La isla del tesoro de R.L. Stevenson, es un clásico que problablemente la mayor parte de los padres y madres de los niños y niñas que particpan en el club juvenil, han leído.
Unos cuantos años después, lo leemos también... pero en una versión en cómic de David Chauvel con la que no se pierde su esencia.
¿nos gustaría irnos de aventuras a buscar un tesoro? por supuesto. Con el parche en el ojo y el loro en el hombro incluidos.
En el club de lectura infantil hemos leído La odisea contada a los niños, de Rosa Navarro Durán. Una adaptación de este clásico griego, con la que conoceremos quiés es Ulises, Poseidón, Telémaco, Atenea o Penélope.
Por cierto, ¿sabías que La Odisea es un poema compuesto hace casi tres mil años, y que está escrita en griego, en
12.110 versos?
Yasmina Reza: «Lo que define a un creador es la libertad»
La
autora de «Arte» conversó con Miguel del Arco, director de la
producción española de la obra actualmente en cartel, sobre el texto, el
teatro, el compromiso político o la creación artística
Aquella anécdota se convirtió en una de las obras de mayor éxito internacional de las últimas décadas: «Arte», que actualmente se ofrece en El Pavón Teatro Kamikaze, interpretada por Roberto Enríquez, Cristóbal Suárez y Jorge Usón, bajo la dirección de Miguel del Arco.
Con él conversó ayer, en el propio escenario de la función, la
dramaturga francesa; en la charla, Yasmina Reza destiló alguna de sus
lúcidas ideas acerca de la creación literaria, de la situación actual
del teatro, el compromiso político y, naturalmente, de la que es su obra
más popular -ha sido traducida a más de una treintena de idiomas
y es la pieza contemporánea más representada-. «No me importa que me
relacionen con esta obra solamente -reconoce-; por fortuna, otro de mis
textos, “Un dios salvaje”, también tuvo mucho éxito
-aquí no hubo una buena producción, pero en otros países sí- y
popularmente no soy autora de una sola obra. De todos modos, me siento
más cercana a otras piezas mías más atmosféricas».
Sonríe abrumada cuando escucha de labios de Miguel del Arco que «Arte» es «un clásico contemporáneo».
«Es algo injusto -dice la dramaturga-; sobre un texto tiene que pasar
el tiempo para ser considerado un clásico. Lo es cuando cien años
después de escrito sigue siendo contemporáneo». Sin embargo, algo de
razón debe tener Del Arco cuando la autora revela que la obra se estudia en los institutos franceses, en una edición especial para alumnos que incluye preguntas sobre el texto que ella misma, confiesa, no sabe contestar.
Una tragedia
Yasmina Reza, sin embargo, no tiene dudas cuando se le pregunta si «Arte» es «una comedia o una tragedia». «Una tragedia»,
responde rotunda, y a continuación explica lo que ella entiende por
humor -la obra siempre provoca carcajadas en el público-: «ser sensible al ridículo de las cosas;
no es el gag ni el chiste; es el exceso, dar un paso adelante, y en mis
obras se ríen, creo, por esto». Y es una tragedia porque la obra habla,
según su autora, «del desgarramiento de una amistad, y
eso es verdaderamente trágico». Por ello, reconoce, le gusta la versión
dirigida por Miguel del Arco. «Se pone el acento en ese aspecto. “Arte”
habla de una pasión amorosa, no de una amistad distante; en esta
función hay celos, hay posesión, hay cambios de bando... La amistad no es tranquila, es una pasión feroz».
No todo fueron parabienes para la obra, sin embargo, el día de su estreno. Yasmina Reza recuerda que se le tachó de misógina,
«porque los protagonistas son tres hombres y las mujeres de las que se
habla salen mal parada; pero es que yo partía de un hecho real y de tres
hombres reales, que hablaban así de sus mujeres».
Tampoco en el universo del arte contemporáneo fue muy bien acogida, por
la crítica -bastante evidente- que se hace del esnobismo que existe en
este mundo. «En Francia me tacharon de reaccionaria; sin embargo, en Estados Unidos varios museos y galerías regalaban entradas a sus clientes y me invitaban a sus exposiciones».
