Si escribir artículos se pareciera a hacer
sudokus o a llenar crucigramas. O si fuera más bien como jugar una
partida de ajedrez (contrincante el lector, juegas con negras). O si
tuviera algo que ver con el ordeño de las vacas al amanecer o con el
paciente oficio del jardinero que siembra, abona, poda, quita la maleza y
luego espera a que las matas broten y las flores florezcan. Si escribir
fuera como pegar ladrillos hasta completar una pared, un edificio,
siguiendo un plano diseñado por otro. O como cepillar una tabla el
carpintero y serruchar y armar hasta ensamblar un mueble: la mesa coja,
el sillón de lectura, la alacena vieja.
Si escribir consistiera en bailar con las palabras o si no fuera más que pasar en limpio el pensamiento. Si este trabajo tuviera algo que ver con correr la maratón o atravesar nadando el canal de la Mancha: técnica y resistencia. Si uno mezclara ideas y frases como quien cocina un sancocho, una paella, y a cada párrafo fuera probando si no le falta sal o le sobra pimienta. Si escribir y hablar fueran la misma cosa y lo que se escribe saliera como sale la voz al conversar con una amiga íntima en el bar o en la sala de la casa. Si hubiera un remoto parecido entre escribir y hacer goles, o entre escribir y parar un penalty, o entre escribir y caminar por el campo o por las calles del centro. Si esto que hago cada día fuera como sumar y restar y elevar al cuadrado; si fuera como rezar y pedir un milagro que no ocurre.
Si todo lo anterior no hubiera provocado ya la huida de todos los lectores, entonces les podría decir que la escritura no se parece a nada y que para llegar hasta este punto (que en realidad es una coma), lo único que uno puede hacer es rayar papelitos sin parar, hacerlo con sentido y sin sentido, con ganas o sin ganas, fatigar el teclado con las yemas de los dedos, ordeñar las meninges para encontrar un tema siempre esquivo, un personaje que no llega, y leer a los maestros en busca de un estilo, un pensamiento o un tono que te salven del tedio de lo inútil y del aburrimiento.
Si escribir fuera esto: reflexionar tan solo sobre lo que se escribe, sobre la escritura misma, como pasarse el día mirándose al espejo, en vez de transmitir ideas, información, historias que diviertan, enseñanzas, maneras de decir con claridad lo que otros ya han pensado (o dicho), pero con otra forma más eficaz y más evocadora, más suave o más violenta.
Si escribir fuera fácil como masticar con buenos dientes, o beber agua limpia con la sed del desierto, o como desear a la mujer del prójimo y seducirla y acostarse con ella. Si escribir fuera pecar. Si fuera tan sencillo como echarse en la hierba a descifrar la forma de las nubes cuando nos sobra tiempo o cuando el tema que hay es siempre el mismo: la paz y la política, la guerra y la violencia, la hedionda corrupción o los benditos impuestos, el Ébola, los gays o las epístolas del los obispos, las mujeres vejadas, las masacres de jóvenes en México, las arbitrariedades de Putin, las idioteces de Maduro o los titubeos hamletianos de un Obama incapaz de cumplir sus promesas.
Si escribir fuera esto: al fin no decir nada en tres mil seiscientos sesenta y nueve caracteres (contando espacios, letras, signos de puntuación): disolver en volutas de palabras la carencia de ideas. Ah, si fuera todo esto y nada más, entonces sería muy fácil llevar, como yo llevo, cuarenta años escribiendo artículos todas las semanas, como una abeja hace miel o una hormiga hormigueros, como hacen nidos los pájaros y ponen huevos sin pensar en ello, porque qué más se va a hacer si no servimos para nada distinto y a veces ni siquiera para esto.
Si escribir consistiera en bailar con las palabras o si no fuera más que pasar en limpio el pensamiento. Si este trabajo tuviera algo que ver con correr la maratón o atravesar nadando el canal de la Mancha: técnica y resistencia. Si uno mezclara ideas y frases como quien cocina un sancocho, una paella, y a cada párrafo fuera probando si no le falta sal o le sobra pimienta. Si escribir y hablar fueran la misma cosa y lo que se escribe saliera como sale la voz al conversar con una amiga íntima en el bar o en la sala de la casa. Si hubiera un remoto parecido entre escribir y hacer goles, o entre escribir y parar un penalty, o entre escribir y caminar por el campo o por las calles del centro. Si esto que hago cada día fuera como sumar y restar y elevar al cuadrado; si fuera como rezar y pedir un milagro que no ocurre.
Si todo lo anterior no hubiera provocado ya la huida de todos los lectores, entonces les podría decir que la escritura no se parece a nada y que para llegar hasta este punto (que en realidad es una coma), lo único que uno puede hacer es rayar papelitos sin parar, hacerlo con sentido y sin sentido, con ganas o sin ganas, fatigar el teclado con las yemas de los dedos, ordeñar las meninges para encontrar un tema siempre esquivo, un personaje que no llega, y leer a los maestros en busca de un estilo, un pensamiento o un tono que te salven del tedio de lo inútil y del aburrimiento.
Si escribir fuera esto: reflexionar tan solo sobre lo que se escribe, sobre la escritura misma, como pasarse el día mirándose al espejo, en vez de transmitir ideas, información, historias que diviertan, enseñanzas, maneras de decir con claridad lo que otros ya han pensado (o dicho), pero con otra forma más eficaz y más evocadora, más suave o más violenta.
Si escribir fuera fácil como masticar con buenos dientes, o beber agua limpia con la sed del desierto, o como desear a la mujer del prójimo y seducirla y acostarse con ella. Si escribir fuera pecar. Si fuera tan sencillo como echarse en la hierba a descifrar la forma de las nubes cuando nos sobra tiempo o cuando el tema que hay es siempre el mismo: la paz y la política, la guerra y la violencia, la hedionda corrupción o los benditos impuestos, el Ébola, los gays o las epístolas del los obispos, las mujeres vejadas, las masacres de jóvenes en México, las arbitrariedades de Putin, las idioteces de Maduro o los titubeos hamletianos de un Obama incapaz de cumplir sus promesas.
Si escribir fuera esto: al fin no decir nada en tres mil seiscientos sesenta y nueve caracteres (contando espacios, letras, signos de puntuación): disolver en volutas de palabras la carencia de ideas. Ah, si fuera todo esto y nada más, entonces sería muy fácil llevar, como yo llevo, cuarenta años escribiendo artículos todas las semanas, como una abeja hace miel o una hormiga hormigueros, como hacen nidos los pájaros y ponen huevos sin pensar en ello, porque qué más se va a hacer si no servimos para nada distinto y a veces ni siquiera para esto.
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