No vengo de ningún país, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Soy el hijo del camino... todas las lenguas y todas las oraciones me pertenecen. Pero no pertenezco a ninguno de ellos
Amin Maalouf
Amin Maalouf, (Beirut, 25 de febrero de 1949): escritor libanés de lengua francesa, cuya trayectoria como narrador y ensayista ha sido reconocida con numerosos premios. Entre ellos el Príncipe de Asturias de las letras en 2010, el premio Maison de Presse por su novela Samarcanda, y el premio Goncourt por La roca de Tanios en 1993.
Aunque nació en Beirut, en el seno de una familia árabe católica, los primeros años de su infancia los pasó en Egipto, país donde vivía su abuelo materno. Su padre fue un periodista conocido en Líbano, además de poeta y pintor.
Amin Maalouf estudió primaria en su ciudad natal en un colegio francés de jesuitas (su madre era católica y francófona).
Cuando estudiaba sociología y economía política en la universidad, Amin Maalouf conoció a Andrée, con quien se casaría en 1971. Poco después comenzó a trabajar como periodista (siguiendo la tradición familiar) para el principal diario libanés, An Nahar, como corresponsal internacional. Fue enviado especial en zonas problemáticas como Vietnam y Etiopía, y también estuvo en Bangladesh, India, Somalia, Kenya, Yemen y Argelia. Al estallar la guerra civil en Líbano en 1975, Maalouf decidió abandonar su patria, y exiliarse a Francia, donde vive actualmente.
En 1985 se comenzó a dedicar plenamente a la literatura. Sus libros han sido traducidos a numerosos idiomas. Su narrativa, con el telón de fondo del Mediterráneo, constituye una exaltación de la diversidad, una reflexión constante sobre la condición extranjera de todos los seres humanos, y un intento por recuperar el maltrecho diálogo entre Oriente y Occidente, mezcla la realidad histórica con la ficción, y aspectos de dos culturas diversas como la occidental y la oriental.
En 2004, publicó un notable libro de memorias: Orígenes.
Además de novela y ensayo, Maalouf ha escrito libretos de ópera, especialmente con la compositora finlandesa Kaija Saariaho, con quien ha obtenido gran éxito tanto de crítica como de público.
El 23 de junio de 2011 fue elegido miembro de la Academia Francesa en la silla 29, que antes ocupó, hasta su muerte en 2009, Claude Lévi-Strauss.
"Es interesante contar la historia desde el lado de los perdedores"
MARTES, 19 DE AGOSTO DE 2014 Javier Albisu EFE / Diario Sirio-Libanés
Amin Maalouf, premio Príncipe de Asturias de las Letras 2010, es un "optimista inquieto" al que le interesa "contar la historia desde el lado de los perdedores" con el convencimiento de que la realidad no es inmutable y de que basta con imaginar el mundo de otra manera para reinventarlo.
"Intento comprender la realidad sinceramente, sin ponerme orejeras para escuchar sólo lo que quiero oír. Una vez que hago el diagnóstico me digo que la realidad no es inmutable y que hay que transformarla, imaginar el mundo de otra manera y eventualmente reinventarlo", explica el literato en una entrevista con EFE.
Es el optimismo de un artista marcado por la guerra, que le llevó a cambiar su Beirut natal (1949) por París, ciudad en la que se instaló en 1976 y donde trabajó como corresponsal para la prensa árabe hasta que el periodista fue dejando paso al escritor en el que se ha convertido.
"Para mí trabajar es escribir, desde que era niño. Vengo de un entorno en el que se escribía", dice Maalouf en el salón de su casa, en un clásico apartamento de un barrio residencial parisino, impregnado de olor a incienso y alfombras árabes, un soñador, que nunca para de "construir historias".
"A veces es incluso peligroso porque cuando empecé a conducir, podía perderme tanto en mis pensamientos que provocaba accidentes", recuerda Maalouf, autor de "León, el africano" o "Samarkanda".
Con el tiempo ha aprendido a contenerse. Si le surge una idea al volante, la vuelca en la pequeña libreta que lleva en el bolsillo y luego la transcribe con su computadora.
Escribe temprano, cuando se siente más lúcido. A veces en su despacho, donde duerme enroscado un enorme gato al que Maalouf llama su "mejor asistente literario". Otras veces, encerrado en la casa que tiene en una pequeña isla al oeste de Francia, se levanta al amanecer y teclea hasta el mediodía. Luego pasea o se entretiene en lecturas que no tengan nada que ver con su proceso creativo. En su cabeza siempre está presente el convulso mundo en el que vive y que le lleva a centrarse en sus textos para buscar soluciones, dice un artista influenciado Leon Tolstoi, Thomas Mann, Stefan Zweig, Cicerón o Mark Twain.
