Este mes, el club de lectura de los miércoles tendría que haber comentado Harún y el mar de las historias.
Aunque sea por el blog, quizá podamos hacerlo, o al menos, saber algo más de quién es este autor.
Con su segunda novela, “Hijos De La Medianoche ” (1981), un retrato sociopolítico y religioso sobre la India contemporánea, Rushdie consiguió ser galardonado con el premio Booker. Más tarde publicó “Vergüenza (Shame)” (1984), ambientada en Pakistán, y “Versos Satánicos (The satanic verses)” (1988). Por este último título el escritor fue condenado a muerte por el ayatolá Jomeini al ser considerado por éste blasfemo contra el Corán. Esta condena concedió a Salman Rushdie la celebridad mundial a la par que provocó, entre diferentes asesinatos de editores y traductores, una existencia oculta y errante bajo el temor a ser asesinado.
En el año 1998 la fatwa fue levantada por el gobierno de Irán.
Otro autor complicado... Ahora ya se me ha pasado, pero cuando lo descubrí de joven sentí veneración absoluta por él. Tiene una novela titulada V. que me pareció sencillamente maravillosa. El resto de su obra me interesó menos, pero V. me pareció fascinante. Las ideas de Pynchon son sumamente interesantes. Tiene un sistema dual en el que por una parte está el concepto de paranoia y por otra el de entropía. Según Pynchon, el mundo tiene un significado, sólo que es inaccesible porque hay ciertas fuerzas que se encargan de mantenerlo oculto. Tan sólo un círculo selecto de gente posee el secreto del significado del mundo, aunque por lo menos se sabe que lo tiene. Por otra parte, está la idea de la muerte del universo, que es algo que acaece lentamente... Para Pynchon la vida es como una fiesta que se va apagando poco a poco [risas] y su sentido final se nos escapa, de modo que libertad y ausencia de significado son equivalentes.
Aunque sea por el blog, quizá podamos hacerlo, o al menos, saber algo más de quién es este autor.
SALMAN
RUSHDIE
(Bombay, India, 1947) Escritor angloindio en
lengua inglesa. Dejó su país natal en 1961 para trasladarse al Reino Unido,
donde estudió en la facultad de historia de Cambridge. Regresó con su familia a
finales de los años 60 para trabajar en Pakistán en el medio televisivo. Poco
después retornó a Gran Bretaña para, al mismo tiempo que actuaba en
representaciones teatrales, ocuparse en una agencia de publicidad.
En el año 1964 adquirió la nacionalidad británica.
Debutó como novelista
con “Grimus” (1975), un libro de fantasía y ciencia-ficción que ponía de
manifiesto su tendencia a ligar realismo con elementos mágicos.Con su segunda novela, “Hijos De La Medianoche ” (1981), un retrato sociopolítico y religioso sobre la India contemporánea, Rushdie consiguió ser galardonado con el premio Booker. Más tarde publicó “Vergüenza (Shame)” (1984), ambientada en Pakistán, y “Versos Satánicos (The satanic verses)” (1988). Por este último título el escritor fue condenado a muerte por el ayatolá Jomeini al ser considerado por éste blasfemo contra el Corán. Esta condena concedió a Salman Rushdie la celebridad mundial a la par que provocó, entre diferentes asesinatos de editores y traductores, una existencia oculta y errante bajo el temor a ser asesinado.
En el año 1998 la fatwa fue levantada por el gobierno de Irán.
Realismo mágico
El estilo de Rushdie ha sido comparado con el realismo mágico latinoamericano, por la mezcla de ficción, magia y no
ficción en sus relatos. La mayor parte de sus obras de ficción están
ambientadas en el subcontinente Indio y están
influidas por las diversas religiones (musulmana, hinduista y otras), el
ambiente socio-político de la India, Pakistán e Inglaterra, países en los que
ha vivido, la mezcla de idiomas urdú e inglés. Rushdie logra fusionar la
realidad con la magia de los mitos y leyendas del continente indio con tanta
naturalidad que lo mágico termina siendo parte de la cotidianidad.
El problema de
la libertad de expresión
Rushdie en sus escritos siempre ha planteado críticas
frente a los gobiernos de los países en los que ha vivido y contra el
extremismo religioso. "Nunca me consideré un escritor preocupado por la religión, hasta que una religión empezó a perseguirme", afirma en su artículo El
problema de la religión, en el que agrega que el problema no reside solo en
el integrismo islámico sino también
en el fanatismo cristiano encarnado en la figura de Tony Blair, y en el gobierno estadounidense de George W.
