El rostro sórdido de la belleza. “Cara de liebre”, de Liliana Blum
La literatura, en tanto que forma artística, se asocia a la búsqueda estética. En términos simples, parece lógico esperar que una obra sea o, por lo menos, quiera ser bella. Esto hace que un libro como Cara de liebre, de Liliana Blum (Durango, 1974), resulte complejo. Por un lado, la habilidad de la escritora es indiscutible: su capacidad para construir una historia redonda, llena de personajes profundos, y narrada con una prosa ágil, reflexiva sin perder el ritmo. Dicho de otro modo, la capacidad de Blum como escritora trasluce en cada página. En contraste, el tema abordado, la vida de los personajes y las cosas que hacen nos confrontan. La novela introduce en un mundo sórdido, explora realidades difíciles de enfrentar. En pocas palabras, esta obra no está escrita para estómagos sensibles y, por tanto, se aleja del sentido llano que se suele dar a la noción de “belleza”.
La narración se enfoca en tres individuos. Irlanda es una mujer cuya vida está marcada: una operación que corrigió un defecto congénito, un labio leporino, le dejó una cicatriz en el rostro. Crece siendo el objeto de las burlas y la violencia del mundo que la rodea. Entre los apodos que le dieron de niña, se encuentra el que da título al libro: Cara de liebre. Tamara, por su parte, es una joven pintora que, incapaz de lograr el éxito en el mundo artístico, trabaja como depiladora en un spa. Sus vidas se conectan a través de un hombre, Nick, el obeso cantante de una banda de rock mediocre, un individuo narciso y egoísta. A pesar de ser una persona que se aleja de los estereotipos de la belleza, sus ojos azules se vuelven el origen del deseo de las dos protagonistas.
A primera vista, la trama se proyecta como un triángulo amoroso y, en cierto sentido, la idea no es desacertada. Sin embargo, desde el primer capítulo se puede intuir que la historia tomará un camino poco convencional y, con algo de malicia, el lector podría empezar a intuir el carácter oscuro de la narración. Blum ha mostrado un interés por este tipo de estrategias: partir de temas convencionales para mostrar su rostro sórdido. En Cara de liebre, retoma una de las cuestiones por las que ha mostrado interés en el pasado: el deseo. Al hacerlo, se aleja de los lugares comunes a los que esta temática suele estar asociada. No encontramos nada cercano al sentimentalismo fácil o a un erotismo estereotipado. En las novelas de Blum, el deseo muestra sus desviaciones, sus formas monstruosas. No sorprende, por esto, que el cuerpo cobre relevancia. Pero, como se puede intuir, lo corporal se explora alejado de la normatividad. Incluso cuando algún personaje es capaz de entrar dentro de las expectativas sociales, es mostrado desde un ángulo diferente que resalta lo extraño y hasta lo grotesco. Más importante, y este es el caso, por ejemplo, de Tamara, quienes transitan la novela de Blum están profundamente alienados de sus propios cuerpos.
Lo que subyace a estas cuestiones es la violencia: la del deseo truncado o impuesto, la de una sociedad que impone moldes estrechos a una realidad heterogénea, la de quienes se aferran a un pasado perdido o la de aquellos que buscan ideales imposibles. En la novela, esta violencia no es solo tácita, tiene expresiones concretas que confrontan al lector con un mundo que no deja de asemejarse a la realidad. Parece irónico que esta problemática englobe una novela que, como dijimos, puede leerse como una suerte de triángulo amoroso. Ahora, no debemos olvidar que el amor también es o puede ser una forma de violencia.
Volvemos, entonces, a la pregunta inicial: ¿dónde está lo bello? Cara de liebre se suma a una tradición artística que quiere alejarnos de los lugares comunes de la estética, de cualquier idea fácil que podamos tener en torno a lo que es, supuestamente, la belleza. En cambio, aborda una parte de lo humano que pocas veces queremos enfrentar o, incluso, aceptar. Al hacerlo, rechaza cualquier idea acomodaticia sobre el arte. Su potencia estética está, precisamente, en esa capacidad de remover los tópicos que poseemos sobre las relaciones humanas y, en última instancia, sobre la literatura.
fuente: Contrapunto Revista
Cara de liebre, una novela de terror cotidiano: Entrevista a Liliana Blum
Por María Rascón
«Nick abre la boca y recibe las nueces como si tomara la Sagrada Comunión, no sin antes expedir un aliento demoniaco. No he podido asearlo como quisiera porque se rehúsa a cooperar. Me abstengo de comentar algo sobre su halitosis, que espero sea pasajera. No se trata de herir sus sentimientos, pero me resulta imposible suprimir un gesto de asco con el que cierro mis ojos por una fracción de segundo. Él se aprovecha de este breve descuido y muerde uno de mis dedos y parte del dorso de mi mano».