Precisamente del estreno en Nueva York
cuenta Yasmina Reza una anécdota que le ayuda a ilustrar una cuestión
acerca de la «propiedad» de las obras teatrales al subir a escena. «El
éxito que la obra tuvo en Londres, donde se presentó traducida por Christopher Hampton
(el autor de «Las amistades peligrosas») hizo que se estrenara en
Broadway. Se hizo una lectura con los actores para “americanizar” la
versión –narra la dramaturga-; teníamos todos el original francés y la
traducción inglesa, que es la que se leyó. Alan Alda,
que habla francés, hacía sugerencias para la adaptación americana muy
divertidas; yo las aceptaba encantada, pero Christopher Hampton decía
que no, que no era lo que yo había escrito. ¿Quién puede saber mejor que el autor lo que ha escrito? Él insistía. Volvimos luego al hotel y tuvimos una discusión metafísica sobre a quién pertenecía el texto».
Peligros
A Yasmina Reza no le gusta que la definan como «artista».
«Es un término que implica un estatus social que no me gusta; cuando se
alcanza acechan todos los peligros. Hay algo en el artista que debería
permanecer asocial; debe mirar hacia adentro y mantener siempre un punto de rebeldía,
porque lo que define a alguien que crea es la libertad, y eso está
reñido con los honores sociales. Por eso no me gustan las entrevistas,
no hago televisiones ni firmas de libros: para protegerme. De todos modos, no estoy tan loca como para pensar que soy absolutamente libre».
Toca hablar ahora del compromiso político del
creador. Yasmina Reza se muestra igual de contundente que en el resto
de la charla. «Estamos en una sociedad política y de hechos; es
imposible abstraerse. Todo es posicionamiento, y más en un escritor:
todo lo que se escribe es político. Si no, no eres de tu tiempo. Pero
creo que los escritores no deben expresar sus opiniones políticas,
porque destiñen y condiciona el pensamiento de los lectores».
En los últimos años, Yasmina Reza ha asumido la dirección de sus textos
-no descarta dirigir los de otros dramaturgos-. «He tenido la suerte de
que mis obras han sido montadas por grandes directores, pero con el
tiempo me he dado cuenta de que quería ofrecer mi propia visión de mis textos;
me encanta dirigirlos. Es una continuidad de la escritura; en ese
momento no trabajo como autora, sino como cualquier otro director, pero
tengo el ritmo de los textos, y así se lo marco a los actores».
Actriz
Ella misma fue actriz, y piensa que haber pisado el escenario ha sido «fundamental»
en su trabajo como autora y como directora -y coincide con ella Miguel
del Arco-. «No hubiera escrito teatro como lo he hecho si no conociera el ritmo, los silencios... Mi experiencia como actriz me ha llevado en muchas ocasiones a quitar palabras».
Actores y director,
precisamente, son la piedra angular del teatro, dice Yasmina Reza,
tirando una piedra sobre su propio tejado. «Un buen texto en manos de
malos actores y un mal director puede convertirse en una función atroz, pero unos grandes actores y un buen director pueden hacer un gran espectáculo con un mal texto».
Ahora,
Yasmina Reza es una autora consagrada y sus obras tienen la publicación
y el estreno garantizados antes incluso de ser escritas. Pero no fue
igual al principio. «Los comienzos en el teatro son extremadamente difíciles,
y ahora más todavía. La tendencia general del teatro hoy en países como
Francia o Alemania -no conozco el caso de España- es de hacer
espectáculos sin textos dramáticos. El autor dramático vivo molesta;
cuando está muerto ya no, porque se le puede cortar, reescribir...
Ahora mismo se presenta un Chéjov en el Odeón de París que apenas tiene
un puñado de palabras de Chéjov. Una obra de teatro no es ya necesaria
para hacer teatro.