Bush. Además, se ha mostrado en contra de la ley que
prohíba "la incitación al odio religioso", por considerarla
extremadamente restrictiva y contraria a la libertad de expresión. Pese a ser
votante del laborismo, se ha referido a Blair como un primer
ministro autoritario.
Por otra parte, Rushdie ha señalado que una sociedad libre y civilizada debería ser juzgada por su disposición a aceptar la pornografía, y que su situación en la cultura musulmana (censurada y prohibida en
varios países) es el resultado de la segregación de sexos y discriminación de
las mujeres.
En el año 2007 la Reina de Inglaterra le otorgó la
distinción de Sir (Caballero), una distinción que normalmente se le entrega a
personalidades notables. Como era de esperarse, esa condecoración reavivó la polémica
y provocó que Mohamad
Ali Hoseini, el portavoz del Ministerio de Exteriores iraní, se
manifestara públicamente contra esta distinción a la que consideró como “un acto contra el Islam”.
Su vida sentimental es intensa y complicada, así que mejor no relatarla. Con esta frase queda todo dicho "Crecí besando libros y pan... Desde que besé a una mujer, mis actividades con el pan y los libros perdieron interés", Salman Rushdie.
Obras
Novelas
·
Grimus (1975): Gollancz, Londres
·
Midnight's
Children (1981) Jonathan Cape, Londres. En español: Hijos
de la medianoche. 457 ediciones entre 1981 y 2018 en 26 idiomas25
·
Shame (1983) Jonathan Cape, Londres.
En español: Vergüenza (1985) Alfaguara, Madrid. 175 ediciones
entre 1983 y 2018 en 19 idiomas.
·
The Satanic
Verses (1988) Viking, The Penguin Group, Londres. En español: Los
versos satánicos (1991) Seis Barral en colaboración con otras diecisiete
editoriales y el Ministerio de Cultura, Barcelona. 316 ediciones entre 1988 y
2017 en 20 idiomas.
·
The Moor's
Last Sigh (1995) Random House, Londres. En español: El
último suspiro del moro (1995) Plaza & Janes, Barcelona. 201 ediciones
entre 1995 y 2017 en 17 idiomas.
·
The Ground
Beneath Her Feet (1999) Jonathan Cape,
Londres. En
español: El suelo bajo sus pies (1999) Plaza & Janes,
Barcelona. 115 ediciones entre 1999 y 2004 en 10 idiomas.
·
Fury (2001) Jonathan Cape, Londres. En
español: Furia (2002) Plaza & Janes, Barcelona. 125 ediciones entre
1999 y 2014 en 17 idiomas.
·
Shalimar the
Clown (2005) Jonathan Cape, Londres. En español:
Shalimar el Payaso (2005) Mondadori, Barcela. 128 ediciones entre 2005 y
2016 en 20 idiomas.
·
The
enchantress of Florence (2008) Random
House, Londres. En
español: La encantadora de Florencia (2008) Mondadori, Barcelona. 147
ediciones entre 2008 y 2017 en 22 idiomas.
·
Two Years
Eight Months and Twenty-Eight Nights (2015) Random House, Londres. En español: Dos años, ocho
meses y veintiocho noches (2015) Seix Barral, Barcelona.
·
The Golden
House (2017) Random House, Londres. En
español: La decadencia de Nerón Golden (2017) Seix Barral,
Barcelona.
Literatura
infantil y juvenil
- Haroun and the Sea of Stories (1990) Granta Books, Londres. En español: Harún y el mar de las historias (2011) Mondadori, Barcelona. 167 ediciones entre 1990 y 2016 en 18 idiomas.
- Luka and the Fire of Life (2010) Random House, Londres. En español: Luka y el fuego de la vida (2011) Random House, España.
Cuento
·
East, West (1994) Jonathan Cape, Londres. En
español: Oriente, occidente (2011) De Bolsillo, España.
Ensayo
y otros textos de no ficción
·
The Jaguar Smile: A Nicaraguan Journey (1987)
Picador, Pan Books (en asociación con Jonathan Cape), Londres. En español: La
sonrisa del jaguar (1987) Alfaguara, Madrid.
·
Imaginary
Homelands: Essays and Criticism,
1981-1991 (1992) Granta Books, Londres
·
Step Across
This Line: Collected Non-fiction 1992-2002 (2002) Jonathan Cape, Londres. En español: Pásate de la
raya. Artículos, 1992-2002 (2003) Plaza & Janes, Barcelona.
