20/11/2016 por Javier Morales
En EE UU podemos encontrarnos con lo peor del género humano, Trump y lo que representa, pero también con lo mejor, su literatura por ejemplo, una de las más ricas y vitales de Occidente. Entre los autores que sigo desde hace años está Richard Ford, último Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Había pospuesto la lectura de sus dos últimas obras traducidas, ‘Canadá’ y ‘Frankamente Frank’ –como toda su obra traducida al español, en Anagrama– para contar con un asidero al que agarrarme en los momentos de debilidad. Y uno de esos momentos ha llegado ya, de modo que me embarqué en la lectura de ambos libros.
No me gustan las afirmaciones categóricas porque a la postre no dejan de ser distorsiones de la realidad, pero Canadá me parece la mejor novela de Ford hasta la fecha –eso sí lo puedo afirmar con rotundidad– e intuyo que puede convertirse en una de las mejores que se han escrito en estas dos décadas que llevamos de siglo, y no lo afirmo con rotundidad porque solo he leído una mínima parte de las que se han publicado.
Dividida en tres partes, la primera es una obra maestra. Canadá tiene uno de los mejores comienzos de la historia de la literatura, comparable al de Anna Karenina o a Moby Dick. “Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después”. Quien escribe esto es Dell Parsons, el narrador y protagonista de la novela. Tenía 15 años cuando sucedieron los hechos y, como no podía ser de otra forma, su vida dio entonces un giro inesperado e irreversible.
A partir de este impactante inicio, con una madurez y una maestría solo al alcance de unos pocos escritores, Ford reconstruye los motivos y las circunstancias que llevaron a los padres de Dell, un exmilitar y una profesora de instituto, un matrimonio aparentemente común aunque desigual, a vulnerar la ley y a colocar a sus hijos al borde del precipicio. Como testigo y protagonista de la historia, Dell se vale de sus recuerdos, de lo que vio, de la prensa del momento y, sobre todo, del diario que la madre lleva en la cárcel (no se asusten, no estoy destripando la historia, todo lo sabrán en las primeras páginas, y esto es una de las virtudes de esta novela) para armar la historia, pero, sobre todo, para intentar comprender.
Dell necesita saber, explicarse quiénes eran sus padres realmente, qué especie de locura o de temeridad les llevó a traspasar la frontera entre lo permitido y lo prohibido y, sobre todo, a dejarlos desamparados a él y a su hermana Berner. Ford nos da una lección sobre cómo construir unos personajes palpables, reales, a los que siempre mira con empatía. El narrador, que nos cuenta la historia desde el futuro, no escribe con resentimiento ni con sed de venganza, pero sí con una sinceridad descarnada, necesaria para entender quién es y quién podría haber sido. “Pero culpar a los padres de las dificultades de la propia vida al final no te lleva a ninguna parte”, sostiene. Puesto que
Dell es testigo y parte de la historia, podríamos pensar en él como en un narrador poco fiable, pero no lo es. Nos metemos en su relato con la certeza de que todo lo que nos cuenta es real. En la segunda parte, ya en Canadá, en un pueblo inhóspito y en unas condiciones de vida impropias para un niño, el adolescente Dell estará a cargo de un enigmático personaje, Arthur Remlinger, en quien, a pesar de su frialdad y distancia, Dell trata de ver a una suerte de protector. Quizás sea la necesidad de contar con alguien que se preocupe de él, que tenga un plan para encauzar su vida, lo que le lleva a confundir las señales que acabarán en un desastre.
Las relaciones entre padres e hijos, la pérdida de la inocencia, la madurez sobrevenida, la lucha por la supervivencia, la fragilidad y las mentiras con las que algunas personas construyen sus sueños, cómo dos personas aparentemente “normales” acaban colocándose al margen de la sociedad, son algunos de los temas de los que nos habla Ford. Frente a tantas novelas vacuas y llenas de alarde, Ford nos ofrece una historia conmovedora, construye un territorio moral y un paisaje humano donde conviven la crueldad y la lucha por la supervivencia, pero también la compasión y la fe en el momento presente, con la certeza de que el destino se puede modelar a pesar de las circunstancias que nos ha tocado vivir.
Francamente, Frank hará las delicias de los fieles de Frank Bascombe, el periodista deportivo y escritor reconvertido en agente inmobiliario protagonista de su trilogía sobre América (El periodista deportivo, El Día de la Independencia y Acción de Gracias). Ahora lo conocemos con 68 años, de nuevo en Haddan (Nueva Jersey), junto a Sally, su segunda mujer, y después de haber superado el cáncer de próstata, el huracán Sandy, y sin que la sombra de su primer matrimonio con Ann tras la muerte de su hijo Ralph deje de planear en su vida. El libro contiene tres nouvelles en las que Frank Bascombe, uno de los grandes personajes literarios de este principio de siglo, persiste en su descuidado empeño de narrarnos cómo es la América de las últimas décadas, siempre a partir de los pequeños detalles, pero sin renunciar a los grandes temas y fiel a su filosofía de “vivir y dejar vivir”. Más si cabe ahora que se aproxima al final de su vida y ve cómo una parte de su mundo se desmorona.
Los rastros del huracán se convierten así en una siniestra metáfora de lo que está por venir y que Bascombe afronta con su particular estoicismo y fe en la vida. Francamente, Frank lo disfrutarán los bascombianos, pero también quienes se acerquen por primera vez a la obra de Ford, uno de los grandes narradores de nuestro tiempo, alguien que ha demostrado que la novela, lejos de estar muerta, sigue vivita y coleando, iluminando nuestras vidas.