Reflexivo y buen conversador, cree que "si hubiera mucha gente de buena voluntad, que intentase hablarse y comprenderse y no permanecer encerrados en una visión estrecha, las cosas irían mejor". La literatura "puede ser una herramienta de paz porque puede imaginar un mundo diferente. Tenemos que reinventar el mundo. La literatura tiene la obligación de hacerlo, en todas las lenguas", asegura alguien que cree plenamente en que conocer la cultura y la literatura de otros pueblos allana el camino para la convivencia.
"Podemos imaginar perfectamente una solución donde todos los pueblos de la región, los israelíes, los palestinos y los de alrededor sean ganadores. Todo el mundo puede ser ganador, tener paz, prosperidad, seguridad...mucha gente cree en ello", asegura.
Así se expresa alguien que entiende que el mundo se "ha ido envenenando" en décadas de un conflicto que exacerba la tensión en el mundo, pero que cree que la paz es posible.
"Si me hubiera hecho esa pregunta hace dos años, le habría dicho que no. Si me pregunta dentro de dos años, quizá le diga que tampoco. Hoy tengo el sentimiento de que hay una perspectiva. No me atrevo a decir cuál es el porcentaje de posibilidades que le daría a la paz, pero es posible", afirma.
"Vivimos en un mundo en el que la gente se acuchilla sin conocerse. Necesitamos conocernos mucho más. Cuando conocemos la literatura de otros, no podemos seguir mirando a ese pueblo de la misma manera", reflexiona un escritor que creció en un entorno árabe-musulmán y que se educó en un colegio jesuita donde aprendió francés, el idioma en el que escribe.
Habla la voz de la experiencia de un apasionado por la historia que viene de una región "que ha conocido grandes momentos de gloria pero que actualmente atraviesa momentos difíciles".
La historia "nos da a la vez ejemplos de tolerancia y de intolerancia. Podemos encontrar ejemplos que nos muestran que la gente no puede vivir conjuntamente. Pero podemos encontrar ejemplos de lo contrario", analiza Maalouf, un pensador que en el diagnóstico intenta ser realista, pero optimista en la práctica.
"Cuando se trata de buscar soluciones, intento ser imaginativo", asegura.
MAALOUF Y LA NOSTALGIA DEL PORVENIR
El escritor regresa a la ficción con la novela 'Los desorientados' Habla del creciente sectarismo en el mundo árabe Disecciona los males de un tiempo en el que el futuro parece cosa del pasado
JAVIER VALENZUELA Madrid - 23 OCT 2012 Europapress
Amin Maalouf, que está en Madrid presentando Los desorientados (Editorial Alianza), su última novela, sigue con preocupación las noticias de Líbano, su país natal. “¿Qué es lo último?”, pregunta nada más estrecharnos la mano en un despacho de la Casa Árabe. “Parece que se multiplican los llamamientos a la calma, que ninguna de las partes quiere lanzarse a un conflicto incontrolable”, le respondo. Y añado: “Por el momento”. Maalouf carraspea —anda acatarrado— y dice: “Sí, cada vez va a resultar más difícil aislar a Líbano del conflicto sirio, los riesgos de extensión son enormes y crecientes”.
El escritor está manifiestamente entristecido. Por lo que ahora ocurre en Líbano y por lo que ocurre en los últimos años en Europa y en todo el mundo. Y eso también se nota en Los desorientados. Maalouf cuenta en esa novela una historia que podría ser la suya: la del regreso a su país natal de Adam, alguien que lleva cinco lustros fuera, la del reencuentro de Adam con sus amigos de juventud y la evocación común de todas las cosas que se han perdido y todas las traiciones que se han cometido, la de la constatación de que todas las existencias solo son un exilio.
Estoy en contra del multiculturalismo en el que cada cual vive en su gueto
Al final de la novela se dice que la vida de Adam está “en suspensión, como su país, como este planeta, como todos nosotros”. Sí, el mundo está en suspensión y se extiende el sentimiento de que va a terminar cayendo del lado malo. Por primera vez en su existencia, la generación de Maalouf, la que nació en mitad del siglo XX, tiene la impresión de que podría vivir los horrores que padecieron sus padres.