·
Joseph Anton:
A Memoir (2012) Random House, Londres. En español:
Joseph Anton. Memorias del tiempo de la fatua (2012)
Mondadori, 2012
Fuente: vida y obras, Wikipedia, poemas del alma,
lecturalia
ENTREVISTA | SALMAN RUSHDIE
Madrugada
de invierno de un año sin precisar, unos minutos antes del amanecer. Un jumbo
de Air India secuestrado por un grupo terrorista islámico estalla en pleno
vuelo sobre el Canal de la Mancha. Mientras caen en picado sobre una playa de
la costa inglesa, dos pasajeros que han sobrevivido milagrosamente al atentado
comentan despreocupadamente la insólita situación en que se encuentran... Así
arranca Los versos satánicos, una de las novelas más polémicas de todos
los tiempos. El nombre de su autor, Salman Rushdie, adquirió una notoriedad sin
precedentes entre millones de personas de Oriente y Occidente que jamás
llegarían a abrir el libro. ¿La razón? Que en ciertos pasajes figuran alusiones
a una religión que se asemeja al islam, cuyo libro sagrado retoca por su cuenta
un escriba imaginario que responde al nombre de Salman. Lo que sucedió tras la
publicación de la novela es de sobra conocido: algunos líderes religiosos
musulmanes interpretaron literalmente la estratagema novelística de Rushdie,
juzgando que su obra constituía una blasfemia contra el islam. El Gobierno
iraní presidido por el ayatolá Jomeini promulgó una fetua (condena de
muerte) contra el autor, ofreciendo una cuantiosa recompensa a quien ejecutara
la sentencia. El libro fue prohibido en numerosos países y quemado en diversos
actos de repudia pública, desencadenándose violentos disturbios y
manifestaciones que costaron la vida a varias personas en tres continentes.
Siguieron
años de dificultad extrema para el autor, que se vio obligado a vivir en
rigurosa reclusión, cambiando constantemente de domicilio, rodeado día y noche
de una escolta de policías secretos. En 1993 se ratificó la fetua. Tres
personas relacionadas con la publicación del libro sufrieron atentados. El
traductor de la novela al japonés fue asesinado. El Gobierno iraní suspendió
oficialmente la condena en 1998, aunque diversos grupos radicales se negaron a
acatar la decisión. Hoy Rushdie recibe ocasionalmente notas que le recuerdan la
fatídica sentencia. En 2005 el ayatolá Ali Jamenei declaró que la condena
seguía en vigor. En 2007, la reina Isabel II lo nombró Caballero de la Orden
del Imperio Británico, gesto que desató una nueva oleada de furia contra
Rushdie en amplias zonas del mundo islámico.
Durante
todo este tiempo, el autor angloindio ha procurado mantenerse fiel a sus
principios éticos y estéticos. Entre 2004 y 2006 ejerció como presidente del
PEN American Center, organización que desde su sede neoyorquina vela por la
libertad de expresión y la independencia de los escritores de todo el mundo.
Rushdie
puede despertar sentimientos encontrados entre sus compañeros de oficio. Dos
autores de gran prestigio que han escrito desde perspectivas muy distintas
sobre el islam se pronunciaron contundentemente en su día sobre la suerte del
escritor. El egipcio Naghib Mafouz, ganador del Premio Nobel de Literatura en
1988, reaccionó a la fetua dictada contra Rushdie acusando de terrorismo
intelectual a Jomeini, para ulteriormente matizar que nadie tiene derecho a
ofender las creencias de los demás. La visión de Salman Rushdie es
diametralmente opuesta: "Sin el derecho a ofender", observó en una
ocasión, "no se puede hablar de libertad de expresión". En otro
momento apostilló: "No hay nada más fácil que impedir que un libro nos
ofenda. Basta con cerrarlo". Haciendo alarde de su ácido sentido del
humor, V. S. Naipaul, premio Nobel de Literatura en 2001 y autor de Viaje al
islam, resumió de modo lapidario el affaire Rushdie, sosteniendo que
la fetua pronunciada contra él era un caso de crítica literaria llevada
a sus extremos.
