolver en volutas de palabras la carencia de ideas. Ah, si fuera todo esto y nada más, entonces sería muy fácil llevar, como yo llevo, cuarenta años escribiendo artículos todas las semanas, como una abeja hace miel o una hormiga hormigueros, como hacen nidos los pájaros y ponen huevos sin pensar en ello, porque qué más se va a hacer si no servimos para nada distinto y a veces ni siquiera para esto.

Lunática por Héctor Abad Faciolince


Lunática  
11/06/2013 - ilustración por N.I

Podría no haber luna,
es verdad,
y las cosas no serían tan distintas.
Más leves las mareas,
las noches más oscuras,
un tema menos entre los enamorados,
perros más sosegados en la madrugada,
y poetas que nunca
escribirían versos al claro de la luna.
La tierra bien podría
arreglárselas sin luna
y poco cambiaría su rotación silenciosa,
la elíptica emoción de su trayecto.

Pero también podría haber dos lunas,
o tres, o cinco, o siete,
cada una con su nombre
masculino o femenino,
malunga, elof, comón,
que los niños despacio aprenderían,
señalando hacia el cielo,
como se les enseñan
los meses o los días.

Y esas múltiples lunas luminosas
tendrían sus crecientes y menguantes,
vendrían con sus fases y períodos,
con sus caras ocultas
y rostros conocidos,
con sus mares y cráteres,
con nombres de astronautas
asociados a ellas,
como Armstrong,
de quienes las hubieran
hollado
alguna vez primera.
Aquella podría ser
más grande o más pequeña,
o se vería más grande
sin serlo, simplemente,
porque estaría más cerca de la tierra.

O la luna como es
podría a su vez tener
una pequeña luna que se viera
a simple vista,
y que le diera vueltas
la noche entera,
como un ciclista incansable
en un velódromo celeste,
y nos lo enseñara todo
sobre la rotación
de planetas y satélites.

Podría haber un tipo de luna
un día, y otro otra,
o noches de tres lunas
y noches de una sola,
y solamente cinco noches al mes
el cielo tenebroso,
sin una sola luna,
para que todos lo hombres se sintieran
oscuros y huérfanos
mirando las estrellas,
tejiendo teorías fantásticas,
de cosechas y siembras
y horóscopos lunáticos.

Podría no haber luna,
es verdad,
y si no la hubiera habido
nunca,
no nos haría falta,
porque la tierra, el mar,
los perros, los amantes, los poetas,
bien podrían pasársela sin ella.

Un poema en el bolsillo



Un poema en el bolsillo Por Héctor Abad Faciolince

Cuando su padre muere asesinado, Héctor Abad Faciolince encuentra, en uno de sus bolsillos, un soneto de Borges. Años después, ante la insinuación de que se trata de un apócrifo, rastrea su origen. El resultado de esa indagación: cinco poemas inéditos.
Agosto 2009

Yo no me acuerdo ya del momento en que esta historia empieza para mí. Sé que fue el 25 de agosto de 1987, más o menos a las seis de la tarde, en la calle Argentina de Medellín, pero ya no me acuerdo bien del momento en que metí una mano en el bolsillo de un muerto y encontré un poema. En este caso tengo suerte; apunté en mi diario, aunque nunca pensé que lo fuera a olvidar, que había encontrado un poema en el bolsillo de mi padre muerto. Ese momento yo ya no lo recuerdo. Todo aquel que haya llevado un diario lo sabe: hay trozos de la vida perdidos en el recuerdo que, sin embargo, la escritura recobra con una nitidez que se parece mucho a la vida.

Como yo no recuerdo bien lo que pasó al caer la tarde del 25 de agosto de 1987, como el recuerdo es confuso y está salpicado de gritos y de lágrimas, voy a copiar un apunte de mi diario, escrito cuando aquello estaba todavía fresco en la memoria. Es un apunte muy breve:

 Lo encontramos en un charco de sangre. Lo besé y aún estaba caliente. Pero quieto, quieto. La rabia casi no me dejaba salir las lágrimas. La tristeza no me permitía sentir toda la rabia. Mi mamá le quitó la argolla de matrimonio. Yo busqué en los bolsillos y encontré un poema.

 Hasta ahí el diario, en la entrada del 4 de octubre del año 87. Después hay algunas citas dispersas de versos del poema, pero en mi cuaderno no transcribo el poema completo. El poema completo lo publiqué después, el 29 de noviembre de 1987, en el Magazín Dominical de El Espectador. Ahí digo, por primera vez, que el poema es de Borges.

¿De dónde saqué yo que el poema era de Borges? No lo sé bien. Lo más probable es que el poema escrito a mano viniera firmado con su nombre, o por lo menos con sus iniciales. Porque esa hoja copiada de puño y letra de mi padre yo ya no la encuentro. Me dirán que eso no puede pasar, que uno no pierde ni bota algo así, un documento tan íntimo, un papel tan importante. Soy desordenado, olvidadizo, a veces indolente. Además, yo salí de Colombia el día de Navidad del año 87, sin pasar siquiera por mi casa a empacar la maleta. Todo se quedó atrás, en manos de una familia enloquecida de tristeza y de miedo. En algún momento el papel se extravió; o alguien, sin pensarlo, lo tiró a la basura como una cosa más entre las cosas. Sin embargo, fuera de la publicación en el Magazín, tengo otra prueba.