Es temporada de caza. En el jardín, un gran árbol de duraznos se nutre con los restos de los hombres que ha despedazado Cara de liebre. La zapatilla de cristal se ha roto. Solo queda la cebolla, que crece en la oscuridad.
1. El diseño de portada de Cara de Liebre es enigmático. Funciona, en mi opinión, como un acertijo. Entrevemos algunas pistas importantes de la historia, y el vistazo, aunque breve, es sumamente provocativo. ¿Qué opina Liliana Blum sobre la portada de su libro?
Es una de las cosas que más me gustan del libro. Gracias a lo bien que le fue a mi segunda novela, para esta mi tercera, la editorial me consintió mucho con la portada: un artista digital, tras leer la novela, nos presentó algo muy parecido a lo que ves ahora. Usualmente los autores no tienen mucho que ver con las portadas, sobre todo en las editoriales grandes. Recuerdo que para mi primera novela, Pandora, se me avisó cuál iba a ser la portada (y nunca me terminó de gustar por completo). Sin embargo, a Pandora le fue tan bien que para mi segunda novela, El monstruo pentápodo, se me preguntó qué cosa tenía en mente, y se me hicieron tres propuestas de las cuales pude escoger una. Para Cara de liebre realmente me querían consentir, y creo que fue un gran acierto: es una portada que llama la atención, pero que no se termina de entender hasta que se lee la novela.
2. Tengo curiosidad por saber qué parte de la novela escribiste primero.
Escribí la novela en dos tiempos. Primero escribí toda la parte de Irlanda, y fue solo hasta que la terminé, que comencé a escribir la de Tamara, guiándome por cada capítulo de Irlanda, y entreverando los capítulos de Tamara.
3. ¿El final de Cara de liebre siempre estuvo claro para ti? ¿Cuál hubiera podido ser otro desenlace?
Muy buena pregunta. De hecho inicialmente pensaba en un final más tipo Hollywood, donde prevalece el bien. Es decir, que Tamara llegaba a tiempo y lograba salvar a Nick, sin saberlo, sino como un efecto secundario de enfrentarse a la “otra”. Sin embargo, mi hija adolescente (que no leyó el manuscrito, sino que lo escuchó platicado por mí), me sugirió el final actual. Me gustó mucho la idea de que tras superar a un mal hombre y apelar a su propia dignidad, toma la decisión que, sin saberlo, será el destino fatal del hombre que tanto daño le causó.
4. ¿Crees que Irlanda volvería a cometer un asesinato después de deshacerse de Nick? Tuvo suerte de que no la pillaran esta vez.
Creo que Irlanda ha aprendido la lección. Ya no quería más cadáveres (por las razones más obvias y pragmáticas), así que lo que sucedió con Nick fue un experimento que salió mal. Irlanda es muy inteligente y aprende de sus errores, pero no es una asesina sádica que saque alguna satisfacción de cometer un asesinato: sus primeros cadáveres son el resultado (nuevamente, efectos secundarios) de no querer ser abandonada, de tener un hombre que le haga compañía y la quiera. Por retorcido que esto suene, son las razones por las que mata al principio. Al final, tras darse cuenta de que no se puede obtener por la fuerza el amor de nadie, tiene que disponer de Nick: no puede dejarlo vivo o ella terminará en la cárcel. Así que podemos ver que esta muerte es necesaria para conservar su libertad, pero tampoco es algo que quisiera o disfrutara hacer. En mi cabeza, tanto Irlanda como Tamara aprenden una lección muy parecida: no puedes obligar a nadie a que se quede contigo. Por consiguiente, nadie necesita a un hombre en realidad.
5. ¿Qué obstáculos enfrentaste mientras escribías Cara de liebre?
La batalla contra mi propia desidia y mi poca capacidad de concentración en primer lugar. Después, unir las historias de Irlanda y de Tamara de modo que coincidieran en acciones y en tiempo. Y finalmente, obligarme a trabajar las revisiones que se vuelven siempre tediosas y eternas.
6. De todos los libros que has escrito, ¿cuál es tu favorito?
Una pregunta difícil. Los libros escritos por uno mismo son como los “amores de la vida” que uno se encuentra muchas veces. Durante un tiempo piensas que ése es EL libro (o el amor de tu vida), pero más adelante viene otro libro (u otro hombre) y te das cuenta que el anterior no era tan bueno. Le tengo un cariño muy especial a El libro perdido de Heinrich Böll, pero tengo una especie de “crush” por Cara de liebre, porque es una novela catártica, juguetona, y en donde me atreví a sobrepasar varios límites, tanto con la editorial como con mis lectores.
