Francamente
no me acuerdo con qué se hacían propaganda en las ferias del libro, cómo se
estiraban los libreros, ni qué regalaban los viajeros a sus amigos
bibliotecarios.
Tampoco me hago una idea de qué estaría
coleccionado mi amiga Julia por aquel entonces.
Sólo
había en los misales, y maravillosos; de cintas de
seda de colores (no una sola roja corriente como las agendas de ahora) sino
doradas, malvas, celestes, carmesíes y verdes ultramar. Las monjas cosían al
final medallitas que tintineaban como
cascabeles cuando rezaban.
Sólo
en los libros de cuentos. Más que verse se olían;
pan y chocolate, pan y pepino, pan y pan. Algunas migas quedaban presas y
pegadas seguramente por el azúcar sobre el aceite. Y por el aceite, bajo el
azúcar, aparecían aureoladas de un círculo inalterable. Otras, sin embargo, rodaban eternamente por
el surco que separaba las dos páginas más interesantes de la historia; allá
donde quedabas prendida una y mil veces.
Sólo
en Corín Tellado o en Marcial Lafuente,
los billetes rosados del metro de Madrid.
Sólo
en la novela gorda; la brizna de hierba que
habías tenido entre los dientes. La menuda concha nacarada en la playa con su
séquito de arenas.
Sólo
el libro de geografía cuando cubría la
novela mientras el maestro caminaba por tu fila de pupitres.
Cuando yo era pequeña no estaban prohibidos
los marcapáginas genuinos; los naturales como la vida misma, los espontáneos de
doblar el pico y se acabó. Eran baratos, cómodos e imperdibles aunque una pinta
conflictivos pues a menudo olvidabas desdoblar y aparecían tres o cuatro marcas
enigmáticas.
No sé cuándo tuve mi primer marcapáginas,
pero por lo menos estaba terminando la carrera. Luego vino la debacle. Aprendí
a comprar marcapáginas de alfombrilla tejida en seda en Estambul, preciosos
Davides con todo al aire en Florencia, gorgonas de cabello de vívoras en
Grecia, Torres Gemelas, ay, en Nueva York.
Hasta llegué a confeccionarlos para los niños
de los cuentos: Mi mamá me cuenta. En mayo aprendí a leer. Mi papá no me lee cuentos.
Los hijos y los sobrinos me fueron
regalando marcapáginas con flores disecadas, plumas con la mano de Santa
Teresa, alguna espadilla de pura plata renegrida con borla de general. Y un
prodigio de tecnología conformado por dos imanes que apresan la lectura no sólo
en la página sino en el mismísimo párrafo, en la palabra misma que quedó
pendiente.
Aquél
marcapáginas había
quedado olvidado por otro lector de mi biblioteca dentro de un best-seller
americano maltraducido, petardo e intrigante de ineludible lectura.
Era de los corrientes; rectángulo de
cartulina plastificada, rojo total con una sola inscripción en negro, cuerpo
98, fuente Times New Roman : MARCOPÁGINAS.
Me pareció que una errata había cambiado la A por O. Me lo adjudiqué
porque no tenía dueño; yo era la duodécima usuaria del préstamo en un mes y no
iba a ponerme a hacer indagaciones...
Estoy segura de que la primera vez lo empleé
al terminar el prólogo. Pero cuando
reemprendí la lectura marcaba en la página 83. Le obedecí hasta la 120. Cuando
lo recobré a la noche estaba en la página 5. Me vino muy bien porque no me
había enterado de nada y volví a leer
hasta la 83. Sólo al llegar el
sábado pude retomar la lectura y el
marcapáginas estaba en la 25. Tenía razón porque lo había leído tan en diagonal
(eso que se aprende en los cursillos de lectura rápida) que seguía sin
enterarme.
Lo mejor fue que el domingo por la tarde
señalaba la página 529. Lo acabé en media hora. No creí necesaria más lectura: los
curas se iban a cabrear, el autor iba a hacerse millonario, pasaría al cine. Ella
era la depositaria del Santo Grial y él
la amaba.
Por incordiar doblé varios picos pero
al poco tiempo se estiraron sin dejar siquiera la huella de la doblez. Introduje
marcapáginas intrusos de conocidas librerías. Todos desaparecieron, hasta el de
Amazon que ya es audacia.
Él mismo desapareció de mi best-seller
para reaparecer en el otro libro del préstamo:
Era un
de estos de semiología donde a veces salta una sorpresa maravillosa. Se
reclinaba entre las páginas 126 y 127.
Hablaba de las marcas de la memoria...
Sugería un cuento como éste y en agradecimiento llené de migas la
intersección.
Un poco mosqueado MARCOPÁGINAS voló al final.
Y se quedó pegado (o sea; que quería un usuario nuevo.)
Lástima que el autor; Profesor Bernárdez terminara su obra
con miniglosario, bibliografía e índice
analítico...
Me habría gustado más un buen colorín, colorado.
Isabel Torres (club de Lectura Virtual de Dueñas)