No estamos condenados"
Laura Restrepo nunca ha probado droga. Ni siquiera se ha puesto un
pitillo de marihuana en los labios para no aspirarla después. Porque
dice ser adicta a la lucidez. Su pasión es tener los cinco sentidos
alerta sin nada que los nuble. Por eso, es una libertaria a morir y se
bate a favor de la legalización de las drogas como el primer paso para
liberar a su país de una guerra que lo desangra.
Su última novela, Delirio, ganadora del premio Alfaguara de novela 2004, es tan desgarradora como la realidad de Colombia, el país en que se ceba la escritora para alimentar unos personajes ricos, auténticos, luminosos.
En el lobby de un hotel de Miami conversamos sobre sexo y drogas, democracia y terrorismo (mejor, sobre sexo y democracia, y sobre drogas y terrorismo), es decir sobre la literatura y su delirio.
La novela es muy conmovedora. Tuve la impresión de que su conocimiento del delirio de sus personajes era tan personal que lo vivió en carne propia.
El punto de partida fue una hipótesis. Una duda. Yo venía escribiendo una novela. De golpe por la mitad me pareció que no era juego limpio partir de la base de que personas que vivimos realidades exteriores tan delirantes estábamos cuerdos. Tenemos que estar muy locos para podernos adaptar a esta convulsión brutal que es el mundo de afuera. Te hablo de los habitantes de Colombia, de Venezuela, de Irak o de los propios Estados Unidos entre tantos sitios en el planeta tan convulsionados. Estas realidades tienen que hacer transformaciones profundas en nosotros.
¿Cómo aprendió tanto de la locura? Investigo. Fui periodista por muchos años y hay mañas del oficio que no logro superar. Si bien lo que investigo después lo transformo en ficción, porque son novelas de ficción lo que he hecho en los último quince años. Aunque ahora sólo hago ficción no puedo zafarme de la investigación. Tengo que salir, meterme en la casa de la gente, averiguar sus motivos, hablar con ella para alimentarme.
¿Qué es la locura?
Aunque no tengo en el libro una visión poética sobre la locura, la
siento como un territorio de soledad donde los códigos que te permiten
comunicarte con las demás personas están quebrados. Es como una lengua
extranjera que tiene su propia lógica y coherencia. Una coherencia
desgarradora, dolorosa para la persona que incurre en ella.
Extranjeros en su propia cabeza, su familia, su país. ¿Cómo los conoció y convirtió en personajes?
Visité instituciones mentales donde pude hablar con gente con perturbaciones de la cabeza. Pero sobre todo investigué entre familiares de gente que tiene estos problemas. Porque mucho más que la visión médica que no aparece para nada, lo que aparece es gente del montón que desconoce lo que es la locura pero tiene que lidiar con ella porque la golpea de cerca.
De hablar con familiares pude hacerme una idea de lo que podía ser el personaje de Aguilar. Aguilar es ese hombre enamorado de su mujer que tiene que enfrentarse al hecho terrible de que ella pierde la cabeza y tiene que recurrir a su única arma que es el amor que siente por ella para tratar de salvarla de ese laberinto de la locura.
Entonces, el mundo está loco. ¿Es esa su tesis?
No, pero de pronto estamos experimentando colectivamente que el nivel de locura ambiental está subiendo a niveles excesivos y hay razones históricas y políticas para pensar que eso es así. Por ejemplo, esta guerra al terrorismo que empieza a latir como una amenaza en todos lados.
Estos gobernantes que sacan a relucir la posibilidad de la guerra con otros pueblos o con su mismo pueblo como si fuera una carta de la baraja, como si no tuviese implicaciones nefastas para todo el mundo. Nos sentimos avasallados por la locura ambiental y entiendo esta novela como un intento de no sucumbir a esa locura.
¿Cree que este delirio colectivo tiene cura o que estamos condenados?
No estamos condenados. Es contraproducente buscar respuestas de tipo
metafísico como decir "es que los colombianos somos violentos" o que
"los venezolanos no tenemos solución", pienso que hay políticas muy
concretas que son la causantes de este descalabro que estamos viviendo.