Yasmina Reza (París, 1959) parece incómoda con el éxito que le llegó
siendo apenas treintañera y que no le abandona. Hoy, con 53 años, es una
autora consagrada que ha recibido los principales premios de teatro, en
Francia, Reino Unido y Estados Unidos, y que ha visto ampliadas sus
audiencias gracias a la versión cinematográfica de Un dios salvaje, realizada por su amigo Roman Polanski.
Reza se niega a analizar y a explicar sus obras, en esta entrevista que
concede coincidiendo con la aparición en español en un único volumen de
Tres versiones de la vida y Una comedia española, publicados por Alba en su colección Artes escénicas/Textos, en la que ya se ha editado Un dios salvaje.
La escritora responde por Internet a un cuestionario de preguntas del
que pide se excluya cualquier alusión a las pasadas elecciones
francesas. Celosa de su imagen, Reza escoge también la fotografía que
ilustrará el texto.
Yasmina Reza escribió Arte,
su primer gran éxito internacional, en seis semanas, en 1994. ¿Le costó
digerir la fama o podríamos decir, parafraseando a Giulio Andreotti,
que el éxito desestabiliza al que no lo tiene?
—El
éxito no es, evidentemente, un acontecimiento que se pueda aceptar de
manera neutra. Es algo que “desestabiliza” en el sentido literal del
término, como todo deseo que llega a realizarse. El éxito provoca muchos
malentendidos. Entre la gente que te admira, muchos lo hacen por
razones que, en tu opinión, no son las correctas. Esa es la razón de que
no proporcione seguridad. Nunca he pensado que el éxito sea una
confirmación del talento.
No todas las obras de Reza —que ha explorado también la novela con Hammerklavier, Una desolación o Adam Haberberg—
han sido éxitos fulminantes. Sin embargo, hay pocos casos en la
literatura actual en los que un autor sintonice de una manera tan
rotunda con el público en diferentes formatos. Reza demostró dominar el
relato periodístico con su libro El alba la tarde o la noche, sobre el expresidente francés Nicolas Sarkozy, al que siguió durante toda la campaña previa a las elecciones de 2007. Un libro que se vendió en Francia como rosquillas. Su retrato no totalmente negativo de Sarkozy, como ella descendiente de inmigrantes judíos, no gustó demasiado a la izquierda.
Los grandes actores no dejan de sorprenderme. Me asombran, van más allá de lo que yo esperaba”
Pero es el teatro, y su retrato de las clases medias acomodadas y
aparentemente triunfadoras y civilizadas, lo que le ha convertido en un
nombre de referencia. Piezas que indagan en las trampas de la
existencia, como Tres versiones de la vida, escrita en 2000,
que trata de los sacrificios que exige la sociedad al que quiere llegar a
lo más alto. ¿Puede el talento evitar esa servidumbre? “Es difícil
responder de una forma general. En lo que me concierne, no he tenido en
cuenta nada más que mi cabeza”, responde la escritora. “Nunca he escrito
nada que no hubiera nacido de un deseo personal. He sido muy
solicitada, pero creo que me resulta más fácil decir no que sí”.
Reza no exagera. Desde mediados de los años noventa ha sido cortejada
por multitud de directores, ansiosos de llevar sus obras a la escena, o
al cine. En Estados Unidos se la presentó como una mezcla de Molière y
Woody Allen. Una combinación que ni siquiera toma en cuenta. “No tengo
una mirada analítica sobre lo que hago. Mis textos puramente literarios
no tienen nada que ver con esas comparaciones”, dice. Tampoco es
partidaria de dar nombres cuando se le pregunta por los autores que
prefiere. “No me gusta citar a escritores contemporáneos porque siempre
que lo hago, enseguida pienso ¡oh, me he olvidado de aquél!”.
Incómoda con su perfil de triunfadora, reforzado con el estreno de Un dios salvaje,
escrita por encargo y en pocas semanas, en 2006, se niega a abordar el
tema cuando se le pregunta cómo ha conseguido conquistar a los
espectadores de medio mundo. “No lo sé. No lo percibo así”. ¿Tendrá algo
que ver con su capacidad de describir personajes de un mundo global?
¿Acaso no podrían ser, aparte de parisienses, londinenses, neoyorquinos o
madrileños los tres amigos de Arte, o las dos parejas de Un dios salvaje?