“Me acuerdo con frecuencia de Stefan Zweig, que, dada la evolución de la Europa de su tiempo, llegó a la conclusión de que aquel mundo ya no era el suyo”, dice Maalouf. “Sentía que ya no había ninguna escapatoria, así que terminó suicidándose tras un acontecimiento que hoy nos parece muy secundario: la caída de Singapur, en 1942. Ahora muchos compartimos el sentimiento de que no hay luz al final del túnel, pero la hay, aunque no la veamos. Ahora bien, ¿es posible que tengamos que vivir años de locura y de violencia antes de llegar a la sabiduría? Es posible. Hizo falta el horror de los años treinta y la II Guerra Mundial para que Europa dijera ‘basta’. Puede que el destino de la humanidad sea tener que estrellarse contra el muro para sentir así su dureza y buscar otra salida”.
En 2010 Amin Maalouf firmó una petición para que el Príncipe de Asturias de la Concordia les fuera concedido a los moriscos expulsados de su tierra en los siglos<TH>XVI y XVII. No lo consiguió, pero él recibió ese año el Príncipe de Asturias de las Letras. Nacido en Beirut en 1949, instalado en Francia para escapar de las guerras que desangraron Líbano en los años setenta y ochenta, escritor en la lengua de Molière, ganador del Goncourt en 1993 y miembro de la Academia Francesa desde el pasado verano, sus ensayos y novelas siempre han sido coherentes en la defensa del mestizaje en democracia, de la asunción de las muchas identidades con las que cargamos la mayoría.
Su primer gran éxito, la novela León el Africano, versa sobre un granadino, Hasan ben Muhamad al Wazzan, que tuvo que abandonar su ciudad porque allí se imponía a sangre y fuego la voluntad uniformadora de los Reyes Católicos y su Inquisición. Cinco siglos después, las cosas no son tan diferentes. Resurgen aquí y allá los fundamentalismos religiosos y nacionales, y se desvanecen las esperanzas en que el mundo acepte a individuos como Maalouf, a la vez libanés y francófono, de origen grecocatólico y defensor de los valores laicos y democráticos, árabe y europeísta, mediterráneo y ciudadano del mundo.
“Vivir juntos es cada vez más difícil”, suspira. “En el mundo árabe, la situación de las minorías es cada vez más precaria y hay una polarización comunitaria, como la que opone a chiíes y suníes, que no se conocía desde hace siglos. Y en Europa aumenta la impaciencia respecto a los musulmanes. Lo vemos incluso en sociedades con una gran tradición de apertura como Dinamarca y Holanda, que se están convirtiendo en tensas y desconfiadas. Esos dos movimientos se alimentan mutuamente, y la gente como yo se siente cada vez más inquieta, por no decir desesperada”.
Respira hondo y prosigue: “Pero no me rindo. Vivir juntos es algo muy complicado, que necesita ser gestionado con sutileza, lucidez y perseverancia. No es algo que se produzca espontáneamente, ni algo que quede solucionado de una vez por todas. Pero es indispensable para evitar esa pesadilla hacia la que nos dirigimos”.
—Quizá ya estemos ahí, en esa pesadilla —le digo—. Además del ascenso del espíritu de tribu, sufrimos la ley de la jungla en las relaciones económicas y sociales.
—Sí, las sociedades europeas viven una profunda crisis ligada al retroceso de los valores de solidaridad y bien común. Gestionar la coexistencia de gente que viene de culturas diferentes, es explosivo. Pero debemos hacerlo.
—¿Cómo?
—Lo primero es saber en qué condiciones vivimos juntos, qué es lo permisible y qué no lo es. El hecho de aceptar los otros no quiere decir aceptar cualquier cosa. Yo no estoy a favor del multiculturalismo entendido como que cada cual viva en su gueto y a su manera, estoy a favor de la integración. A favor del respeto de la dignidad del ser humano y del progreso social, no del respeto de las tradiciones. Europa debe dirigirse a los ciudadanos, no organizar las relaciones entre las tribus.
En Los desorientados, hay un momento en el que alguien dice: “El país del que tengo nostalgia no es el pasado, es el porvenir”. Maalouf cree que su generación tiene razones para la nostalgia. “Se es nostálgico de todos los sueños que se han tenido y no se han realizado”, dice. “Y hay ideales indispensables que nosotros hemos tenido y ahora son rechazados: los de solidaridad y de igualdad.
Estamos en un mundo donde la desigualdad es promocionada como una forma de modernidad. Aún estamos en la resaca de la debacle del comunismo: se continúa considerando que todos los valores que fueron predicados, y luego travestidos, por la experiencia comunista deben ser invertidos. Esa es una receta para la destrucción del tejido social. Haría falta que el péndulo volviera al centro: ha ido de un extremo a otro y debería volver al centro”.
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