Tanta
humareda nos puede hacer olvidar un dato esencial: Salman Rushdie es uno de los
narradores con mayor talento de nuestra época. En opinión de Christopher
Hitchens, el controvertido autor de Dios no es bueno, de no haber sido
por la fetua, hace tiempo que le habrían concedido el Premio Nobel de
Literatura. Ingenioso, inventivo y versátil; caracterizado por un rigor y
solidez poco comunes; capaz de saltar entre la realidad y la fantasía con
asombrosa agilidad, así como de hibridar tradiciones y géneros aparentemente
irreconciliables, el corpus novelístico de Salman Rushdie -cuya última novela, El
encanto de Florencia (Mondadori), se publica a finales de febrero en
España- sorprende por la brillantez de su lenguaje, por la audacia de sus
planteamientos narrativos y por su destreza técnica.
En
persona, Salman Rushdie desborda vitalidad. Dotado de un talento inusual para
la narración oral, su conversación es tan versátil, amena, ágil, torrencial e
imaginativa, como el sinfín de historias que se cruzan vertiginosamente en las
páginas de sus libros.
Una
de las características más acusadas de toda su obra literaria parece ser su
habilidad para desenvolverse con idéntica facilidad en el plano de la realidad
y el de la fantasía. De pequeño, devoraba libros de
ciencia-ficción. Era la edad de oro del género: Ray Bradbury, Philip K. Dick,
Isaac Asimov, Stanislav Lem, aunque muchos de los autores que leía eran
francamente malos. Eran los años de la carrera espacial, cuando los rusos
lanzaron los primeros Sputniks, a finales de los cincuenta. La
ciencia-ficción es un vehículo perfecto para la novela de ideas. Uno de mis
relatos favoritos de todos los tiempos es Los 9.000 millones de nombres de
Dios, de Arthur C. Clarke. En él se cuenta la historia de dos científicos
que por encargo de unos lamas tibetanos construyen un ordenador cuyo fin es
programar todas las permutaciones posibles del nombre de Dios. Cuando concluyan
la tarea, sobrevendrá el fin del mundo. Es un cuento enigmático y magistral.
Pero no todo lo que leía era así. Por lo general, eran libros muy mal escritos.
Los personajes no eran creíbles: científicos que llevaban bata y mujeres extraordinariamente
atractivas que tenían unos pechos descomunales [risas]. En cuanto a mi interés
por la fantasía, me parece importante subrayar algo fundamental, que a veces se
nos olvida: la frontera entre la realidad y la imaginación no es algo fijo. El
realismo es sólo una forma más de describir el mundo, y no es necesariamente la
mejor ni la más interesante. Yo nací en un país donde la fantasía lo envuelve a
uno desde el momento de nacer. La mitología india es de una riqueza portentosa,
y no me refiero sólo a las leyendas religiosas, sino a la tradición narrativa
que tiene su origen en Las mil y una noches, muchas de cuyas historias
surgieron en India antes de traducirse al persa y al árabe. Crecer escuchando
la historia de Simbad el Marino, de Alí Babá o Aladino deja una impronta
imborrable en la imaginación de un futuro escritor.
El realismo no es más que
una convención. Si es necesario, recurro a ella, pero no es el único recurso ni
mucho menos.
¿Podría evocar algunos recuerdos
de su familia? Tanto mi familia paterna como la
materna eran oriundas de Cachemira, aunque las dos ramas llevaban bastante
tiempo afincadas en India cuando yo nací. Mi abuelo materno era un hombre muy
religioso. Peregrinó a La Meca y a lo largo de toda su vida cumplió escrupulosamente
con el precepto de orar cinco veces al día. Sus nietos nos reíamos de él
viéndole darse de frentazos contra la alfombra, claro que los niños nunca se
han caracterizado por ser muy respetuosos. Mi abuelo no se lo tomaba a mal.
Tenía muy buen carácter. Todo lo contrario que mi abuela, una mujer feroz que
nos inspiraba un miedo terrible. Vivían en una casa muy grande, en un lugar
llamado Nadi Garu, y allí se reunía toda la familia dos o tres veces al año. Mi
abuelo fundó una escuela de medicina en Aligarh, en las afueras de Nueva Delhi.
Había allí una universidad islámica muy importante. En la escuela de mi abuelo
se simultaneaba el estudio de la medicina occidental con la tradicional del
Ayurveda. Mi madre llegó a ser una gran experta en hierbas medicinales y cuando
caía enfermo me daba una pócima estúpida que tenía un sabor repugnante y no me
hacía ningún efecto, mientras que a mis compañeros de clase les daban
antibióticos y enseguida se curaban [risas]... Mi familia era muy variada,
había de todo. La hermana mayor de mi madre era profesora en la Universidad de
Karachi, y la pequeña se casó con un general pakistaní que tenía mucho poder
[risas]. Luego estaban mis tíos, uno era un funcionario de alto rango y el otro
trabajaba de guionista en Bollywood. Creo que llegó a dirigir alguna película.