Los pueblos, las distintas culturas tienen que convivir armónicamente.
Solazarse en sus diferencias no podemos temernos los unos a los otros
como si unos fueran gente civilizada y los otros fueran bestias al
acecho porque eso lleva a la destrucción.
¿La gente está loca o la volvieron loca?
Eso tiene nombres propios hay gente que ocupa las presidencias de ciertos países que están fomentando políticas que tienden a desquiciar a unos pueblos contra otros. Hay gobernantes que dentro de sus propios países le dan prioridad a las salidas guerreras, militaristas sobre otras urgencias. Yo no estoy de acuerdo para nada con el presidente George Bush ni con la guerra de Álvaro Uribe en mi país.
¿Y hay solución a esta guerra?
No cuando se desconoce una verdad de apuño que es que todo el enredo feroz, violento, desgarrador del narcotráfico surge precisamente de la prohibición de la droga. Cuando a mi me preguntan si hay alguna solución para el problema aparentemente insoluble del narcotráfico en Colombia yo le digo sí, hay un inicio de solución que se resumen en una palabra, legalización. El día que legalicen la droga, porque lo van a hacer, ¿alguien se va a acordar de que existía una nación llamada Colombia que se desangró por la guerra contra las drogas?
Dicen que el temor siempre pone en peligro la libertad. Y algunos temen que la legalización desate otros fantasmas.
Hay motivos inconfesos. Se dice que el narcotráfico es el negocio de los narcotraficantes colombianos. Desde luego que lo es y tenemos seres aterradores en esa trama, pero es un negocio para mucha más gente que para los negociadores colombianos, tal y como lo describo en el libro. En Colombia solemos decir que la droga "entra" a países del tercer mundo, pero quién los mete. ¿Por qué los únicos narcotraficantes que mojan periódicos son los colombianos? ¿Dónde están las mafias norteamericana o europea? ¿Por qué no figura ni se le menciona?
Como le decía, parece que el mundo está divido entre sus temores, ¿hay una salida a este mundo en blanco y negro?
Claro que sí. Ya lo estamos viviendo. Yo estuve en España cuando ese
pueblo protagonizó dos manifestaciones masivas y deslumbrantes. La
primera contra el terrorismo cuando habían puesto las bombas que
causaron las víctimas de Atocha. Pero unos días después salió también en
masa a oponerse contra el terrorismo de Estado como forma de lucha
contra el otro terrorismo y de hecho eso se expresó en las urnas con la
caída de Aznar. Y como no fue reelegido Aznar, también hay la
posibilidad de que no sea reelegido Bush. Creo que ese cuarto de hora de
los que creen que la guerra, enfrentar a hombres contra hombres,
pueblos contra pueblos sea la salida para la humanidad, se acabó.
Y ¿quiénes son la alternativa a la locura política que usted describe?
Pienso que en el mundo hay corrientes pacifistas, democráticas de mucha envergadura que han salido a manifestarse por millones en las calles. Otra cosa es que los dirigentes y los gobiernos no quieran medir y se hagan los locos con la presión popular tan grande para encausar a la humanidad por la vía de la democracia. La democracia es un patrimonio de la humanidad. Es una conquista que se ha logrado con una serie de luchas a lo largo de los años.
En América Latina, según recientes estudios de la UNCTAD, el prestigio de la democracia está por el suelo. La tendencia es a elegir democráticamente líderes que no necesariamente creen en la democracia.
Por eso yo decía la democracia como razón de los pueblos. Estamos
entrando en una época de democracia formal donde los gobiernos ejercen
el poder en contra de la verdadera democracia. Desde luego que las
invasiones del presidente Bush, las hace a nombre de la libertad y la
democracia. Tenemos que un principio elemental de la democracia que es
el derecho de las naciones a su independencia, a su soberanía al derecho
de los pueblos a existir a las diferencias religiosas y culturales que a
veces se ven avasallados en nombre de la democracia.
¿Cuál es el camino hacia esas instituciones en países como los nuestros o en pueblos e Bolivia o Perú donde comunidades Aymaras linchan a sus alcaldes?
