Orlando, de Virginia Woolf
Una hipótesis preliminar sobre la vida, la memoria y la literatura. El “novum” de la inmortalidad
«Orlando: una biografía», de Virginia Woolf, es la narración de las desconcertantes aventuras de un joven miembro de la nobleza inglesa desde sus dieciséis años, a finales del siglo XVI (1586), hasta cumplidos los treinta y seis años, el 11 de octubre de 1928, el día en que se publicó por primera vez la novela. 342 años de historia que, para el protagonista, son solo veinte años de vida, porque como nos desvela la autora «Ese maravilloso desacuerdo del tiempo del reloj con el tiempo del alma no se conoce lo bastante y merecería una profunda investigación». Su personal indagación sobre este tema y lo que podríamos describir como una hipótesis preliminar es lo que Virginia nos ofrece esta obra singular.
El paso del tiempo, la memoria y la edad del protagonista no son la única transgresión de lo «evidente» que nos descubre la obra, ni siquiera la más debatida por críticos y comentaristas. Virginia Woolf encontró con Orlando una original forma de liberar su imaginación y mostrarnos una mirada asombrosa y diferente de la vida, la sociedad, la literatura… y mucho más. En realidad, es la propia Virginia a quién nos encontramos y con quien conversamos en Orlando.
La obra se presenta y se destaca de manera habitual como un clásico del feminismo, inspirado por la “tumultuosa historia de familia” y, de hecho, una oda a Vita Sackville-West. Su hijo Nigel Nicolson, lo resume así:
💬 La influencia de Vita sobre Virginia está por completo contenida en Orlando, la más larga y encantadora carta de amor de la literatura.
Virginia dedica la obra, efectivamente, a Vita y algunas de las “supuestas” fotos de Orlando que aparecen en la edición original y que se reproducen en la edición de Alianza Editorial son de la propia Vita y de algunos de sus ilustres antepasados. Sin embargo, ella no aparece en ningún momento en la obra como personaje ni como referencia, y nadie que no conozca la historia personal de Virginia Woolf podría descubrir jamás a Vita solo a través de la lectura de Orlando. No tengo ninguna duda de que biógrafos y críticos han hecho su trabajo y han buceado en lo que Virginia quiso escribir, Orlando como un homenaje a su amante y amiga. Pero no veo ninguna diferencia, más que táctica u oportunista, al destacar a Vita como elemento central o nuclear de la obra, porque es evidente que similares fuentes de inspiración, hombres, mujeres, circunstancias históricas y personales, son siempre la fuente de inspiración y la materia de la que está hecha toda obra literaria, como por otra parte, Virginia deja claro en el prólogo:
💬 Muchos amigos me han ayudado a escribir este libro. Algunos están muertos y son tan ilustres que apenas me atrevo a nombrarlos, aunque nadie puede leer o escribir sin estar en perpetua deuda con Defoe, Sir Thomas Browne, Sterne, Sir Walter Scott, Lord Macaulay, Emily Brontë, De Quincey y Walter Pater para no mencionar sino a los primeros que se me ocurren. Otros están vivos, y aunque quizás igualmente ilustres a su manera, son por esta misma razón menos formidables.
y, como veremos, a lo largo de toda la obra. Las fotos en esa primera edición de la editoral Hogarth Press, (porque sí, dejémoslo claro desde el principio, Virgina se autoeditó y publicó) me parecen la primera y muy brillante provocación de la escritora, una broma ingeniosa que como el néctar goloso de la flor atrae a críticos, historiadores y comentaristas oportunistas. Kudos para Virginia.
Sobre el carácter feminista y activista de la obra de Virginia, ¿qué podría yo añadir? Es evidente y brillante. Pero la denuncia y el activismo libertario de Virginia van mucho más allá del sexo y el género. Orlando es una crítica feroz a los convencionalismos y las ataduras a las que nos somete la sociedad, y creo que el foco de la crítica y los comentarios que se centran exclusivamente en un aspecto destacado y central, limita en gran medida la extraordinaria temática y el logro creativo de Virginia Woolf. Su crítica a la sociedad no se limita a la interpretación de la sexualidad o el género. Su denuncia de los convencionalismos y las ataduras morales, interesados o estúpido subproducto de la costumbre, es constante a lo largo de toda la narración, por momentos brutal y brillante. Su anhelo de libertad queda expuesto de manera magnífica por medio de la extensa muestra de reflexiones en las que la escritora se detiene y se recrea a lo largo de la narración con un virtuosismo gracioso y mordaz. El estilo satírico y el autodesprecio tan inglés de la autora, contribuyen a suavizar la crítica, a marcar distancia. Más que centrales, que lo son, el sexo y el género (o mejor, la identidad y el yo) diría que son la bandera que Virginia escoge para reivindicar su libertad.