Su esposa era actriz y bailarina. En mi familia el cine era algo muy
importante.
Usted
nació en Bombay, ¿cuándo se trasladaron sus padres allí? Mis
padres y mis abuelos vivían en Delhi. Mi padre era hijo único. Su padre, mi
abuelo, tenía mucho dinero, era propietario de una fábrica de tejidos. Mis
padres se casaron en Nueva Delhi en 1946. Era una época muy tensa. La
independencia de India era inminente. La idea era dividir el país en dos
partes, una hindú, India propiamente dicha, y otra musulmana, Pakistán. Mis
padres eran musulmanes, pero no ejercían. Lo más que hacían era abstenerse de
comer carne de cerdo, en eso consistía para nosotros el islam [risas]. Tenían
clarísimo que no querían vivir en un Estado islámico como Pakistán. Por otra
parte, no les hacía ninguna gracia la idea de vivir en Delhi, porque el
ambiente que se respiraba era verdaderamente peligroso. Había una tensión
insoportable entre hindúes y musulmanes y el conflicto podía estallar en
cualquier momento, como efectivamente ocurrió. Mi abuelo paterno murió antes de
nacer yo. Mi padre decidió vender la fábrica e irse a vivir con mi madre a
Bombay, que gozaba de la reputación de ser una ciudad mucho más cosmopolita y
tolerante, mucho menos explosiva. Cuando se fueron de Delhi, mi madre estaba
embarazada de lo que resultaría ser yo, de modo que se puede decir que fui a
Bombay con ellos [risas]. Yo nací en 1947, ocho semanas antes de la
independencia del país.
¿Cómo
era el Bombay de su infancia? Bombay era la ciudad
más moderna y cosmopolita de India, el gran puerto occidental del país, por el
que entraba directamente la influencia del resto del mundo. En Bombay siempre
ha habido muchos extranjeros, gente llegada de todos los confines de la tierra.
Las demás grandes ciudades de India eran mucho más uniformes. En Nueva Delhi
todo el mundo era indio. En Calcuta todo el mundo era bengalí, y en Madrás,
sureños, mientras que Bombay era una gran metrópolis que atraía a gente de
todos los rincones de India. El ambiente que reinaba en la ciudad era muy
cosmopolita y tolerante. El Bombay en que yo crecí era una urbe secularizada y
no violenta, lo cual me hizo suponer que el mundo era así. Desde niño me
acostumbré a ver cómo convivían entre sí diversas sectas y religiones sin que
ello supusiera ningún conflicto. Nos llevábamos bien con los que tenían otras
creencias, celebrábamos los festivales de las otras religiones. Sectas muy
distintas entre sí vivían en perfecta armonía. Mi infancia en Bombay marcó de
manera muy profunda mi modo de percibir el mundo.
¿Qué
edad tenía cuando lo enviaron a estudiar a Inglaterra? Trece
años y medio. Estuve interno en Rugby, una escuela pública muy prestigiosa. A
los 18 me matriculé en el King's College de Cambridge. Estudié historia, en
contra de la voluntad de mi padre, que quería que estudiara económicas. De
aquellos años me quedó el molde del método que aplican los historiadores en su
disciplina, una manera de mirar el mundo buscando el sentido profundo de los
hechos, jerarquizándolos conforme a su importancia. Mi verdadera pasión era la
literatura, pero jamás la estudié de manera formal. No se me pasó por la cabeza
que fuera posible hacer nada semejante. Desde la adolescencia fantaseé con la
idea de ser escritor, pero la idea de estudiar literatura no tenía nada que ver
con ello. Para mí, leer no podía ser una asignatura, sino una forma de placer.
Cuando me metía en una librería, salía cargado con un botín de libros; luego me
encerraba a devorarlos como si fueran golosinas.
¿Qué
leyó durante los años que pasó en la universidad?
