La curiosa cena de Navidad entre soldados nazis y americanos
En 1944, durante la batalla de las Ardenas, una patrulla aliada y otra alemana decidieron detener las hostilidades el día de Nochebuena para disfrutar juntos de un asado
Un milagro de Navidad. Eso es lo que debió ocurrir el 24 de diciembre de 1944 en mitad del bosque de Hürtgen (Bélgica) para que seis soldados (cuatro nazis y dos americanos) depusieran sus armas y, por una noche, detuvieran la batalla de las Ardenas para cenar con una familia local al calor del fuego.
Aquel día podía haberse producido un baño de sangre pero, sin embargo,
parece que el espíritu navideño logró vencer las diferencias existentes
entre ambas patrullas.
Corría entonces el año 1944, y las cosas no marchaban precisamente bien para el hombre del eterno bigote: Adolf Hitler.
Y es que, a pesar de que ya había conseguido que una buena parte de
Europa se rindiera a su esvástica, ese año también se dio de bruces
contra los aliados quienes -cansados ya de tanto Führer para arriba y
Führer para abajo- habían movilizado a sus tropas y entrado en
territorio alemán a través de las playas de Normandía.
A su vez, al pequeño Adolfo tampoco le gustó demasiado que
los británicos conquistaran el puerto belga de Amberes y que los
soviéticos amenazaran a su querida Alemania desde el río Vístula
(Polonia). La situación se postulaba fea, y por ello, el Führer se
dispuso a hacer lo que mejor sabía: tomar las armas en contra de todos
aquellos que no profesaran el nazismo.
Concretamente, Hitler reclutó 25 nuevas divisiones (unos
250.000 soldados) con las que pretendía atacar por sorpresa la zona más
desguarecida del cerco que estaban creando los aliados: las Ardenas, una
región formada por frondosos bosques en Bélgica. Una vez rota la línea
americana, sus tropas se dirigirían a toda marcha hacia Amberes con la
firme intención de volver a tomar el puerto. De esta forma, y según la
fantasiosa mente del Führer, los británicos abandonarían Europa al
quedar sus tropas aisladas y divididas de las norteamericanas.
Comienzan las hostilidades
Sea como fuere, e independientemente de los objetivos
imposibles que buscaba, el 16 de diciembre los planes de Hitler se
hicieron realidad y más de 2.000 cañones iniciaron un bombardeo de una
hora y media sobre 130 kilómetros de la línea norteamericana de las Ardenas.
A su vez, y después de estos curiosos fuegos artificiales navideños,
los más de 250.000 soldados y decenas de blindados alemanes iniciaron un
asalto en masa sobre los sorprendidos aliados.
Este ataque inicial -que duró varios días- se tradujo en
una masacre, pues los oficiales americanos no barajaban una ofensiva de
tan alto calibre en un terreno tan boscoso y habían reducido al mínimo
las defensas de la zona.. De hecho, los nazis –que tenían una ventaja
numérica de tres a uno frente a sus enemigos- no tuvieron más que
avanzar y acabar a base de fusil y ametralladora con los escasos
aliados. Aquellos días, además, fueron muchos los soldados
estadounidenses que se vieron separados de sus unidades debido al
sangriento ataque.
Correr por la vida
Precisamente ese fue el trágico destino de dos militares
norteamericanos que, el día de nochebuena, se hallaron perdidos bajo la
noche en medio de un paraje desconocido. «Estos dos jóvenes
norteamericanos deambulaban desorientados por el tupido bosque de
Hürtgen, en la frontera germano-belga, al haber perdido contacto con sus
tropas. Uno de los dos presentaba graves heridas, por lo que no podían
continuar caminando por aquel terreno cubierto de nieve. Desesperados, se arriesgaron a llegar hasta la puerta de una casa solitaria en busca de ayuda pese a encontrarse esta en el lado alemán», explica el periodista e historiador Jesús Hernández en su libro «Historias asombrosas de la Segunda Guerra Mundial».
Los soldados aliados pidieron ayuda en un hogar local
Por suerte para ellos, la puerta de la casa la abrió una
amable mujer que -a pesar de las nefastas consecuencias que podría tener
para su familia- se ofreció a curar las heridas del soldado aliado.
«Además, les invitó a compartir (…) la cena de Navidad,
consistente en un suculento asado. Sorprendidos por esta hospitalidad,
los norteamericanos aceptaron compartir la cena y pasar la noche en la
casa», añade Hernández en su obra.
El invitado menos deseado
Parecía que aquella noche iba a ser perfecta para los
soldados aliados quienes, al calor del fuego, decidieron tomar asiento
en la mesa dispuestos a degustar una buena cena caliente. En cambio, el
destino les tenía reservada una última jugarreta pues, cuando estaban a
punto de comenzar a comer, un sonido seco sonó desde la entrada de la
casa: alguien llamaba.
La mujer de la casa acogió amablemente a los americanos
Una curiosa cena de Navidad
La tensión podía cortarse con un cuchillo de combate, y no
se calmó cuando los nuevos visitantes preguntaron si había en el
interior de la casa algún enemigo del Führer. «La dueña no se dejó
impresionar y respondió desafiante: «Americanos». Los alemanes empuñaron sus armas, dispuestos a irrumpir en la estancia, cuando ella les dijo con calma: «Vosotros podríais ser mis hijos, y los que están aquí dentro también».
«Uno de ellos está herido –continuó- y están cansados y hambrientos,
así que entrad, pero esta noche nadie tiene que pensar en matar»,
completa el experto español en su obra.
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