Pero lo más interesante es que Orlando es mucho más que denuncia, crítica y expresión personal de una mirada libre. Lo que hace auténticamente singular y destaca en la obra de Virginia Woolf es la originalidad de la narración y la profundidad que alcanza su prospección epistemológica y ontológica en una obra difícil de catalogar.En Orlando hay una teoría de la esencia del ser, del yo, y de la propia existencia humana, de lo que es la vida. Las reflexiones de Virginia y la idea que subyace bajo la historia de Orlando podrían haberse expresado en forma de ensayo filosófico o, por qué no, como una obra de ciencia ficción dura. La teoría de la inmortalidad de Orlando podría rivalizar sin duda y posiblemente con ventajas, con el novum de los muchos autores que se han aproximado a este tema desde el género de la ciencia ficción.
Virginia escoge, sin embargo, el género de la biografía como excusa perfecta para la caricatura del trabajo de los profesionales (en este caso biógrafos, otro convencionalismo más) pero sobre todo como vehículo de gran flexibilidad para el juicio y la introspección. La autora es el narrador presente en prácticamente todo momento de la narración. En muchos casos, por medio de interjecciones y paréntesis explícitos que nos muestran sus valoraciones. La biografía y su constante exégesis convierten la obra en algo que podríamos caracterizar como ensayo ficción.
La obra es una profunda reflexión sobre el sentido de la vida. Qué es la vida y qué la define, por una parte. Y cómo nos la contamos a nosotros mismos, la simplificamos y la enlatamos en una serie de convencionalismos, perdiendo de vista muchas de sus dimensiones. Con la historia de Orlando, Virginia enuncia una serie de identidades o equivalencias que definen, casi como un sistema de ecuaciones matemática, su teoría.
- La vida es un propósito, en el caso de Orlando expresado por la metáfora de la escritura, la creación de un Roble, una labor quizás imposible, pero que da sentido a sus desvelos.
- La memoria es la única consciencia, de hecho, la costurera de la vida (y por cierto, bien caprichosa). La trayectoria que identificamos con ella solo está en nuestra cabeza, nuestros recuerdos, y en alguna medida en lo que los otros saben y recuerdan sobre nosotros.
- La escritura y la literatura son por tanto la tecnología esencial para esa forma de entender y construir una vida. Orlando es lo que Orlando recuerda, su memoria. Si la memoria puede ir más allá de una simple vida entonces quizás la vida no se limita necesariamente a la vida que identificamos con una persona. Orlando quizás no es un único Orlando, como sus diversas transformaciones ponen de manifiesto. Virginia las utiliza como énfasis y metáfora de los costurones que hacen posible la inmortalidad del protagonista.
No me cuesta mucho imaginar a una Virginia viéndose ella misma más allá de la vida a la que ella misma decidió poner un final antes de que, como les ocurre a tantos, continuara con una historia que nadie querría recordar ni contar. La muerte de Virginia es la interrupción del capítulo que hoy conocemos de ella, su entrada en un sueño que, puede que cuando despierte, si lo hace, ella sienta que ha durado solo siete días.
Lo que sigue a continuacion no es más que una breve síntesis y colección de momentos y citas brillantes del texto de Virginia Woolf(*). Pura arbitrariedad y concesión a mi propia y endeble memoria. Spoilers a discreción.
Sinopsis idiosincrática
La Gran Helada
Él – porque no cabía duda… es un joven noble en la Inglaterra de la reina Isabel I. A finales del siglo XVI, con 16 años, el apuesto personaje sirve como paje en la corte y se convierte en el «favorito» de la anciana reina Isabel I de Inglaterra (1558 – 1603). Cuando la reina muere, se encuentra con la Princesa Marusha Stanilovska Dagmar Natasha Iliana Romanovich, que está de visita en Inglaterra como parte de la delegación rusa con motivo de la coronación del rey Jaime.
