«Los parias nos quedamos con el recurso a la ironía y al sarcasmo», dice el protagonista de ' Mi corazón visto desde el espacio' y en ese quicio ha escrito Alejandro Cuevas la novela. La editorial Menoscuarto acaba de publicar esta narración «agridulce» sobre el exilio de una generación «que vive peor que la de sus padres y además con cultura, lo que les hace más críticos e inadaptados», afirma el escritor vallisoletano.
Cuevas, que ha pasado los últimos años en Estados Unidos, recuerda que la novela empezó a gestarse hace 20 años. «Estaba trabajando en un hotel en Londres y el nivel de titulación general era muy bajo excepto entre los españoles. Es menos autobiográfica de lo que parece. Cuando inicié la escritura tenía trabajo y después, mi vida acabó pareciéndose a la del protagonista». El personaje también vuelve a su ciudad, Desgracia, por la inminente muerte de su padre. El reencuentro con los amigos, con un manuscrito sobre la vida en ese lugar y con su familia conforman 'Mi corazón visto desde el espacio', que se iba a llamar 'Caídos en Desgracia'. «El título final recoge la encrucijada del protagonista, es apasionado pero cerebral. Se refiere a los sentimientos vistos con ojos científicos, los de un romántico racionalista».
Desgracia es una ciudad media de interior, con una catedral sin terminar, una multinacional automovilística, un clima abominable y fama de culta. «Es un Valladolid distorsionado», reconoce Cuevas. «Quiero a mi ciudad, pero no con un amor platónico ni idiota, soy crítico. La ciudad donde naces es como la lengua materna, te formatea. Viajas y todas las demás las comparas con la tuya. La gente que vive fuera suele echar de menos el chorizo y la tortilla de patata, yo echaba de menos dar un paseo por el centro, sentarte en una terraza a la sombra de algún edifico histórico. Tampoco la sobremesa existe fuera, para un anglosajón no tiene sentido parar en la hora de la comida y hablar. Lo decía Tolstoi, habla de tu aldea y hablarás del mundo».
Los personajes de 'Mi vida...' son mayoritariamente licenciados en letras que han tenido que ir deshojando su currículum para poder optar a trabajos alimenticios con los que sobreviven malamente. «Son el contrapunto de 'españoles en el mundo', gente que se fue y quiere volver pero no puede. La literatura y el cine de hoy no habla mucho de la clase media baja, más bien de la media-alta. Y las limitaciones económicas tienen un impacto directo en la vida. Ellos no han tenido dinero suficiente para aislarse de la mediocridad del mundo», cuenta el escritor que comparte con la novela el carácter «sarcástico y melancólico». «El dinero es un búnker. Pones la televisión y no suenan más que discursos idiotas a gritos. Puedes construirte tu burbuja pero las burbujas cuestan dinero».
La cultura como patología
Treintañeros cercanos a la siguiente década «se les junta la crisis existencial, la económica y la de los cuarenta». Con deliberada «intención claustrofóbica», sus personajes apenas van de casa al trabajo y de allí al Prometeo, el bar donde se encuentran. «La novela es un canto de amor a la ciudad, todos la echan de menos. Podría ser una mezcla de 'La conjura de los necios' y 'La Regenta'. Pero no doy una visión glamurosa de la misma», dice riendo tras aceptar que se va a quedar sin ruta literaria en su Valladolid natal.
Sostiene el protagonista innominado: «Pasé una época oscura en la que era muy aficionado a eso que llaman cine de autor...pero fue antes de desmoronarme, antes de llegar a mi punto de saturación». Y poco después confiesa que tras años de beberse un libro por día, «luego dejé de leer como otros se desenganchan de la heroína». A diferencia de aquel, Cuevas sigue viendo películas y leyendo libros. «En la novela se trata la cultura como patología. Si miras el contexto general, la cultura es un refugio. Me gusta leer y el cine pero cada vez te vuelves más crítico y te aíslas. Me encantaría implicarme con un equipo de fútbol, todo sería más sencillo», asegura el autor de 'La vida no es un auto sacramental'. «La cultura es a la vez antídoto y veneno».
Aunque esboza a algún político local, como una concejala de cultura que preside el jurado del Festival de la Tortilla, Cuevas no cita siglas. «No veo diferencias, los discursos cambian según los estudios de mercado. Un partido vende un producto y si no lo coloca cambia de ideas. El caso es ocupar el puesto. Como decía Groucho Marx, 'estos son mis principios, si no le gustan tengo otros'. No se puede hablar de democracia con listas cerradas, cuando llegan arriba no los más capacitados sino los que mejor se adaptan. La disciplina de voto es un horror que anula el voto en conciencia y que nos ha llevado a a repetir elecciones. Los programas no se cumplen y no pasa nada. Dicen una cosa en campaña y luego forman pactos que les contradicen. La gente debe recuperar el poder. Tanto con los huesos de Franco y los vestigios franquistas están en todas partes menos en su tumba». Y es que como dice su personaje: «La clave de todo es la motivación. Llegan más lejos los tontos entusiastas que los listos melancólicos».
Tras los años americanos, concluyo que «los latinos somos gente poco dinámica, un pueblo especulativa que habla más que resuelve. En Estados Unidos son más prácticos, identifican el problema, consideran las soluciones y obran. España lleva un año hablando de elecciones y política y no ha pasado nada». Anda Alejandro Cuevas metido en dos series narrativas, una para público juvenil y otra para adultos.
fuente: Norte de Castilla