miércoles, 15 de junio de 2016

Lunática por Héctor Abad Faciolince


Lunática  
11/06/2013 - ilustración por N.I

Podría no haber luna,
es verdad,
y las cosas no serían tan distintas.
Más leves las mareas,
las noches más oscuras,
un tema menos entre los enamorados,
perros más sosegados en la madrugada,
y poetas que nunca
escribirían versos al claro de la luna.
La tierra bien podría
arreglárselas sin luna
y poco cambiaría su rotación silenciosa,
la elíptica emoción de su trayecto.

Pero también podría haber dos lunas,
o tres, o cinco, o siete,
cada una con su nombre
masculino o femenino,
malunga, elof, comón,
que los niños despacio aprenderían,
señalando hacia el cielo,
como se les enseñan
los meses o los días.

Y esas múltiples lunas luminosas
tendrían sus crecientes y menguantes,
vendrían con sus fases y períodos,
con sus caras ocultas
y rostros conocidos,
con sus mares y cráteres,
con nombres de astronautas
asociados a ellas,
como Armstrong,
de quienes las hubieran
hollado
alguna vez primera.
Aquella podría ser
más grande o más pequeña,
o se vería más grande
sin serlo, simplemente,
porque estaría más cerca de la tierra.

O la luna como es
podría a su vez tener
una pequeña luna que se viera
a simple vista,
y que le diera vueltas
la noche entera,
como un ciclista incansable
en un velódromo celeste,
y nos lo enseñara todo
sobre la rotación
de planetas y satélites.

Podría haber un tipo de luna
un día, y otro otra,
o noches de tres lunas
y noches de una sola,
y solamente cinco noches al mes
el cielo tenebroso,
sin una sola luna,
para que todos lo hombres se sintieran
oscuros y huérfanos
mirando las estrellas,
tejiendo teorías fantásticas,
de cosechas y siembras
y horóscopos lunáticos.

Podría no haber luna,
es verdad,
y si no la hubiera habido
nunca,
no nos haría falta,
porque la tierra, el mar,
los perros, los amantes, los poetas,
bien podrían pasársela sin ella.

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