Recuerdo que tenía una novia que estaba haciendo una tesis doctoral sobre Finnegans
Wake, la endiablada obra final de Joyce. Se titulaba algo así como James
Joyce y el nouveau roman francés. Por aquella relación me tocó leer a
autores experimentales como Michel Butor y Alain Robbe-Grillet... Me tuve que
leer Finnegans Wake dos veces. Fue el precio que tuve que pagar por
estar enamorado [risas]. En fin, sí, toda la novela del siglo XVIII, libros
como Tristram Shandy, de Lawrence Sterne, y Tom Jones, de Henry
Fielding, me impactaron mucho. También leí mucha literatura americana. Por
entonces descubrí a Pynchon.
Otro autor complicado... Ahora ya se me ha pasado, pero cuando lo descubrí de joven sentí veneración absoluta por él. Tiene una novela titulada V. que me pareció sencillamente maravillosa. El resto de su obra me interesó menos, pero V. me pareció fascinante. Las ideas de Pynchon son sumamente interesantes. Tiene un sistema dual en el que por una parte está el concepto de paranoia y por otra el de entropía. Según Pynchon, el mundo tiene un significado, sólo que es inaccesible porque hay ciertas fuerzas que se encargan de mantenerlo oculto. Tan sólo un círculo selecto de gente posee el secreto del significado del mundo, aunque por lo menos se sabe que lo tiene. Por otra parte, está la idea de la muerte del universo, que es algo que acaece lentamente... Para Pynchon la vida es como una fiesta que se va apagando poco a poco [risas] y su sentido final se nos escapa, de modo que libertad y ausencia de significado son equivalentes.
En
1981 publica 'Hijos de la medianoche', considerada su obra más importante. Lo
empecé a escribir sin saber muy bien dónde iba a parar. Cuando pienso en el lío
en que se metió el joven que era yo entonces me asusto. Hay que ser muy joven y
muy estúpido para atreverse a escribir un libro tan arriesgado, sobre todo
teniendo en cuenta que mi primera novela no había ido lo que se dice
precisamente bien. Al principio sólo quería escribir una novela sobre la
infancia. Luego se me ocurrió la idea de los 1.001 niños dotados de poderes
mágicos y tuve que aceptar las consecuencias de tal decisión. Los poderes
mágicos de los niños se derivan del hecho de que su nacimiento coincide con el
de India como nación independiente. En aquel momento comprendí que tenía que
escribir un libro de una escala mucho mayor, por haber añadido una dimensión
histórica a la narración.
¿Le
resultó difícil escribir 'Vergüenza', tras un éxito tan fulminante?
El
destino de ese libro fue de lo más curioso. Pasó inadvertido, aplastado entre
el éxito de Hijos de la medianoche y el escándalo que se desató en torno
a la publicación de Los versos satánicos. Han tenido que pasar muchos
años para que la gente se fijara en él. Hoy día, de todos mis libros,
seguramente es el que más atención recibe en cursos universitarios, debido a la
actualidad de los temas que aborda: el poder militar, el fanatismo religioso,
el choque de civilizaciones. En cierto modo fue un libro premonitorio, ya que esos
temas son hoy mucho más urgentes y relevantes que cuando lo escribí.
A
estas alturas supongo que aborrecerá que le pregunten por 'Los versos
satánicos'. Podemos hablar del libro desde el
punto de vista literario, para variar [risas]. Todo el mundo tiene una opinión
muy contundente sobre esa novela sin haberla leído.
Casi
se podría decir lo mismo de usted. El mártir ha eclipsado al escritor.
La fetua arrasó con todo lo demás.
¿Qué
le llevó a escribir un libro así? Es una novela sobre
gente que emigra a Occidente desde el sureste asiático: India, Pakistán y
Bangladesh. Ése es un aspecto importante: el tema de la inmigración y sus
consecuencias. Por otra están las múltiples historias que se entrecruzan en el
libro, vertebradas por la figura del Arcángel Gabriel. Veo el libro como una
serie de instantáneas que permiten seguir la carrera del Arcángel Gabriel
[risas], una especie de biografía que no respeta el orden cronológico. Me
pareció una idea divertida. Aún no había descubierto que tener ideas divertidas
puede costarte caro: corres el riesgo de que se te acuse de blasfemo. Los
ataques contra el libro fueron tan virulentos que nadie se percató de sus
aspectos humorísticos. Los versos satánicos es esencialmente una novela
cómica. Todos los procedimientos que utilizo son cómicos, aunque el efecto
acumulativo final no lo sea. Es algo que aprendí de Kafka. El Castillo
es una sucesión de escenas cómicas, aunque el efecto de conjunto no sea cómico.