7. ¿Qué elementos consideras indispensables para escribir una buena novela?
Primero, tener una historia qué contar, y tenerla bien clara en la cabeza, de principio a fin, antes de sentarse a escribir. En segundo lugar, tener personajes tridimensionales, con sus defectos y virtudes, y con quienes los lectores se puedan identificar. Trama y personajes para mí lo son todo en una novela. Solo con ellos se puede dar el conflicto, que será el motor que haga avanzar a la novela.
8. Esta es una pregunta que puede resultar interesante para los escritores que apenas comienzan a hacer una carrera. ¿Por qué es importante contar con un agente literario?
Esto plantea un problema casi casi de lógica, porque hay que tener ya una carrera de cierto nivel y una obra sólida para que un agente quiera representarte. Me refiero a los agentes verdaderos, esos que se llevan un pequeño porcentaje de los contratos que logran para tu obra, sea de publicaciones, traducciones, derechos para el cine, etc., y no los fraudulentos que le cobran a los autores incautos una cuota fija mensual, hagan o no su trabajo, tengan o no resultados. Lamentablemente conozco varios autores que han perdido años y dinero pagándole a este tipo de agentes, sin ningún resultado. ¿Por qué habrían de trabajar, si reciben una cuota fija por no hacer nada? Por otro lado, los agentes verdaderos no se arriesgan a representar a un autor principiante y desconocido, porque no hay garantía de que puedan hacer negocio con este. Al final de eso se trata, de una relación simbiótica entre autor y agente, en la que ambos se beneficien. Recomiendo entonces a los escritores que apenas empiezan tratar de publicar con mucha paciencia, siempre de menos a más, y sobre todo, alejarse de las autopublicaciones como si fueran la peste. Nada ahuyenta más a un editor serio o a un agente, que un autor con libros publicados por él mismo. Así que hay que hacerse a la idea de que esta es una carrera en la que quizás puedes estar trabajando diez años sin que lleguen los frutos. Sugiero empezar a publicar en revistas (usualmente no pagan a menos que ya tengas un cierto nombre), luego en editoriales de los estados o municipios (suelen pagar con libros). Todo esto va forjando un currículum poco a poco. Después hay que pasar a las editoriales independientes, que pueden pagar una cantidad simbólica o también con libros. Ojo: una editorial JAMÁS le debe de cobrar ni un peso a un escritor por publicarlo. Las que lo hacen son imprentas disfrazadas de editoriales y que se dedican a defraudar escritores llenos de ansias por cortar camino y publicar. Si los trabajos publicados en revistas, editoriales de estados, y editoriales independientes son de calidad, vendrán luego las editoriales más grandes, donde hay adelantos por cada libro, contratos, y regalías anuales. Es en este punto que algún agente volteará a ver a los autores: no antes.
9. Para Ignacio Alarcón eres una narradora de prosa ágil y reflexiva, no apta para estómagos sensibles. Las personas mayores te preguntan por qué no escribes sobre cosas más bonitas. ¿Cómo definiría Liliana Blum su propio estilo de escritura?
A pesar de que muchas veces mis novelas se han catalogado como literatura noir, yo creo que no es una etiqueta acertada, y no porque tenga algo contra el género, sino porque no creo que describe lo que yo hago. Me parece que el noir se refiere más a lo policiaco, a lo detectivesco, y mis novelas son más bien enfocadas en lo psicológico. Yo definiría mi escritura quizá como “terror cotidiano”: historias de corte realista que resultan perturbadoras porque se adentran en la oscuridad de la naturaleza humana. El terror deviene en la conciencia de que son tan cercanas a lo que conocemos, que podría sucedernos a nosotros o a alguien cercano a nosotros.
10. Por último, sabemos que Stephen King es el escritor que más admiras. ¿Cómo describirías aquello que lo hace tan especial?
Stephen King es un escritor que admiro, sin duda, pero no es el que más admiro. Lo uso mucho como escape de mi cotidianeidad: cuando quiero evadirme realmente de mi vida, tomo un libro suyo y me sumerjo en el por días, olvidándome de todo lo demás. Es un gran maestro del que podemos aprenderle mucho: tramas fluidas, que nunca aburren, y que se mueven azarosas por el conflicto. Ahora bien, los escritores que más admiro son otros: Alejo Carpentier, Margaret Atwood, Joyce Carol Oates, Jonathan Safran Foer, Alice Munroe, Isaac Bashevis Singer…
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