'Nada' seguirá leyéndose
Carmen Laforet dio forma al sueño mejor contado de nuestra literatura, un relato onírico que desnuda al ser humano en su infinita miseria
7 marzo, 2022 02:12Aparquemos por un momento las toneladas de bibliografía en torno a Nada, el Premio Nadal que obtuvo su condición de lectura obligatoria para varias generaciones de bachilleres, la mitología discreta que rodea a Carmen Laforet, las teorías sociales o psicológicas, los tópicos filológicos… Y vamos a pensar desde otros lugares. Yo trabajo en una escuela de adultos. Este cuatrimestre, mis alumnos tienen entre dieciocho y cincuenta años, historiales académicos fallidos, ningún hábito lector… Y a menudo son listísimos.
Ayer declamamos en voz alta las tres primeras páginas de la novela, fotocopias en mano, acompañando a Andrea hasta el dintel del piso en la calle Aribau que será su hogar en Barcelona. Fue una lectura a ciegas, sin contexto, ficha técnica ni sinopsis. Espontáneamente (no miento ni exagero), todos quisieron saber qué libro era aquel, dónde encontrarlo, cómo seguía. Les dije que, antes de explicarlo, debían redactar trescientas palabras continuando la escena a partir de la frase “…nunca una criada me ha producido impresión más desagradable”. Pues bien, ese ejercicio sacó lo mejor de su talento (sigo sin exagerar), enésima prueba de que exponerse a la buena literatura vale por dos centenares de juegos motivacionales. Ojalá todos escribiéramos con idéntico entusiasmo especulativo.
Las redacciones también probaron que, como en toda gran novela, el arranque de Nada ya contiene los múltiples estratos que cohabitarán milagrosamente a lo largo del texto. Por ejemplo, Miriam y Siham no solo intuyeron una historia de terror en aquella atmósfera sórdida (apreciación exacta), sino que la hicieron cuajar en dos metáforas perfectas: Siham, la casa como prisión; Miriam, el peso invisible de la muerte y los secretos. A Yusleidi le molestaba el término “criada”, concernida por su propio trabajo como limpiadora, de modo que le atribuyó al personaje de Antonia un monólogo rebosante de lúcida conciencia de clase.
Pero quizás lo menos previsible fue que, cada uno a su manera, Jefferson, Nicolás y Alejandro distinguieran belleza bajo la creciente pulsión pesadillesca del léxico utilizado por Laforet: belleza pese a la pobreza, la emigración o las aristas familiares, belleza en la expectativa juvenil de Andrea. Sus redacciones resultan luminosas.
Hoy he devuelto los ejercicios corregidos y he explicado quién fue Carmen Laforet. Le he prestado mi ejemplar gastado (de bolsillo, en Destino) a Cati. Y también les he agradecido que, al sentirse apelados, lograsen capturar juntos casi todo lo que es importante en Nada, lo que la convierte en el más probable clásico de la narrativa española del siglo XX.
Nada goza de esa aura atemporal que convierte un libro en una presencia viva, instalada como está en una convergencia exacta entre lo popular y lo artístico
Me explico: convengamos en que no existe “El Mejor Libro” en ningún sentido que planteemos, esas jerarquizaciones son fantasmagorías. Igualmente, admito que en el período escogido para la encuesta de El Cultural podríamos señalar, digamos, media docena de novelas más ambiciosas que Nada (La mort i la primavera, de Mercè Rodoreda, por ejemplo), más perfectas o exigentes, más populares o valientes. Serían pocas en cada registro, da igual si firmadas por hombre o mujer; pero siempre habría alguna. Sin embargo, la condición de clásico acaba ganándose gracias a un aura indefinible que, admitámoslo, suele parecerse mucho a lo que podríamos calificar de “vibración ética”.
Así, Albert Camus fue uno de los grandes autores del siglo XX, desde luego, pero lo amamos más que a otros (y es mucho más leído que otros, todavía) porque apela de un modo íntimo a nuestra idea de lo que es bueno y correcto y bello, sin ocultar la fragilidad de su conquista. De la primera a la última página, Nada goza de esa aura atemporal que convierte un libro en una presencia viva, instalada como está en una convergencia exacta entre lo popular y lo insobornablemente artístico. Qué difícil es sostenerse ahí.