—Sinceramente, no me corresponde a mí contestar eso. No soy
socióloga. Y me niego a ser una comentadora parásita de mis escritos.
Su éxito internacional fue visto con cierta suspicacia en Francia. En 2009, en declaraciones a The New Yorker,
se quejó de los periodistas de izquierdas “en cuya opinión el éxito es
de derechas”. ¿Quizás les molesta su desprecio por la intelectualidad
francesa?
—Perdone, pero de nuevo me resulta difícil contestar, porque la
situación es complicada y está evolucionando. El éxito, en Francia, pero
creo que también en otros países, es percibido, a veces, erróneamente,
como falta de integridad. Usted me asocia con el éxito porque me habla
de textos que han dado la vuelta al mundo. Pero también he escrito cosas
que me gustan tanto o más, que han funcionado de una manera más
modesta. Por otra parte, siempre me las he arreglado para no ser
prisionera de un solo género. No desprecio a los intelectuales lo más
mínimo. Al contrario. Pero no tenemos el mismo oficio. El intelectual se
ocupa de pensar el mundo, intenta descifrarlo, acosa una verdad
oscurecida. El escritor critica el mundo, lo interpela, busca su propia
verdad que no tiene el menor valor de ejemplo. El escritor no es un
intelectual.
Un aspecto fundamental de sus obras es que sus personajes no son
buenos ni malos en estado puro. Solo personas comunes. Simples
ciudadanos, miembros de una sociedad desarrollada, más proclives quizás,
por ese motivo, a sufrir episodios de violencia. “No. El principio de
la civilización, de todas las civilizaciones pasadas y presentes, es
contener la violencia, el salvajismo inherentes al hombre”, precisa la
autora.
Podría pensarse, leyendo sus obras, que Yasmina Reza está más
interesada por el universo masculino que por el femenino. “Durante mucho
tiempo me sentía más protegida creando personajes masculinos. Pero
desde hace años ya no es el caso”, aclara ella. “Mi última obra, Comment vous racontez la partie (Cómo cuenta usted la partida), tiene como heroína a una mujer. Una comedia española explora más a las mujeres que a los hombres”.
En Una comedia española habla de actrices, un territorio que conoce bien Reza, que estudió interpretación en la escuela Jacques Lecoq de París,
y ha probado varias veces lo que se siente sobre un escenario. Una
experiencia que califica de “esencial”, en su obra. “No habría escrito
nunca de la manera que lo hago, en mi opinión muy económica, si no
hubiera tenido la experiencia de la interpretación. Escribo dejando un
hueco muy importante a los silencios, al subtexto, a todo lo que
acompaña a las palabras y puede ser utilizado por el actor”. En cuanto a
los actores, declara su “afecto” sin fisuras por su trabajo. “Les debo
mucho. Pienso en ellos cuando escribo teatro. Les doy lo que me parece
mejor para la interpretación futura, pero los grandes actores no dejan
de sorprenderme. Me asombran, van más allá de lo que yo esperaba. He
tenido la suerte y el privilegio de ver mis obras interpretadas por
grandes actores en diferentes idiomas. Siempre me han enseñado mucho.
Incluso sobre el sentido profundo de mi escritura”.
Y sin embargo, abandonó con gusto una profesión que ha calificado de
“desastrosa” por el grado de dependencia que conlleva. Reza, madre de
dos hijos, Alta, abogada penalista de 23 años, y Nathan, aspirante a
cantante, de 19 años, nacidos de su relación con el cineasta Didier
Martiny, se ha distinguido siempre por su espíritu independiente y su
interés por probar su talento en todos los frentes.
En 2009 dirigió una película, Chicas, basada en Una comedia española.
El filme pasó desapercibido, pero la escritora se declara satisfecha.
“Me encantó. No tengo la impresión de haber hecho algo diferente de lo
que hago normalmente. Tenía la impresión de estar escribiendo de otra
manera, con otras herramientas”. Chicas cuenta la historia de
una madre, con algunos rasgos de la propia madre de la autora, y de sus
hijas. Y es que su familia es un tema importante para la escritora.