Mi mayor frustración fue ver que nadie pensaba en Los versos satánicos
como libro. La gente veía en él un alegato, un eslogan, un panfleto. Se decían
cosas de la novela que me dejaban estupefacto. La obra de que hablaban
simplemente no existía. Decían cosas que no figuraban en ninguna parte. Yo no
me cansaba de repetir: "¿Dónde está el libro del que dicen todo eso? Por
favor, que alguien me enseñe las páginas donde aparecen las cosas que se
dicen". Era rarísimo, y conmigo ocurría algo parecido. El Salman Rushdie
del que hablaba la gente no tenía nada que ver con mi persona. De modo que toda
la animadversión y la violencia extrema que exhibía la gente iban dirigidas
contra algo que no existía. Ahora que han pasado 20 años desde que se publicó,
es un alivio ver que por fin se habla del libro que escribí, no de una
entelequia. Siento que he recuperado la novela. La gente lee un libro real, y
reacciona como se reacciona normalmente ante un libro: hay gente a la que le
gusta mucho y gente a la que no le gusta nada, y entre uno y otro extremo,
todos los matices intermedios. Ése es el destino común de todos los libros.
¿Le
cogió por sorpresa la reacción que se desató tras su publicación? Totalmente.
Es decir... todos mis libros habían sido mal vistos por quienes sustentan
opiniones religiosas ortodoxas islámicas. Hijos de la medianoche no les
gustó, Vergüenza no les gustó, así que cuando publiqué Los versos
satánicos di por hecho que tampoco les gustaría. Lo que no me esperaba era
una reacción tan virulenta. De no haber intervenido Jomeini, decretando mi
condena a muerte, el libro hubiera tenido una trayectoria normal.
¿Le
resultó muy difícil mantenerse fiel a sus principios como escritor y tratar de
seguir adelante después de la 'fetua'? Mucho, sobre todo al principio.
Hubo un momento, unos meses después del ataque, en que creí que no sería capaz
de seguir adelante. Estaba molesto, herido, a punto de perder el equilibrio. Me
salvó pensar que no era ni mucho menos el primer escritor que padecía una
persecución así. La historia de la literatura está plagada de episodios
trágicos, como el Gulag. Dostoievski llegó a estar frente a un pelotón de
fusilamiento... Ovidio murió en el exilio, Jean Genet escribió gran parte de su
obra en la cárcel. La lista es muy larga. Me dije que si ellos habían tenido la
entereza de resistir frente a las dificultades, yo estaba obligado a hacer otro
tanto. Quizá le parezca una afirmación grandilocuente, pero tengo un concepto
muy elevado de la literatura, y si quería ser un digno representante del arte
literario, tenía la obligación de no desmoronarme. Así que tomé la firme
determinación de ser fiel a mí mismo y aguantar con la dignidad que tantos
escritores habían sabido tener en circunstancias iguales o peores que las que
padecía yo.
¿Los
años de reclusión afectaron de manera íntima al proceso creativo? Lo
primero que escribí fue un libro para niños, Harún y el mar de las historias.
Es un libro extraño, una especie de cápsula de tiempo que flota entre el
silencio y el lenguaje. La imagen embrionaria es muy poderosa: raptan a una
princesa con intención de coserle la boca. La imagen procede de un relato muy
breve, que había escrito hacía años, y no sabía qué uso darle. Tenía algunos
otros relatos y decidí construir con ellos un libro para que lo leyera mi hijo,
que entonces tenía 11 años. Me sentí como quien mete un mensaje en una botella,
sabiendo que nadie lo leerá hasta dentro de mucho tiempo. Quería que después de
haberlo disfrutarlo de niño, mi hijo lo volviera a leer siendo adulto, porque
entonces descubriría un libro totalmente diferente.
'El
último suspiro del moro' es un proyecto muy distinto.
Me dio miedo escribirlo, porque era el primer libro para adultos que publicaba
tras Los versos satánicos y puse mucho empeño en el esfuerzo. En él
regreso a mi ciudad natal, sólo que es un Bombay que no tiene nada que ver con
el de Hijos de la medianoche. El Bombay de El último suspiro del moro
es una ciudad tenebrosa, que ha perdido las cualidades de las que hablé antes.
La tolerancia, la capacidad de abrirse a los demás, se habían perdido o dañado.