En 1944, en un período infame de la historia de España, entre ruina y hambre, Carmen Laforet dio forma al sueño mejor contado de nuestra literatura, un relato onírico que desnuda al ser humano en su infinita miseria. El loco (¡y no la loca!) del desván, dos ciudades en una sola ciudad, la noche deformándose en viaje espectral, el deseo narcisista, el linaje como un Leviatán asfixiante, la amistad…
Si tuviera que resumir mi impresión acerca del libro en dos palabras, serían estas: “Seguirá leyéndose”.
fuente: El cultural
Cien años del nacimiento de Carmen Laforet, la joven que de su tristeza hizo un motor al servicio de otras escritoras
Carmen Laforet escribió en 1942, con tan solo 22 años: “Me parecía que de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad. Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida”. Mientras cursaba derecho en Madrid, confeccionaba en su casa de la calle General Pardiñas la que sería su primera novela, Nada. Para una España marcada por la contienda del 36 que trajo consigo la instauración de una dictadura, era impensable que una mujer, que además era casi una niña, se embarcase en la literatura.
Pero al terminar la novela, el periodista y crítico literario Manuel Cerezales la lee, y asombrado por el talento de la joven, anima a la estudiante a presentarla a un nuevo premio que convocaba la editorial Destino. Se trataba de la primera edición del Premio Nadal, que a partir de entonces se convirtió en el certamen más importante de las letras españolas. En 1945, Laforet, con 23 años, lo gana, pese a su corta edad y a su género. La novelista, que sigue siendo la galardonada más joven, cumpliría en un día de verano como este los cien años.
La historia de Carmen Laforet es la de una escritora que jamás sintió pertenecer a la España del régimen tras la guerra. Abandonó su casa por primera vez con 18 años rumbo a Barcelona. Lo hizo por amor, y de allí tomó la inspiración para su primera novela. Ella siempre negó el carácter autobiográfico de Nada, pero dejando de lado los supuestos parecidos entre sus familiares barceloneses y los personajes de la novela, sí se encuentra en sus páginas el retrato fiel de una España gris, derruida tras la guerra civil.
La felicidad de su infancia, transcurrida en la isla de Gran Canaria, quedaba lejos de la realidad del país que descubrió en Barcelona. La visión infinita del mar y el horizonte de la playa, se redujo a las cuatro paredes del piso barcelonés que pocos años después abandonó. El espíritu nómada la acompañaría el resto de su vida. Su traslado a Madrid fue un puente, una catapulta hacia la fama, y después a la consolidación de una escritora siempre en tránsito, en una huida persistente de España, pero en un reencuentro constante con ella misma.
La publicación de Nada supuso un doble salto, de la juventud a la madurez y del anonimato a la fama. La literatura de la España de la posguerra estuvo marcada por la irrupción de Laforet y Camilo José Cela, con La familia de Pascual Duarte. Pero la novelista no aceptó jamás la pertenencia al mundillo literario, para ella su hogar estaba en sus recuerdos y en sus escritos.
Un año después de recibir el premio, entre toda la marea de entrevistas, eventos literarios, portadas de revista y llamadas telefónicas, se casa con Cerezales, aquel primer crítico que había caído rendido ante Nada y al que seguirían todos los demás.
Con el paso de los años, se convierte en madre de cinco hijos mientras todo un país la observa, esperando una segunda novela a la altura de su ópera prima. La trayectoria de la autora del libro más traducido del momento junto a la ya mencionada primera novela de Cela, es a ojos de la prensa una rareza. Resulta incomprensible que una madre también sea escritora. Para Laforet, su apariencia —pues, además de brillante es muy bella— y su vida personal, nada tienen que ver con su literatura, pero por desgracia, no paran de recordárselo.
La isla y los demonios y La mujer nueva, dos Cármenes huyendo de Nada
Mientras el público espera con expectación la llegada de una segunda novela, la autora solo publica algunos relatos. No es hasta ocho años después de su primera novela que publica la segunda: La isla y los demonios en 1952. Esta vez retrocede a la infancia, al único lugar en el que hasta el momento había sido realmente libre.
