IRÈNE NÉMIROVSKY
Irène Némirovsky nació en Kiev en 1903,
en el seno de una familia judía muy acomodada, ya que su padre era un banquero
importante. Sin embargo, su infancia estuvo marcada por el exilio y la huida
constante. Tras la Revolución Rusa, su familia tuvo que escapar de la violencia
y el caos que se desataron en su país natal. Durante esta huida, Irène y su
madre llegaron a disfrazarse de campesinas para evitar ser reconocidas y
capturadas por los bolcheviques, quienes habían puesto precio a la cabeza de su
padre. Finalmente, se establecieron en París, donde Irène viviría la mayor
parte de su vida.
Aunque su lengua materna era el francés, que aprendió gracias a una institutriz francesa, Irène también dominaba varios idiomas, incluyendo ruso, polaco, inglés, vasco[1], finés y yiddish. Esta riqueza lingüística refleja la complejidad de su identidad como exiliada y su capacidad para moverse entre diferentes culturas. Estudió Letras en la Sorbona y comenzó a escribir muy joven, a los 18 años.
Su vida personal estuvo marcada por un matrimonio con Michel Epstein, con quien tuvo dos hijas, Denise y Élisabeth. Curiosamente, su primera novela importante, David Golder, fue enviada a la editorial sin su nombre ni dirección, por miedo a ser rechazada. El editor tuvo que publicar un anuncio en la prensa para localizarla y poder publicarla. A lo largo de su carrera, Irène utilizó varios seudónimos, como Pierre Neyret, Denise Mérande o Charles Blancat, lo que revela su inquietud por experimentar y proteger su identidad literaria.
En 1939, se convirtió al catolicismo, un cambio religioso que no logró protegerla de la persecución nazi. En 1942, fue arrestada y deportada al campo de concentración de Auschwitz, donde murió con apenas 39 años. Su esposo también fue arrestado y ejecutado poco tiempo después. Sus dos hijas sobrevivieron gracias a la ayuda de una maestra que las escondió y protegió durante la ocupación.
Después de la guerra, muchas de sus obras permanecieron inéditas hasta que sus hijas las rescataron y publicaron, entre ellas la famosa Suite francesa, que la convirtió en una autora reconocida póstumamente. Su hija menor, Élisabeth, incluso escribió una biografía imaginaria titulada El Mirador, basada en cartas familiares, que ayudó a reconstruir la figura de su madre.
La obra de Irène Némirovsky se caracteriza por una aguda psicología de personajes y una crítica social incisiva, retratando con crudeza la condición humana y la experiencia del exilio. Su relación con su madre fue complicada y distante, lo que influyó en su visión sobre las relaciones familiares y la soledad. Fanny Némirovsky, la madre de Irène, nunca deseó la maternidad y veía a su hija como una amenaza para su propia juventud y feminidad, lo que se tradujo en una absoluta falta de afecto y apoyo a lo largo de la vida de Irène. Está documentado que cuando Irène fue arrestada y deportada, la abuela -Fanny Némirovsky- se negó a recibir a sus nietas y no les abrió la puerta de su casa. Fanny vivía protegida y con lujos en la Costa Azul, bajo la protección del gobierno colaboracionista de Vichy, haciéndose pasar por refugiada letona. .
Las hijas de Irène Némirovsky, Denise y Élisabeth, huyeron por diferentes lugares de la Francia ocupada tras la detención de sus padres en 1942. Inicialmente, su tutora las escondió en su propia casa y luego las ayudó a cruzar Francia clandestinamente. Pasaron varios meses ocultas primero en un internado católico, donde solo dos religiosas sabían que eran judías y donde debieron usar nombres falsos. Sin embargo, al ser descubiertas por los gendarmes, tuvieron que abandonar el internado y buscar nuevos refugios. Después, las niñas se ocultaron en sótanos y casas de la región de Burdeos, siempre acompañadas por su tutora y llevando consigo una maleta con recuerdos familiares y el manuscrito de su madre. En uno de estos refugios, Denise enfermó gravemente y tuvo que ser atendida en secreto para no ser delatadas
EL IMPLACABLE BISTURÍ DE IRENE NÉMIROVSKY
El éxito de Suite francesa ha provocado que se reediten otras novelas de la autora como La presa, publicada en 1938 y excelente.
Andrés Amorós, 17/06/2016 Libertad Digital
(…)
El éxito de la Suite francesa ha provocado que se reediten –también en España– las novelas de la autora. No se trata solo de explotar el éxito: todo lo que escribió Irene Némirovsky posee altísima calidad. Se traduce ahora otra novela suya, La presa, publicada en 1938, y también es excelente.
En medio de una gran depresión económica, el joven Jean-Luc tiene una enorme ambición: le atrae el poder, más que el dinero. Subordina a eso todo, incluido el amor y la familia; lógicamente, tiene éxito pero se siente enormemente desgraciado. Cuando quiere volver a los auténticos valores, ya es demasiado tarde. El título de la novela no se refiere a la cárcel sino al cazador, que acaba convirtiéndose en su propia presa...
Si el lector conoce la literatura francesa, encontrará en seguida muy claras referencias: Stendhal (Julián Sorel); Balzac (A nous deux, Paris, maintenant!); Zola, Maupassant... A través de Jean-Luc, la autora nos ofrece una imagen implacable, desoladora, de la burguesía francesa, de los políticos y los hombres "importantes". En el cine, podría recordar a algunas películas de Chabrol.
Además del hermoso estilo, lo que singulariza a la Némirovsky es su penetración psicológica: como un cirujano, su bisturí disecciona implacablemente los tumores de una sociedad enferma. Eso le conduce a un pesimismo extremo: "La gente es asquerosa" (p. 82), nunca acepta su realidad, llega al suicidio por vanidad. Lo único a lo que nadie resiste es la adulación. El éxito suele ser sórdido y mezquino. El sino de padres e hijos es no entenderse. El erotismo suele disimular una secreta guerra. No soportamos la injusticia solamente cuando nos afecta. Las historias se repiten: "El único consuelo es saber que los que vendrán después de ti serán igual de idiotas, débiles y desgraciados que tú" (p. 200).
Hay que buscar mucho para encontrar en el libro algún rasgo positivo: "Aquella dulzura que hasta el hombre más frío adquiere con los años" (p. 218). Y la "desesperada necesidad de amor" (p. 185) que, al final, descubre el protagonista, "hambriento de ternura".
No es –me temo– una novela muy adecuada para el que se sienta desanimado. Pero es una excelente novela, como todas las de Irene Némirovsky.
[1] Irène Némirovsky sabía euskera. Durante sus largas estancias en el País Vasco francés (Iparralde), donde pasaba los veranos y escribió parte de sus novelas, aprendió euskera, en parte gracias a la convivencia con una sirvienta local que le enseñó el idioma. Aunque no se conoce con exactitud el nivel que alcanzó, está documentado que tenía facilidad para los idiomas y que efectivamente llegó a aprender euskera durante su estancia en la región.
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