La Dependienta, el primer 
libro de la japonesa Sayaka Murata publicado en castellano es mucho más 
de lo que parece, y así lo hemos ido comentando en las 
sesiones del mes de noviembre de los clubes de lectura.
Bajo una prosa sencilla y ágil, esta novela
 corta sobre una dependienta de una Kombini esconde una gran crítica 
social a la sociedad japonesa y la presión que ejerce sobre las mujeres 
para que lleven una vida “normal”, lo que implica matrimonio e hijos.
 
Es sin duda un canto a la diferencia, a lo 
raro y extravagante; y una pregunta directa: ¿quién es más feliz, quien 
sigue la norma o quien se la salta?
 
La mujer que conquista Japón con humor y feminismo
Sayaka Murata arrasa en ventas con la novela ‘La Dependienta’, inspirada en su trabajo en un establecimiento de 24 horas

Nacho Abad – 6 de Marzo de 2019 CTXT
Sayaka Murata (Prefectura de Chiba, Japón, 1979), la escritora que 
está arrasando en ventas en todo el mundo, nos cita en las oficinas de 
su editorial, en una sala de reuniones sobria y demasiado seria. El 
lugar se aleja mucho de una “konbini”, escenario principal de su novela 
La dependienta (Duomo
 Ediciones, 2019), ganadora del premio Akutagawa (el galardón más 
prestigioso de las letras niponas) con una obra sobre personas raras e 
inadaptadas, empleos precarios y mal pagados, y la realidad de las 
mujeres solteras en Japón. Su versión en castellano ha salido a la venta
 este mismo enero y el lunes 18 de febrero se presentó en la Casa Asia 
de Barcelona, con presencia de la autora, en un acto organizado por la 
Fundación Japón.
Pero, ¿qué es una “konbini”?  Entenderlo nos ayuda a comprender por 
qué es tan revolucionaria la novela de Murata dentro de la tradición 
japonesa y por qué un libro feminista y dotado de una potente fuerza 
cómica, dos elementos que normalmente habrían pasado desapercibidos para
 los lectores japoneses, ha vendido más de 800.000 ejemplares. En la 
primera página de la edición española hay una nota de la traductora que 
dice que las “konbini” son “tiendas abiertas las veinticuatro horas al 
día, los siete días a la semana, donde pueden encontrarse los productos 
más diversos”. Es decir, para nosotros, son tiendas de 24 horas como las
 que hay en las ciudades grandes de todo el mundo, o en las áreas de 
servicio de carretera. Sin embargo, para un japonés es algo bien 
distinto. Sayaka Murata nos lo cuenta: “Tengo entendido que la 
procedencia del konbini es estadounidense, pero en Japón ha evolucionado
 de forma muy peculiar, tanto que se ha convertido en parte de nuestra 
cultura. Sus servicios se han ajustado a la vida de los japoneses. Ahora
 mismo, más que un establecimiento importante, es imprescindible. Por 
ejemplo, en las zonas de oficinas, hay gente que compra allí el almuerzo
 del mediodía y gente, quizás soltera, que también compra allí la cena. 
Allí pueden dejar sus trajes para que se los laven, pueden recoger 
paquetes de Amazon, pagar las facturas de luz, gas y otros suministros, 
pueden recoger los documentos del padrón municipal…”.
Murata, como la protagonista de su novela, trabajó durante muchos 
años de dependienta en un konbini, puesto que en principio está pensado 
para una temporada o para personas que necesiten completar su salario 
haciendo horas en otra empresa. Ella pasó allí varios años. Vio cómo sus
 compañeros iban progresando en la vida y desapareciendo. También 
pasaron por allí un buen número de encargados. Escribió casi una decena 
de novelas madrugando demasiado (se levantaba a las dos de la mañana 
para sacar tiempo y frente a la pantalla del ordenador trabajaba en sus 
argumentos, en sus personajes, hasta poco antes de las ocho, cuando 
comenzaba su jornada en la tienda). Un día, al terminar su turno, fue 
con su editora a un café a esperar la llamada del jurado del premio 
Akutagawa, del que era una de las finalistas. Sonó el teléfono. Le 
habían otorgado el galardón. Ella, que casi no se lo podía creer, llamó a
 su encargado para decirle que necesitaría faltar algunos días a su 
trabajo. “No he podido compartir esta nueva vida con mi puesto en la 
tienda, y eso ha cambiado el ritmo de mi escritura también. Intento que 
mi visión y mi posición ante la literatura sigan siendo las mismas que 
antes, porque si las cambio, creo que algo se podría estropear”. En su 
tono no hay satisfacción, sino más bien cierto lamento. Ya en otras 