Es una prueba tallada en piedra. Se trata de la lápida que pusimos en el cementerio de Campos de Paz, sobre la tumba de mi padre. Se puede todavía ver, o al menos adivinar, el poema, porque incluso las palabras cinceladas en piedra se van borrando, igual que la vida y tal como los sueños.
En la lápida el poema está firmado por unas iniciales: J.L.B. Son las mismas de Borges. Fuera del cuaderno, fuera del Magazín, fuera del mármol, el poema ahora también está impreso en mi memoria y espero recordarlo hasta que mis neuronas se desconfiguren con la vejez o con la muerte. Dice así:


Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres, y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte, y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso, con esperanza, en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.


Después pasó el tiempo. Mucho tiempo: veinte años. Nadie le prestó atención a este soneto inglés (y digo inglés por su estructura: tres cuartetos más un dístico final). Ni siquiera yo mismo. Hasta que publiqué un libro a finales del año 2006, El olvido que seremos, cuyo título está tomado del primer verso del poema. En el libro yo digo, por otra leve traición de la memoria, que el título del poema es “Epitafio”. Si piensan en el tema del poema y en la lápida del cementerio entenderán de dónde nace la confusión en mi cabeza. En el libro tampoco pongo en duda el nombre del autor. Escribo que el poema es de Borges.

Como el libro fue bastante leído en Colombia, y como el éxito es siempre sospechoso, vinieron los expertos y los suspicaces a decir que el poema era apócrifo, que el poema no era de Jorge Luis Borges, dijeron incluso que yo se lo atribuía a Borges para vender más libros, para poner mi nombre de enano al lado de un gigante. Yo sabía desde antes, desde siempre, que el soneto no aparecía ni en la Obra poética ni en las Obras completas del poeta argentino. La cosa me extrañaba, pero poco me importaba. No me preocupaba mucho el problema de su autoría: el soneto era hermoso, el soneto era importante para mí, y eso era suficiente.

Durante muchos años el misterio y la rabia se concentraron en tratar de averiguar quiénes habían matado a mi padre; me importaba muy poco verificar quién era el autor del poema. En el papel decía que era de Borges, y yo lo creía, o al menos quería creerlo. Como es natural en esa situación, me intrigaba más la maldad que la poesía; menos el enigma de la belleza que el enigma del mal. Al lado de la atrocidad de la muerte, ese pequeño acto estético, un soneto, no parecía tener mayor importancia.

El caso es que las dudas ajenas, y también la ajena maledicencia, acabaron por obsesionarme a mí también. Cuando publiqué El olvido que seremos, yo vivía en Berlín, era invierno y me habían dado una beca para escribir: tenía mucho tiempo. Se me metió en la cabeza que tenía que averiguar de quién era realmente ese poema. El primer despiste, pero también la penúltima pista, me los dio un curioso poeta colombiano, Harold Alvarado Tenorio.

Yo mismo le escribí la primera vez a Harold, yo mismo lo llamé desde Berlín para pedirle que me ayudara a rastrear el origen y el autor del soneto. ¿Por qué lo llamé a él? Porque hasta ese momento, enero del año 2007, la única publicación en español que había, en internet, de ese poema, estaba en un relato de Tenorio en la segunda entrega de la revista Número, del mes de octubre de 1993. El texto lleva el título de “Cinco inéditos de Borges por Harold Alvarado Tenorio”. Allí él cuenta la historia de cómo habrían llegado a sus manos cinco sonetos de Borges, en Nueva York, el 16 de diciembre de 1983.

Según el relato publicado en Número, tres personas presenciaron el milagro: el poeta venezolano Gabriel Jiménez Emán, una bellísima estudiante argentina de medicina, María Panero, y el mismo Tenorio. Cuenta Tenorio que Borges, súbitamente enamorado de María Panero, le dictó a ella los sonetos, en distintos sitios, antes de una conferencia.

Fuente: letras libres

el dolor de los Abad: carta a una sombra

Carta a una sombra recontruye en imággenes lo que ya hiciera en letra El olvido que seremos, la memoria de Héctor Abad Gómez






Si quieres leer una entrevista a Héctor Abad Faciolince y su hija, directora del documental, puedes pinchar aquí.

Encuentro con Carlos Salem


jueves, 2 de junio de 2016

El olvido que seremos

Pocas veces en el club estamos todo el mundo tan de acuerdo como nos ha ocurrido con El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince.
Nos ha encantado
Ha sido todo un descubrimiento
Una delicia
Han sido las frases más repetidas por las personas participantes de nuestro club.

La manera en la que se describen las relaciones familiares, la sociedad de Colombia, los sentimientos... todo está relatado con un lenguaje exquisito, preciso, en el que no sobra ni falta nada.

Desde luego, el libro memorial, como el propio autor lo califica, sobre la vida de su padre, un profesor universitario con una gran conciencia social; ha sido una gran elección para nuestra penúltima sesión del club. Y Héctor Abad Faciolince, sin duda,
un autor por descubrir.