Se puede ver como la continuación de Hijos de la medianoche. Es la misma
ciudad sólo que vista a través de los ojos de un adulto, no de un niño de diez
años. Ese libro marca el comienzo de lo que se ha convertido en mi mayor
preocupación: mostrar elementos comunes a distintas culturas. Hijos de la
medianoche y Vergüenza dan cuenta de lo que ocurre en el
subcontinente indio. Incluso Harún y el mar de las historias es así. Con
El último suspiro del moro intenté transmitir otro mensaje: No podemos
vivir aislados, cada uno en su parcela del tiempo o del espacio. Lo que nos
pasa a nosotros le ha pasado antes a otra gente. Muchas veces he pensado que el
detonante de la llegada de Occidente a las Indias Meridionales, la razón que
motivó la llegada de Vasco de Gama a Oriente, que es un momento crucial de la
historia, no obedeció a un prurito de conquista ni a un afán de dominación. La
razón por la que Oriente y Occidente acabaron por encontrarse fue la sed de dar
con algo tan precioso como las especias. Cuando caí en la cuenta, me pareció
fascinante. Pensé que si toda la historia de Oriente y Occidente se basa en el
deseo de pimienta [risas], entonces tenía que poner pimienta en el centro del
libro, de modo que toda la novela tenía que crecer a partir de un grano de
pimienta, y así fue como surgió.
Hablemos
de su última novela, 'El encanto de Florencia', que Mondadori editará en España
en febrero. La crítica ha dicho que supone el regreso de Rushdie a sus
orígenes, un poco como si se hubiera restaurado el equilibrio anterior a todo
lo que sucedió con motivo de su 'fetua'. Al principio de la
conversación hablábamos de las historias que logran alcanzar el blanco de la
verdad sirviéndose de medios fantásticos, historias en las que la narración
pura se constituye en un objetivo por sí mismo. Eso es lo que me propuse con
este libro: recrear al desnudo el placer de narrar. El libro supone un
despojamiento de cuanto es superfluo para descender a la esencia pura y
rutilante del arte de contar historias, sin más. Puse mucho cuidado en evitar
que el libro fuera demasiado largo. El mundo que se describe en El encanto
de Florencia es de tal riqueza y complejidad que si lo hubiera escrito como
si se tratara de una novela histórica convencional habría necesitado, qué sé
yo, 1.200 páginas. Pero no era ésa la clase de libro que quería escribir.
Hay
también una celebración de la palabra primigenia, un canto al lenguaje en
cuanto tal. Si hay algo que he aprendido a lo
largo de mis años como escritor es a sentirme cada vez más cerca de los
lectores. Intento ponerme en su lugar y tratar de comprender cómo se acercan al
texto. El encanto de Florencia es una novela ambientada en una época en
la que los referentes literarios son nada menos que Ariosto, Cervantes y
Shakespeare. Así que me dije que podía darme permiso para imprimirle al
lenguaje una riqueza de la que carece el lenguaje del siglo XXI. Me propuse
escribir la clase de libro que les hubiera gustado leer a los personajes de mi
novela. Si se fija, la manera de narrar la historia no es muy distinta a la
forma de ficción narrativa que se cultivaba en India y la Europa de aquel
tiempo. Otra cosa que quería conseguir es dotar al libro de un sentimiento de
plenitud, la idea de que la vida es muchas cosas a la vez. No hay por qué
elegir entre ser realista o visionario. No es necesario elegir entre el sueño y
la vigilia, la vida es algo más complejo y más completo, no hay que segmentarla
en sus componentes. Y la literatura de aquella época -no nos olvidemos de que
estamos hablando de los contemporáneos de Shakespeare y Cervantes- corresponde
a un momento de máxima plenitud histórica. Todo estalló a la vez.
¿Se
puede hablar de un adiós a la política? En el sentido de que
me cansé de que la gente me viera como a una figura pública. Por supuesto que
hay política en la novela, en parte el libro versa sobre el poder. Hay
personajes como Maquiavelo y el Emperador Akbar, dos figuras históricas
fascinantes, una que representa a Occidente y otra a Oriente. Hay mucho que
decir acerca de los dos. Me interesaba reivindicar a Maquiavelo, que ha sido
objeto de muchos malentendidos... Pero sí, hay un intento deliberado por
alejarme de los temas que aparecen a diario en los periódicos. Es como si me
hubieran dado la posibilidad de presentarme al mundo por primera vez y mi
respuesta hubiera sido: Salman Rushdie es un contador de historias, todo lo
demás da igual.
ADRIANA LÓPEZ SANFELIU
* Este
artículo apareció en la edición impresa del domingo, 25 de enero de 2009.
Fuente:
ELPAÍS
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