“Mis orígenes son muy complejos”, cuenta. “Mi padre era judío de
Samarcanda, nacido en Moscú. Mi madre es húngara y también judía. Tengo
la herencia doble de los sefarditas y de los asquenazis. Sin embargo,
ninguno de los dos era religioso ni interesado en las tradiciones. Mi
familia era la quintaesencia de la familia cosmopolita, feliz de no
estar cargada de raíces. Lo contrario de lo que la mayoría de la gente
busca”. La falta de raíces, el sentirse un poco externa a la sociedad en
la que nació (un suburbio de clase media de París), ha marcado su obra.
A tenor de su éxito, habría que decir que de manera positiva, pero Reza
lo considera irrelevante en su trabajo. “Todo es bueno para un
escritor. Funciona con lo que tiene. El escritor no depende en absoluto
del contexto. Para un escritor es buena tanto la guerra como la vida
tranquila. De todos modos, por definición está mal adaptado”.
Yasmina
Reza nació en París. Su padre, nacido en Moscú, descendiente de una familia
judía expulsada de España por la Inquisición y que se refugió en Uzbekistán, y
su madre, violinista, de una familia de judíos húngaros, se conocieron en
París.
estudió Sociología y
Teatro en la Universidad de Nanterre. Además de francés, habla inglés y alemán. Comenzó a actuar en
papeles de obras nuevas o clásicos de Molière
o Marivaux. En 1987, escribió Conversations
après un enterrement (Conversaciones tras un entierro), que recibió
el premio Molière.
"Hay un silencio total sobre el dolor que a veces significa ser madre"
Socorro Venegas explora en 'La memoria donde ardía', un
conjunto de relatos breves de gran poso autobiográfico, la experiencia
del duelo, la enfermedad y el sufrimiento a través de historias de
niñeces y maternidades "incómodas"
En su primera visita al Museo del Prado, Socorro Venegas
se sintió totalmente imantada por las pinturas negras de Goya.
Jovencísimo como lo era también ella, su marido la acompañaba pero en
aquel instante curioseaba en otras salas. A solas, hechizada ante el Perro semihundido,
aquella mujer que disfrutaba de la feliz ligereza de la vida a los
veintialgo no sabía, no podía saber, que poco después de aquel viaje
ella enviudaría. Veinte años ha tardado Venegas en ser capaz de evocar
–en el relato Pertenencias– aquellos minutos de extraña plenitud e hipnosis frente al enigmático perro goyesco, que para siempre quedó asociado en su memoria a la pérdida del compañero cuando la vida acababa de empezar.
De esta clase de experiencias –o "catástrofes interiores", como ella las llama– se nutre La memoria donde ardía (Páginas de Espuma), un libro macerado durante casi 20 años y de inspiración autobiográfica,
en el que la escritora mexicana aborda en 19 relatos breves cuestiones
"delicadas": la muerte, el duelo, la enfermedad, la maternidad
conflictiva, el vacío que deja el amor cuando se esfuma... A estas
inmersiones a pulmón en las noches oscuras del alma
se entrega Venegas con vocación lírica –"soy una obsesiva lectora de
poesía: busco un lenguaje esencial, imágenes exactas, decir mucho con
poco, no perder intensidad"– y marcada inclinación hacia el
extrañamiento y las atmósferas inquietantes:
"Mis cuentos parten de situaciones realistas, pero a partir de ahí me
gusta que a veces sucedan cosas que no sabe ya si son una metáfora, un
símbolo o algo que de verdad está pasando. Me interesa la incomodidad,
crear ciertos misterios, pero no para resolverlos, sino para
preservarlos".
–¿Trata más este libro sobre el dolor o sobre la supervivencia?
–Cuando terminé el primer borrador, pensando en aquello
que conectaba todas las historias, sentí que era un homenaje a los
sobrevivientes. Es un libro sobre cómo en medio de un dolor muy profundo
también puedes encontrar dentro de ti cierta belleza, la razón por la
cual no saltas por la ventana. Pero también es un libro sobre el dolor,
sobre cómo lo atraviesas y cómo te reconstruyes.