Hay miles de movimientos en América Latina que pacíficamente y por la vía de la razón logran presionar por sus derechos. Yo no soy partidaria de la guerrilla, que se presenta como enemiga de la población con los secuestros, los golpes contra los pueblos y cobrando sus víctimas inocentes. Estoy a favor de la población desarmada que es absolutamente mayoritaria. Hay pueblos enteros en mi país que se declaran territorios de paz y que se niegan a jugar el juego de las fuerzas armadas, los paramilitares y los guerrilleros. Pero la guerra que tiene desatada el presidente Uribe no acaba con la guerrilla. Es sorprendente, en un país con la guerra tan intensa que hay, la víctima de esa política es un movimiento pacífico y democrático que está siendo aplastado. Nuestro continente está hecho mayoritariamente por gente de paz que pelea por sus derechos usando la palabra y la fuerza de su espíritu.
Roger Santodomingo
BBC Mundo |
Para Laura Restrepo "la literatura es un juguete que remeda la realidad"
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Su última novela, Delirio, ganadora del premio Alfaguara de novela 2004, es tan desgarradora como la realidad de Colombia, el país en que se ceba la escritora para alimentar unos personajes ricos, auténticos, luminosos.
En el lobby de un hotel de Miami conversamos sobre sexo y drogas, democracia y terrorismo (mejor, sobre sexo y democracia, y sobre drogas y terrorismo), es decir sobre la literatura y su delirio.
La novela es muy conmovedora. Tuve la impresión de que su conocimiento del delirio de sus personajes era tan personal que lo vivió en carne propia.
El punto de partida fue una hipótesis. Una duda. Yo venía escribiendo una novela. De golpe por la mitad me pareció que no era juego limpio partir de la base de que personas que vivimos realidades exteriores tan delirantes estábamos cuerdos. Tenemos que estar muy locos para podernos adaptar a esta convulsión brutal que es el mundo de afuera. Te hablo de los habitantes de Colombia, de Venezuela, de Irak o de los propios Estados Unidos entre tantos sitios en el planeta tan convulsionados. Estas realidades tienen que hacer transformaciones profundas en nosotros.
¿Cómo aprendió tanto de la locura? Investigo. Fui periodista por muchos años y hay mañas del oficio que no logro superar. Si bien lo que investigo después lo transformo en ficción, porque son novelas de ficción lo que he hecho en los último quince años. Aunque ahora sólo hago ficción no puedo zafarme de la investigación. Tengo que salir, meterme en la casa de la gente, averiguar sus motivos, hablar con ella para alimentarme.
¿Qué es la locura?
La locura es una codificación distinta del universo y de sí mismo.
Se puede describir como un viaje por un país extranjero en el que estás
solo y nadie te puede alcanzar.
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Visité instituciones mentales donde pude hablar con gente con perturbaciones de la cabeza. Pero sobre todo investigué entre familiares de gente que tiene estos problemas. Porque mucho más que la visión médica que no aparece para nada, lo que aparece es gente del montón que desconoce lo que es la locura pero tiene que lidiar con ella porque la golpea de cerca.
De hablar con familiares pude hacerme una idea de lo que podía ser el personaje de Aguilar. Aguilar es ese hombre enamorado de su mujer que tiene que enfrentarse al hecho terrible de que ella pierde la cabeza y tiene que recurrir a su única arma que es el amor que siente por ella para tratar de salvarla de ese laberinto de la locura.
Entonces, el mundo está loco. ¿Es esa su tesis?
No, pero de pronto estamos experimentando colectivamente que el nivel de locura ambiental está subiendo a niveles excesivos y hay razones históricas y políticas para pensar que eso es así. Por ejemplo, esta guerra al terrorismo que empieza a latir como una amenaza en todos lados.
Estos gobernantes que sacan a relucir la posibilidad de la guerra con otros pueblos o con su mismo pueblo como si fuera una carta de la baraja, como si no tuviese implicaciones nefastas para todo el mundo. Nos sentimos avasallados por la locura ambiental y entiendo esta novela como un intento de no sucumbir a esa locura.