Pero ¿de qué Jaime se trata? El detalle temporal que escoge Virginia es la “Gran Helada” del Támesis. Pero ¿de qué gran helada se trata? Virginia solo menciona el nombre del rey Jaime (James), pero sin indicar de qué Jaime se trata. Tras la muerte de Isabel I, heredó el trono Jaime I (Jacobo) en 1603, pero ese año no hubo ninguna gran helada conocida en el Támesis. La primera denominada así data de 1608. Es posible, por tanto, que Virginia se sitúe en el invierno de 1683-84 (y juegue con la coronación al año siguiente, 1685, de Jaime II). Esta helada es mucho más famosa. Por otra parte, la conocida como Gran Helada data de 1709, y aunque parece un encaje menos probable, también podría ser la referida, sobre todo por algunas de las alusiones que la autora introduce en el texto.
Creo que, de manera muy deliberada, Virginia juega con esta ambigüedad temporal de las heladas y con las personas (los reyes Jaime), introduciendo (aún estamos casi al comienzo de la novela) uno de los temas principales. La Gran Helada son muy probablemente todas las grandes heladas del Támesis. Y los reyes… los reyes poco importan, son poco más que un elemento decorativo.
La naturaleza, por otra parte, es uno de los protagonistas a lo largo de toda la obra. Virginia se detiene en numerosas ocasiones a contemplar el paisaje, en ocasiones con largas descripciones, y a incorporarlo en sus reflexiones como hará también con innumerables seres inanimados y todo tipo de ideas y conceptos abstractos. La naturaleza es uno de los refugios y confidente de Orlando, pero como casi todo en la obra, tiene siempre un lado hostil, sospechoso o amenazador. Y por supuesto, la naturaleza también es excusa para el virtuosismo de la mordaz Virginia que, realmente, no deja títere con cabeza. La Gran Helada es quizás el momento en que Virginia se muestra, por primera vez en la narración, confortablemente instalada ya en el estilo de la obra que ha creado y en todo su esplendor.
💬 La Gran Helada fue, los historiadores lo dicen, la más severa que ha afligido estas islas. Los pájaros se helaban en el aire y se venían al suelo como una piedra. En Norwich una aldeana rozagante quiso cruzar la calle y, al azotarla el viento helado en la esquina, varios testigos presenciales vieron que se hizo polvo y fue aventada sobre los techos. La mortandad de rebaños y de ganados fue enorme. Se congelaban los cadáveres y no los podían arrancar de las sábanas. No era raro encontrar una piara entera de cerdos, helada en el camino. Los campos estaban llenos de pastores, labradores, yuntas de caballos y muchachos reducidos a espantapájaros paralizados en un acto preciso, uno con los dedos en la nariz, otro con la botella en los labios, un tercero con una piedra levantada para arrojarla a un cuervo que estaba como disecado en un cerco. Era tan extraordinario el rigor de la helada que a veces ocurría una especie de petrificación; y era general suponer que el notable aumento de rocas en determinados puntos de Derbyshire se debía, no a una erupción (porque no la hubo), sino a la solidificación de viandantes infortunados que habían sido convertidos literalmente en piedra. La Iglesia pudo prestar poca ayuda, y aunque algunos propietarios hicieron bendecir esas reliquias, la mayoría las habilitó para mojones, postes para rascarse las ovejas, o, cuando la forma de la piedra lo permitía, bebederos para las vacas, empleo que desempeñan, en general admirablemente, hasta el día de hoy.
El primer gran amor.
En esa naturaleza al mismo tiempo desbocada y domesticada, Orlando va a tener su primera gran revelación. El amor.
El encuentro de Orlando con la princesa rusa nos muestra de manera muy explícita el tema central de la sexualidad. Orlando queda inmediatamente prendado y se enamora perdidamente de la princesa, a la que él llamará Sasha.
💬 …vio salir del pabellón de la Embajada Moscovita una figura —mujer o mancebo, porque la túnica suelta y las bombachas al modo ruso, equivocaban el sexo— que lo llenó de curiosidad. (…) Cuando el muchacho —porque, ¡ay de mí!, un muchacho tenía que ser, no había mujer capaz de patinar con esa rapidez y esa fuerza— pasó en un vuelo junto a él, casi en puntas de pie, Orlando estuvo por arrancarse los pelos, al ver que la persona era de su mismo sexo, y que no había posibilidad de un abrazo.
Pero el patinador se acercó. Las piernas, las manos, el porte eran los de un muchacho, pero ningún muchacho tuvo jamás esa boca, esos pechos, esos ojos que parecían recién pescados en el fondo del mar (…) Era una mujer. Orlando la miró azorado, tembló; sintió calor, sintió frío; quiso arrojarse al aire del verano; aplastar bellotas bajo los pies; estirar los brazos como las hayas y los robles.