Para la crítica, el libro no alcanzó el talento que la autora había demostrado con Nada. Pero abrió la senda a mujeres que, gracias a ella, se atrevieron a declararse como escritoras. Le siguieron como ganadoras del Nadal algunos años después Carmen Martín Gaite (Príncipe de Asturias de las Letras) y Ana María Matute (Premio Cervantes) en un oficio que, hasta el momento, ejercían los hombres en su gran mayoría.
El encuentro con algunas mujeres le hizo más liviano el camino. La presión del régimen, de la fama, de la prensa y aún por entonces de Nada, propició lo que Laforet llamó su “vagabundaje”, en busca de su lugar en el mundo.
En medio de ese vagar se produjo el encuentro con Lilí Álvarez, una extenista de éxito con una ferviente fe católica. Laforet, una escritora en crisis permanente, se convierte atraída por el magnetismo de su amiga. Y narra la espiritualidad de una mujer adúltera que, tras el arrepentimiento, abraza el catolicismo, en su tercera novela en 1955, La mujer nueva.
La novela volvió a decepcionar a la crítica que seguía esperando a la Laforet de su primera publicación. Pero la autora siguió siendo fiel a sí misma, escribiendo libremente.
El idilio en Tánger y la grafofobia
Andrea, la protagonista de Nada, se preguntaba entre la infelicidad de la casita de la calle Aribau: “¿Quién puede entender los mil hilos que unen las almas de los hombres y el alcance de sus palabras?”, lo que escribió Laforet parece premonitorio. El alcance de las palabras, y el de sus novelas, se le escapó de las manos y le llevó a tomar mil rumbos. El siguiente destino fue Tánger. Allí, lejos de aquel franquismo que ella percibía como un observador silencioso, que no ataca, pero que está siempre al acecho, Laforet encontró su verdadero entorno. Truman Capote o Paul Bowles formaron parte del círculo de la autora durante su estancia, y gracias a ellos, no descubrió, sino que recordó, por fin, quién era.
Sus escritos también arribaron a buen puerto. De su viaje a Tánger procede su trilogía inacabada Tres pasos fuera del tiempo, de la que solo publica, La insolación, en 1963.
La novela parece reconectar con la autora que había perdido de vista, que apareció en Nada y que durante mucho tiempo espantaba a Laforet. La insolación es la historia de un adolescente que, a diferencia de Andrea, sí consigue la libertad, la comprensión y el salvoconducto con el que huir de una posguerra que afea y asfixia todo a su alrededor.
A sus 42 años, Laforet no sabía que aquella sería su última novela publicada en vida. Dos años más tarde marchará, como viajera incansable, a Estados Unidos. Allí, su primera novela es un éxito entre los estudiantes, que poco conocen de la posguerra española, pero que guardan algo en común con el texto de la autora: el sentimiento universal de la pérdida del equilibrio en esa cuerda en la que se balancean todos los jóvenes cuando empiezan a ser adultos.
Publica Paralelo 35, donde reúne las crónicas del viaje por aquel país al que decidió, tras rechazar una invitación en avión, llegar en barco como llegó siendo una joven enamorada por primera vez a Barcelona.
La última huida de la eterna nómada tuvo como destino París. Viajó junto a su amiga del alma Linka Babecka, acompañante de la autora desde sus primeros pasos, —a ella va dedicada Nada—. Pero la falta de libertad reapareció. Durante el franquismo las mujeres necesitaban un permiso firmado por sus maridos en caso de emprender un viaje sin compañía. Cerezales accedió a dárselo a Laforet con una condición: la de no escribir jamás acerca de su relación sentimental. La prohibición produjo en la autora, como tantas otras veces, una crisis creativa, a la que llamó grafofobia. Si delató a alguien, no fue más que a sí misma. La sensibilidad hacia todas las cosas afloró inevitablemente en todos sus escritos.
Tras perder a la escritora magistral que supo ser con 23 años, Laforet buscó en su interior con amor, con odio, con rupturas y reconciliaciones, en un sinfín de viajes, a lo largo de toda una vida.
Murió a los 82 años el 28 de febrero de 2004. Pocos meses después, de la mano de sus hijos, se publicaba de forma póstuma su última novela, Al volver la esquina, manuscrito que la autora jamás entregó a su editorial.
De su vida podemos aprender dos lecciones: la literatura también fue, es y será oficio de mujeres; la libertad está por encima de cualquier convención establecida.
fuente: infolibre
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