¿Cree que este delirio colectivo tiene cura o que estamos condenados?
Colombia es el escenario donde se cruzan dos de las grandes
mentiras contemporáneas, la guerra contra la droga y la guerra contra el
terror. Es un país que se está desangrando por culpa del narcotráfico y
su supuesto antídoto que es la guerra contra la droga.
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¿La gente está loca o la volvieron loca?
Eso tiene nombres propios hay gente que ocupa las presidencias de ciertos países que están fomentando políticas que tienden a desquiciar a unos pueblos contra otros. Hay gobernantes que dentro de sus propios países le dan prioridad a las salidas guerreras, militaristas sobre otras urgencias. Yo no estoy de acuerdo para nada con el presidente George Bush ni con la guerra de Álvaro Uribe en mi país.
¿Y hay solución a esta guerra?
No cuando se desconoce una verdad de apuño que es que todo el enredo feroz, violento, desgarrador del narcotráfico surge precisamente de la prohibición de la droga. Cuando a mi me preguntan si hay alguna solución para el problema aparentemente insoluble del narcotráfico en Colombia yo le digo sí, hay un inicio de solución que se resumen en una palabra, legalización. El día que legalicen la droga, porque lo van a hacer, ¿alguien se va a acordar de que existía una nación llamada Colombia que se desangró por la guerra contra las drogas?
Dicen que el temor siempre pone en peligro la libertad. Y algunos temen que la legalización desate otros fantasmas.
Hay motivos inconfesos. Se dice que el narcotráfico es el negocio de los narcotraficantes colombianos. Desde luego que lo es y tenemos seres aterradores en esa trama, pero es un negocio para mucha más gente que para los negociadores colombianos, tal y como lo describo en el libro. En Colombia solemos decir que la droga "entra" a países del tercer mundo, pero quién los mete. ¿Por qué los únicos narcotraficantes que mojan periódicos son los colombianos? ¿Dónde están las mafias norteamericana o europea? ¿Por qué no figura ni se le menciona?
Como le decía, parece que el mundo está divido entre sus temores, ¿hay una salida a este mundo en blanco y negro?
El libro tiene como telón de fondo esa realidad que es el lavado de
dólares, otra de las hipocresías contemporáneas que nos llevan al
delirio.
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Y ¿quiénes son la alternativa a la locura política que usted describe?
Pienso que en el mundo hay corrientes pacifistas, democráticas de mucha envergadura que han salido a manifestarse por millones en las calles. Otra cosa es que los dirigentes y los gobiernos no quieran medir y se hagan los locos con la presión popular tan grande para encausar a la humanidad por la vía de la democracia. La democracia es un patrimonio de la humanidad. Es una conquista que se ha logrado con una serie de luchas a lo largo de los años.
En América Latina, según recientes estudios de la UNCTAD, el prestigio de la democracia está por el suelo. La tendencia es a elegir democráticamente líderes que no necesariamente creen en la democracia.
Nuestro continente está hecho mayoritariamente por gente de paz que
pelea por sus derechos usando la palabra y la fuerza de su espíritu.
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¿Cuál es el camino hacia esas instituciones en países como los nuestros o en pueblos e Bolivia o Perú donde comunidades Aymaras linchan a sus alcaldes?
Hay miles de movimientos en América Latina que pacíficamente y por la vía de la razón logran presionar por sus derechos. Yo no soy partidaria de la guerrilla, que se presenta como enemiga de la población con los secuestros, los golpes contra los pueblos y cobrando sus víctimas inocentes. Estoy a favor de la población desarmada que es absolutamente mayoritaria. Hay pueblos enteros en mi país que se declaran territorios de paz y que se niegan a jugar el juego de las fuerzas armadas, los paramilitares y los guerrilleros. Pero la guerra que tiene desatada el presidente Uribe no acaba con la guerrilla. Es sorprendente, en un país con la guerra tan intensa que hay, la víctima de esa política es un movimiento pacífico y democrático que está siendo aplastado. Nuestro continente está hecho mayoritariamente por gente de paz que pelea por sus derechos usando la palabra y la fuerza de su espíritu.
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