La forastera, averiguó, era la Princesa Marusha Stanilovska Dagmar Natasha Iliana Romanovich…
El amor de Orlando y Sasha nace con este “flechazo” inicial, pero se nutre y crece con sus complicidades, como todo amor. Entre ellas está, por ejemplo, el conocimiento del francés, que es excusa inicial para una conversación privada en público, y la burla de la corte.
La huida (el plantón) de Sasha coincidiendo con el hielo del Támesis que se derrite lleva a Orlando a encerrarse en su mansión y pronto se sumirá en un profundo sueño que dura siete días. El sueño es claramente un paréntesis en la conciencia del protagonista, y un elemento que introduce Virginia Woolf para crear uno de los elementos esenciales de la narrativa.
El amor por la escritura
Cuando despierta, Orlando se volcará en lo que ya era una obsesión y, de pronto, toma forma: la obsesión por la literatura y la escritura. En la primera parte del capítulo II, Virginia se introduce de manera muy evidente en la narración con una extensa reflexión sobre algo que, sin duda, ella ha experimentado como escritora.
💬 Su afición por los libros era temprana. (…) Orlando era un hidalgo que padecía del amor de la literatura.
Un apuesto caballero como él, decían, no necesitaba libros. Que dejara los libros, decían, a los tullidos y a los moribundos. Pero algo peor venía. Pues una vez que el mal de leer se apodera del organismo, lo debilita y lo convierte en una fácil presa de ese otro azote que habita en el tintero y que supura en la pluma. El miserable se dedica a escribir. (…) Se le escapa el sabor de todo; lo torturan hierros candentes; lo roen los gusanos. Daría el último centavo (¡tan virulento es ese mal!) por escribir un solo librito y hacerse célebre.
escribir (y no hablemos de publicar) era, bien lo sabía, una imperdonable falta en un noble.
La memoria
Mientras está en esta reflexión, Virginia introduce otro ingrediente esencial: la memoria. Su relación con la creación, la vida, y la historia que se desarrolla a continuación es, en gran medida evidente, pero creo que nunca lo había encontrado desarrollado de una manera tan detallada, tan explícita y central como en esta obra. Virginia consigue establecer una identidad entre la vida, la memoria, la literatura y la búsqueda de trascendencia: la inmortalidad. En ciencia ficción, esto sería un auténtico novum.
💬 La costurera es la Memoria, y por cierto bien caprichosa. La Memoria mete y saca su aguja, de arriba abajo, de acá para allá. Ignoramos lo que viene en seguida, lo que vendrá después.
De pie en la soledad de su cuarto juró ser el primer poeta de su linaje y dar brillo inmortal a su nombre.
Sin embargo, no tardó en advertir que las batallas libradas por Sir Miles y los otros para ganar un reino contra caballeros con armadura, eran menos arduas que la emprendida ahora por él para ganar inmortalidad contra la lengua inglesa. El lector que haya intimado con las severidades del trabajo de redactar no necesitará pormenores…
el hombre que había escrito un libro y que lo había hecho imprimir, efúndía una gloria que oscurecía todas las glorias de la sangre y del rango.
Para salir de su aislamiento y la reflexión en la que ha caído, Orlando invita al poeta Nicholas Greene, a quién al parecer admira, a pasar un tiempo con él para poder conversar con un «verdadero poeta». Orlando tenía la intención de que Greene le proporcionase una opinión fundada sobre su creación y, en particular, The Oak tree (El Roble, que Borges elige traducir como la Encima), el poema que está escribiendo. Pero cuando conoce a Greene no se atreverá a hacerlo.
Green es, por una parte, gracioso y brillante intelectualmente y Orlando disfruta con la conversación, sus reflexiones y su crítica.
💬 Tenía unas facultades de imitación capaces de devolver la vida a los muertos
Pero, por otra, el conocido poeta es una decepción y se desmorona ante él. Green es feo, vulga..
💬 Era inevitable que Orlando, al apresurarse a recibirlo, padeciera algún desencanto. El poeta no sobrepasaba la estatura mediana; era de figura mezquina; era flaco y algo encorvado, y al entrar, se llevó por delante un mastín, que le hincó los dientes.
… y trágicamente preocupado por el sustento material. Tiene diez hijos y tiene que darles de comer. Su máximo ideal es una renta vitalicia (trimestral) que Orlando accederá a proporcionarle.