En EE UU podemos encontrarnos con lo peor del género humano, Trump y lo que representa, pero también con lo mejor, su literatura por ejemplo, una de las más ricas y vitales de Occidente. Entre los autores que sigo desde hace años está Richard Ford, último Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Había pospuesto la lectura de sus dos últimas obras traducidas, ‘Canadá’ y ‘Frankamente Frank’ –como toda su obra traducida al español, en Anagrama– para contar con un asidero al que agarrarme en los momentos de debilidad. Y uno de esos momentos ha llegado ya, de modo que me embarqué en la lectura de ambos libros.
No me gustan las afirmaciones categóricas porque a la postre no dejan de ser distorsiones de la realidad, pero Canadá me parece la mejor novela de Ford hasta la fecha –eso sí lo puedo afirmar con rotundidad– e intuyo que puede convertirse en una de las mejores que se han escrito en estas dos décadas que llevamos de siglo, y no lo afirmo con rotundidad porque solo he leído una mínima parte de las que se han publicado.
Dividida en tres partes, la primera es una obra maestra. Canadá tiene uno de los mejores comienzos de la historia de la literatura, comparable al de Anna Karenina o a Moby Dick. “Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después”. Quien escribe esto es Dell Parsons, el narrador y protagonista de la novela. Tenía 15 años cuando sucedieron los hechos y, como no podía ser de otra forma, su vida dio entonces un giro inesperado e irreversible.
A partir de este impactante inicio, con una madurez y una maestría solo al alcance de unos pocos escritores, Ford reconstruye los motivos y las circunstancias que llevaron a los padres de Dell, un exmilitar y una profesora de instituto, un matrimonio aparentemente común aunque desigual, a vulnerar la ley y a colocar a sus hijos al borde del precipicio. Como testigo y protagonista de la historia, Dell se vale de sus recuerdos, de lo que vio, de la prensa del momento y, sobre todo, del diario que la madre lleva en la cárcel (no se asusten, no estoy destripando la historia, todo lo sabrán en las primeras páginas, y esto es una de las virtudes de esta novela) para armar la historia, pero, sobre todo, para intentar comprender.
Dell necesita saber, explicarse quiénes eran sus padres realmente, qué especie de locura o de temeridad les llevó a traspasar la frontera entre lo permitido y lo prohibido y, sobre todo, a dejarlos desamparados a él y a su hermana Berner. Ford nos da una lección sobre cómo construir unos personajes palpables, reales, a los que siempre mira con empatía. El narrador, que nos cuenta la historia desde el futuro, no escribe con resentimiento ni con sed de venganza, pero sí con una sinceridad descarnada, necesaria para entender quién es y quién podría haber sido. “Pero culpar a los padres de las dificultades de la propia vida al final no te lleva a ninguna parte”, sostiene. Puesto que
Dell es testigo y parte de la historia, podríamos pensar en él como en un narrador poco fiable, pero no lo es. Nos metemos en su relato con la certeza de que todo lo que nos cuenta es real. En la segunda parte, ya en Canadá, en un pueblo inhóspito y en unas condiciones de vida impropias para un niño, el adolescente Dell estará a cargo de un enigmático personaje, Arthur Remlinger, en quien, a pesar de su frialdad y distancia, Dell trata de ver a una suerte de protector. Quizás sea la necesidad de contar con alguien que se preocupe de él, que tenga un plan para encauzar su vida, lo que le lleva a confundir las señales que acabarán en un desastre.
Las relaciones entre padres e hijos, la pérdida de la inocencia, la madurez sobrevenida, la lucha por la supervivencia, la fragilidad y las mentiras con las que algunas personas construyen sus sueños, cómo dos personas aparentemente “normales” acaban colocándose al margen de la sociedad, son algunos de los temas de los que nos habla Ford. Frente a tantas novelas vacuas y llenas de alarde, Ford nos ofrece una historia conmovedora, construye un territorio moral y un paisaje humano donde conviven la crueldad y la lucha por la supervivencia, pero también la compasión y la fe en el momento presente, con la certeza de que el destino se puede modelar a pesar de las circunstancias que nos ha tocado vivir.
Francamente, Frank hará las delicias de los fieles de Frank Bascombe, el periodista deportivo y escritor reconvertido en agente inmobiliario protagonista de su trilogía sobre América (El periodista deportivo, El Día de la Independencia y Acción de Gracias). Ahora lo conocemos con 68 años, de nuevo en Haddan (Nueva Jersey), junto a Sally, su segunda mujer, y después de haber superado el cáncer de próstata, el huracán Sandy, y sin que la sombra de su primer matrimonio con Ann tras la muerte de su hijo Ralph deje de planear en su vida. El libro contiene tres nouvelles en las que Frank Bascombe, uno de los grandes personajes literarios de este principio de siglo, persiste en su descuidado empeño de narrarnos cómo es la América de las últimas décadas, siempre a partir de los pequeños detalles, pero sin renunciar a los grandes temas y fiel a su filosofía de “vivir y dejar vivir”. Más si cabe ahora que se aproxima al final de su vida y ve cómo una parte de su mundo se desmorona.
Los rastros del huracán se convierten así en una siniestra metáfora de lo que está por venir y que Bascombe afronta con su particular estoicismo y fe en la vida. Francamente, Frank lo disfrutarán los bascombianos, pero también quienes se acerquen por primera vez a la obra de Ford, uno de los grandes narradores de nuestro tiempo, alguien que ha demostrado que la novela, lejos de estar muerta, sigue vivita y coleando, iluminando nuestras vidas.
Fuente el asombrario
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