–"¿Estaremos hechos más de lo que olvidamos que
de aquello que recordamos?". Así comienza el relato que da título al
libro, y da la impresión de que esa frase es clave para entender su
manera de concebir la relación con la propia memoria así como el
propósito mismo de todos los cuentos de este libro...
–Sin duda. Todo cuanto olvidamos o decimos que hemos
olvidado nos constituye de la misma manera que lo que sí elegimos traer
al presente, a nuestra vida, aquello que seguimos relatándonos a
nosotros mismos para explicarnos lo que hemos vivido. Eso se elige.
Hacerse esa pregunta es muy importante si hablamos de escritura: en qué
momento puedes sentarte a escribir si quieres hacerlo de algo que te ha
ocurrido. Si se trata de una experiencia dolorosa, pienso que el momento
en el que de verdad puedes escribir de ello es cuando por fin eres
capaz de elegir cómo quieres recordar o cómo quieres contarte a ti mismo
esa experiencia que explica lo que eres ahora. Eso también se decide y
se elige en un momento dado. Y a eso me refiero cuando digo que a mí lo
que me interesa, cuando hablamos de la experiencia del dolor, no es
escribir sobre la herida, sino desde la cicatriz de esa herida.
–Todas las historias están protagonizadas por
mujeres y niños. ¿Hay en esta elección algo que va más allá de una mera
decisión narrativa?
–Quería mostrar específicamente la mirada de niños y
mujeres porque a menudo son subestimados. Lo que yo principalmente hago
en estos cuentos es seguir ciertas obsesiones, explorarlas
literariamente, y por supuesto que hay en ellos también una mirada que
con toda la voluntad del mundo quiere ser transgresora. Esto creo que
queda muy claro en las historias sobre maternidades anómalas o
incómodas, que quieren cuestionar eso que siempre nos han contado: que
lo más maravilloso que le puede ocurrir a una mujer es ser madre. En las
sobremesas se habla de a qué escuela llevas a tu niño, hay chats
de padres para organizar fiestas de cumpleaños, pero en cambio hay un
silencio total acerca del dolor que a veces significa ser madre.
–Retrata usted en varios relatos a mujeres, a
madres que no quieren o no pueden aceptar a sus hijos. ¿Hay algún tabú
más definitivo que ése?
–Imagínese, si ya es tabú hablar de depresión post-parto o
de las mujeres que deciden no ser madres, como si no estuvieran
queriendo cumplir con el papel que la naturaleza les asignó. En las
presentaciones del libro muchas lectoras me están contando sus
historias, y no pocas de ellas serían extraordinarios relatos. Hace
poco, una de ellas se acercó, traía a un niño de la mano, de unos 9 o 10
años, y me dijo: Quiero que mi hijo escuche lo que le
voy a decir. Cuando me preguntan cuál es mi máximo logro, digo que mi
máximo logro no es haber sido madre, sino haber terminado mi doctorado.
Ojalá las mujeres pudieran decir lo que piensan verdaderamente y no lo
que socialmente sabemos que hay que decir para no ser juzgadas. Yo me
hago preguntas acerca de todas estas cuestiones partiendo de los
extremos, porque, para mí, la literatura funciona mejor cuando trabaja
desde la anomalía dando voz a cuanto queda fuera de la norma.
–Hay muchas imágenes perturbadoras de esas
madres conflictivas, pero no menos lo son las de sus niños: crueles,
sometidos a grandes sufrimientos, plenamente conscientes de su
mortalidad... ¿Por qué le interesaba explorar la niñez en esa dimensión
tan enormemente dura?