ocasiones había comentado que ese trabajo le había salvado, que le 
gustaba, le daba tranquilidad, lo que hace pensar en ciertos parecidos 
con la protagonista de su libro. “Escribir un libro que se convierta en 
un éxito de ventas no es necesariamente algo feliz”, nos dice después. 
“Lo único milagroso es creer en tus ideas, llevarlas a cabo y encontrar a
 alguien que apueste por editarlas”.
Su libro cuenta la historia de una mujer que renuncia a su libertad 
para no herir a los demás. De niña, sus soluciones imaginativas a 
problemas cotidianos provocaban el estupor de los adultos: separaba 
peleas a palazos, bajaba las bragas de su profesoras, y un día, al 
encontrar un pajarito muerto en el parque, en vez de llorar como sus 
amigos, se lo colocó en la palma de la mano y se lo ofreció a su madre 
para que lo cocinara, porque “a papá le encantaba el pollo frito”. 
Incapaz de comprender el motivo de las caras de horror de los demás, 
decidió optar por el silencio y la soledad. Al terminar la carrera, 
encontró un puesto de trabajo a su medida: dependienta de un “konbini”. 
Allí no tenía que adivinar las normas del teatro humano porque todas las
 acciones de los empleados están minuciosamente explicadas dentro de un 
manual: cómo deben saludar y despedir a los clientes, cómo darles el 
cambio, colocar sus productos en una bolsa o incluso, cuál es la forma 
correcta de sonreír. Ahora nuestra heroína por fin puede actuar sin 
herir a los demás. “Para mi personaje, esta es una historia feliz porque
 ella encuentra un lugar donde estar a salvo. Los lectores que se 
sienten identificados con ella, ven que es una historia alegre. La gente
 que toma cierta distancia con la protagonista, en cambio, leen el libro
 como relato terrible, casi de terror. Que tuviera varias lecturas era 
la intención, así que estoy contenta de que en ese sentido funcione”. 
Pero, ¿por cuánto tiempo algo normal es normal? Van pasando los años y 
la protagonista de la historia se queda allí, en ese puesto de trabajo 
similar a los 
minijobs de Europa. Ella, soltera, sin familia, 
en un trabajo por horas, vuelve a ser un personaje raro, vuelve a estar 
fuera de la norma: “Ahora mismo empieza a cambiar. Pero sí existe una 
presión hacia las mujeres solteras en Japón. Quizás no solo hacia las 
mujeres, quizás también hacia los hombres. Pero no es sólo en lo 
relativo al matrimonio. En un ensayo sobre mi obra, el novelista 
Nakamura Fuminori definió esa fuerza que se ejerce sobre los personajes 
como ‘presión hacia la normalidad’, y desde ese concepto se puede 
explicar bien esta realidad. Mi verdadero yo, mi auténtica forma de ser,
 tal vez esté eclipsada por esa “presión hacia la normalidad”.
La 
literatura, creo, tiene el poder de reivindicar ese yo auténtico”. Me 
viene a la cabeza el titular de la entrevista que le hizo el 
New York Times: “For
 Japanese Novelist Sayaka Murata, Odd Is the New Normal”, (para la 
novelista japonesa Sayaka Murata, lo raro es lo nuevo normal). En este 
país el matrimonio sigue siendo una institución muy importante, y no es 
nada común formar una familia fuera de él, y existe además la creencia 
popular de que si no te casas antes de los treinta lo más probable es 
que no encuentres pareja.
Le preguntamos sobre si hay ahora más mujeres escritoras que antes: 
“No creo que haya un desequilibrio entre el número de escritores y de 
escritoras en la literatura japonesa actual. Tengo muchas amigas 
escritoras que están trabajan muy activamente. Sí que hay un mayor 
interés por parte de los lectores hacia las obras escritas por 
mujeres”. A la cuestión de si Japón está por detrás de otros países 
democráticos en cuanto a la igualdad entre hombres y mujeres responde: 
“Sí llevamos un poco de retraso. Por supuesto hay gente que tiene una 
visión feminista y está indignada. Hay un buen número de personas que 
está intentando crear una obra feminista. Se está empezando a ver este 
movimiento. Ahora mismo estamos en un momento en el que feminismo se 
está expandiendo, ésa es mi impresión”. En ese momento, uno de sus 
editores japoneses, un hombre de mediana edad que viste un traje 
elegante y lleva un rato sentado junto a nosotros, en silencio, la 
interrumpe para apostillar:
“Quizás estamos más retrasados en ese 
sentido que en Europa, pero vamos por delante que nuestros vecinos, 
Corea del sur”.