sábado, 24 de mayo de 2014

Cuento libresco: el intruso de la biblioteca



 INTRUSO DE LA BIBLIOTECA
Aquella bibliotecaria era “la bibliotecaria:
Era solitaria, erudita, perfeccionista y amable. Amaba  la liturgia de su oficio, su aroma, su transcendencia.
 Memorizaba el contenido y ordenamiento exacto de sus anaqueles, en segundos podía localizar cualquier volumen y hasta oreaba de vez en cuando a los desclasados, los olvidados, los que, desde años, nadie leía ni consultaba; de Zola a Blasco Ibáñez, de Juan Ramón (quién se lo iba a decir) a las Enciclopedias tan caras, tan deseadas, tan maravillosas que ocupaban  inútilmente la zona noble y que nadie había vuelto a solicitar desde el profesor Wikipedio.
Conocía los principios de las grandes obras literarias, los finales de casi toda la novelería, el orden de los Episodios Nacionales y los títulos, por  temas, de las comedias de Lope.
Escrutaba el estado de la media docena de casi incunables del su Archivo Histórico, recientemente restaurados, suave el pergamino, controlada la humedad. Custodiaba impertérrita los inútiles fondos que le enviaba la Diputación y hasta era capaz de leer los best-seller sin saltarse página ninguna.
Confeccionaba guías de lectura, montaba escaparates en las ventanas, convocaba pequeños concursos, invitaba a jóvenes escritores y hasta organizaba jugosos cursillos de caligrafía ( gótica, carolina, inglesa, redondilla…)
Atendía con solicitud a los representantes de editoriales (¿para qué?), a los usuarios mayores en busca de letra grande, a las amas de casa de recetas y de historias de amor. A los estudiantes que nunca hallaban los fondos necesarios, a los niños tragadores de cuentos, a los jóvenes de películas y músicas robables, a los usuarios inquietos y respondones.
Era comprensiva con los morosos y antipática con los que sacaban y no leían.
Aquella mañana, sobre el mostrador encontró una pequeña caja envuelta en delicado papel de seda ceñida con un lazo de raso color sangre de toro. ¿Unos bombones de un admirador? ¿Un manuscrito de un joven poeta  local?
Venía a su nombre y lo abrió gozosamente curiosa… luego emitió un grito aterrador:
Era él. El monstruo, el malvado, el ruin, el perverso, el ogro, la bruja, la parca, el diablo. Pandora,  Drácula, Hades,  el Innombrable, la Medusa, el  Averno, Caronte, el caos, la muerte, el fin.
Y era un libro. ¿Un libro?
Sin pastas, sin lomo, sin canto, sin  páginas, sin tejuelo, sin signatura, sin ISBN, sin olor, sin tacto. Sin volumen (nunca mejor dicho).
Rígido, blanco como un sudario, sin corazón, sin alma.
Pero tan coqueto, tan fino, tan manejable, tan sencillo, tan informal, tan moderno…¡Tan
e-book!
Lo encendió; la página era blanca y opaca, sin brillos ni temblores, acomodó los dedos a los mandos laterales, pulsó suavemente las teclas, emergieron las palabras, agrandó  las fuentes, abrió el índice y encontró ocho mil de las páginas más guardadas de su corazón:
Saltó de Horacio a don Juan Manuel y de Quevedo a las dos partes completas de don Quijote con  ilustraciones de Doré. Zarrapastreó por tonterías de autoayuda y de un  completito código civil.
Y sonrió. No era el malo. Si acaso el pillo. No era el traidor; más bien un lindo seductor.
No era un libro ciertamente ¿pero era un “libre”?
No venía a deshacer el imperio sino a engrandecerlo.
Porque aquella bibliotecaria, coleccionista y conservadora por inherencia de su oficio, sabía que si algo no podía impedirse era el libre volar de la creación. Sobre cualquier tradición, en alas de cualquier soporte.
Y supo que ya no podremos prescindir de este malo tan bueno, de este monstruo tan adorable.
Al fin, desde siempre, los monstruos han sido los pobladores de nuestros verdaderos sueños.

Este cuento lo conté allá por 2008; creo que se ha quedado desactualizado pero, por tiempo que pase, ¿quién no sintió emoción, curiosidad y un cierto enamoramiento ante el artefacto del que apenas podemos prescindir ahora?
Ya… ya sé que el papel huele, que se accede mejor al índice o al sumario, que nunca consume la pila…
Algo así pasaría con el primer Gütemberg.
Isabel Torres.

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