–Suele verse a los niños como personajes menores, como si
sus experiencias fueran menos importantes precisamente por ser más
pequeños, y por eso muchos hablan de ellos con mucha condescendiente. Y
por esta razón también, supongo, los adultos procuran con mucho empeño, y
lo logran, olvidar la infancia, su propia infancia. Pero los niños no
son seres menores, ni la infancia debería ser ese proceso llamado a ser
olvidado y superado cuanto antes. Por eso me interesaba mostrar a los
niños como inesperados y poderosos personajes capaces de ejecutar un
destino. ¿Les pasan cosas durísimas en estos relatos? Sin duda. Pero yo
creo que cuidar a un niño significa comunicarle, transferirle la
complejidad del mundo, no ahorrársela ni subestimarlo pensando que no va
a poder comprenderla. Desgraciadamente algunos niños llegan a esa
comprensión empujados por situaciones vitales terribles, como la
enfermedad, y entonces parecen incluso más maduros que los propios
adultos. Dije antes que este libro es un homenaje a los sobrevivientes, y
es cierto, pero he de decir que Los aposentos del aire, ese cuento
concretamente, es un homenaje a una sola persona, a alguien que no
sobrevivió, a mi hermano, que murió de cáncer con 9 años. Yo pensaba en
cuánto me hubiera gustado que él se hubiera enamorado, que él antes de
morir hubiera sabido o intuido lo hermosa que es esa experiencia, y eso
es lo que exploro en ese cuento. Viví de primera mano toda su
enfermedad, cómo pensaba él, qué sentía, cuánto sabía de lo que le
pasaba pese a que los adultos se esforzaran en fingir que él no sabía...
Por eso planteo en este libro infancias tremendas, siempre con niños
que no son solamente en potencia, sino capaces de. Es decir, este libro
no de esos en los que los niños se cuidan del lobo, aquí los niños son
capaces de ser ellos mismos lobos.
En la nueva novela que está armando Socorro Venegas nadie se muere.
Eso, se ríe, es lo más cerca que ha estado nunca de la ficción absoluta,
de una invención plena que no haya atravesado su cuerpo, su alma ni su
mente. “Porque escribir siempre es una autoexploración, no te puedes
alejar nunca de tu propia mirada, de lo contrario la literatura dejaría
de ser auténtica. La autoficción no es más que un artificio, la mera necesidad de hablar de un género nuevo”.
La escritora mexicana (San Luis Potosí, 1972) quiere volver al mundo de
los vivos. Pero estos días anda presentando aún su último libro en la
FIL (viernes, 19.30), en el que la muerte salta de un relato a otro.
Mejor dicho, el principio y el fin de la vida se dan la mano entre las
páginas en una extraña atmósfera que ella define como “la de los
supervivientes”.
En
estos cuentos, es verdad, ya no está el “aullido puro” del dolor pero
sí el estado de ánimo que dejan las cicatrices. Y gran parte de esas
historias han atravesado su cuerpo y su alma en el pasado: el padre
alcohólico, el hermano muerto apenas en el alba de su existencia, un
primer marido también enterrado... Ese es el pasado que aún le quema a
Venegas y que da título, pidiendo un pequeño préstamo a Quevedo, a este
libro editado por Páginas de Espuma: La memoria donde ardía.
Como
buena mexicana, al lado de los que ya moran bajo nuestros pies sitúa a
los que apenas acaban de nacer y los deja compartiendo la misma niebla
que no acaba de despejarse, apenas deshilachada, al final del cuento. La maternidad es recurrente en estas breves historias
impregnadas de experiencia, pero una maternidad tan estudiada como
sentida. Un ejercicio liberador, alejado de los grilletes que impone la
sociedad: maternidades fuera del canon, lejos del umbral de la dicha,
nacimientos no asumidos, convivencias corporales enrarecidas. “Muchas
mujeres sienten todavía ese desacomodo del alma cuando hablan de la
maternidad. Si les preguntan qué fue lo mejor de sus vidas algunas se
ven obligadas a decir que sus hijos, cuando es su trabajo, por ejemplo.
Así me lo han contado. Mostramos esas cautelas porque sabemos que no nos perdonan que no podamos con todo.
Yo misma llegué a un acuerdo con mi pareja para que él llevara al niño
al colegio y todos sabían que yo era la madre, pero si alguna vez me
acerqué a recogerlo me preguntaban: ¿Y tú quién eres, por qué niño
vienes? Era su forma de reprocharme mi supuesta falta de dedicación”.
Los hijos, el trabajo, los cuidados, la felicidad obligada de los roles
femeninos.
¿Es quizá esa falta de tiempo lo que hermana a tantas escritoras con el relato corto?
“Desde luego es una de las razones. Los cuentos no son más fáciles que
las novelas, pero permiten ciertas interrupciones y un ejercicio más a
salto de mata: grabas en el teléfono móvil una imagen o una idea que te
asalta en el metro como el que caza una liebre y puedes dejarlo sin
desarrollarlo mucho más”. Como en una receta de cocina, se deja sazonar y
finalmente se busca que todo se dore por igual, es decir, que los
relatos guarden una relación, que compartan una unidad. Tiempo: “Pueden
pasar años hasta que el libro esté listo”. Dificultad: “La misma que una
novela, pero la novela requiere continuidad, si la abandonas ella puede
abandonarte a ti”. “Escribir cuentos es solo una cuestión de tiempo”,
insiste Venegas.
Ha de admitirse entonces que muchas mujeres no han alcanzado todavía esa habitación propia que mencionaba Virginia Woolf
en la que refugiarse a pensar y completar una novela, un ensayo.
Venegas asiente y lo hace de nuevo cuando se le pregunta si acaso ese
cuarto propio no es, en ocasiones, la propia mente femenina, vagando
entre tantas obligaciones o pasiones. Muchos intereses y deberes
—impuestos o soñados— que no dejan espacio a la concentración que se
necesita para armar una novela. Asiente Venegas. “Escribir sigue siendo
un privilegio”. “Creo que la gran aportación de la editorial Páginas de
Espuma ha sido esta dedicación al cuento, lo han colocado como un género
apetecible, junto con la novela”.
En este pequeño libro para leer aunque no se disponga de mucho
tiempo, deja Venegas su sello en un género no siempre bien valorado.
Quizá leer también se ha convertido en un privilegio en estos días tan
estrechos. Venegas propone caminar junto a la memoria del superviviente
que aún se duele de su miembro amputado. No es autoficción. "Mi única
aspiración, como decía Lowry, es contar algo nuevo sobre el fuego del
infierno".
Socorro
Venegas nació en San Luis Potosí, México, en 1972. Estudió comunicación
social en la UAM-X. Ha colaborado en diversos medios como redactora y
guionista: La Jornada de Morelos; programa de radio La Divina Comedia de
Radio Educación, Mala Vida, Blanco Móvil, El Nacional, El Universal,
Mala Vida, y Tierra Adentro. Fue becaria del FOECA-Morelos, 1995; del
FONCA, 1997 y 1999; del Centro Mexicano de Escritores, 2001; y del
Writers Room de Nueva York 2003.
Con el libro de relatos Todas las
islas logró el Premio Nacional de Poesía y Cuento Benemérito de América
2002. Su primera novela apareció en 2004 con el título de Será negra y
blanca, y obtuvo el Premio Nacional de Novela Ópera Prima Carlos
Fuentes. Le siguió Vestido de novia en 2014.
BILIOGRAFÍA La risa de las azucenas (1997) La muerte más blanca (2000) Todas las islas (2002) Será negra y blanca (2004) Vestido de novia (2014)
PREMIOS Premio Nacional de Novela Ópera Prima Carlos Fuentes 2004 VI Premio Nacional de Poesía y Cuento Benemérito de América 2002
ENLACES https://es-es.facebook.com/socorro.venegas.56 http://www.ficticia.com/cuentos/plenilunio.html.html http://www.vanguardia.com.mx/socorrovenegaseldolorsinvelointelectual-2114911.html http://www.homines.com/palabras/entrevista_socorro_venegas/index.htm https://www.youtube.com/watch?v=oF36wfil9is
Desde los clubes de lectura infantil y juvenil nos sumamos a la iniciativa que lanzó Radio colores, la radio comunitaria de la Universidad Popular de palencia por el 8 de marzo, para poner en valor a distintas mujeres. En nuestro caso, hemos grabado varios audios hablando de escritoras e ilustradoras de literatura infantil y juvenil.