💬 La Glor—dijo Greene—, es la espuela de las grandes almas. Si yo tuviera una pensión de trescientas libras al año pagada trimestralmente, me consagraría entero a la Glor. Me quedaría hasta el mediodía en la cama leyendo a Cicerón. Imitaría su estilo tan bien que ya no se sabría cuál es cuál. Eso es lo que yo llamo literatura, eso lo que yo llamo la Glor. Pero es imprescindible para eso la pensión.
Al final, cuando se marcha, Orlando le deja una de sus obras, que a Greene le parece vulgar y que ridiculizará públicamente en una de sus publicaciones.
💬 De la naturaleza de la poesía, Orlando sólo sacó en limpio que era de venta más difícil que la prosa, y que su fabricación llevaba más tiempo aunque eran más cortas las líneas.
Así, a los treinta años más o menos, este joven Señor había experimentado todo cuanto la vida puede ofrecer, y la vanidad de ese todo. La ambición y el amor, los poetas y las mujeres eran igualmente vanos. La literatura era una farsa.
Sólo dos cosas le quedaban; en ellas puso toda su fe: los perros y la naturaleza; un mastín y un rosal.
Decepcionado por el amor y por sus tentativas literarias, decide embarcarse hacía Turquía como embajador de su majestad el rey Carlos II de Inglaterra, período conocido como la Restauración. Virginia vuelve a jugar con la misma ambigüedad, identificando al rey solo por el nombre Carlos, sin decir qué Carlos. Ciertamente, aquí introduce a la actriz Nell Gwyn, por lo que las ediciones identifican a Carlos II (1630 – 1685).
💬 hizo lo que cualquier otro joven hubiera hecho en su lugar, y le pidió al Rey Carlos que lo nombrara Embajador Extraordinario en Constantinopla. Él se paseaba por Whitehall con Nell Gwyn del brazo. Ella le tiraba avellanas. Qué desgracia, suspiró la amorosa dama, que semejantes piernas dejen el país.
Crítica social
La vida de Orlando en Constantinopla, como embajador, le ofrece a Virginia una oportunidad para la crítica despiadada de la burocracia y el vacío de los usos y costumbres en ese tipo de puestos representativos.
💬 La jornada de Orlando, según parece, era más o menos así…
La ceremonia era siempre igual. En el patio de honor, los Genízaros golpeaban con los abanicos la puerta principal, que inmediatamente se abría, descubriendo un vasto salón, amueblado espléndidamente. Ahí estaban sentados los personajes, generalmente de distinto sexo. Se cambiaban zalemas y reverencias. En el primer salón, sólo se podía hablar del tiempo. Tras de haber dicho que era seco o lluvioso, caliente o frío, el Embajador pasaba al otro salón, donde otras dos figuras se incorporaban para recibirlo. Allí sólo era lícita la comparación de Constantinopla con Londres como lugar de residencia: naturalmente, el Embajador no ocultaba que prefería Constantinopla; los otros, naturalmente, preferían Londres, aunque no lo habían visto. En el otro salón, se discutía sin apuro la salud del Rey Carlos y la del Sultán. En el otro se discutía la salud del Embajador y de la esposa del huésped, pero con menos detenimiento. En el otro, el Embajador elogiaba los muebles de su huésped, y el huésped elogiaba el traje del Embajador. En el otro, convidaban con golosinas; el huésped lamentaba su insulsez, el Embajador alababa su dulzura. Daban término final a la ceremonia una pipa indiana y una copa de café; pero aunque los diversos ademanes de fumar y beber se cumplían escrupulosamente, no había tabaco en la pipa, ni café en la copa; ya que si el humo o la infusión hubieran sido reales, no había en la tierra un organismo capaz de tolerarlos. Pues apenas el Embajador había efectuado una de esas visitas, tenía que hacer otra. La misma ceremonia se repetía en el mismo orden, siete u ocho veces consecutivas en las residencias de los otros altos funcionarios, de suerte que era muy común que el Embajador no volviera hasta ya entrada la noche.
La vida de Orlando cambia cuando, tras una de estas celebraciones en las que se emplea a fondo, cae de nuevo en un profundo sueño que se prolonga siete días. Cuando despierta es una mujer.
La metamorfosis
Virginia se detiene en una poética y fantasiosa descripción de la metamorfosis en la que aparecen tres conceptos abstractos como personajes, los espíritus de our Lady of Purity (Nuestra Señora de la Pureza), our Lady of Chastity (Nuestra Señora de la Castidad) y our Lady of Modesty (Nuestra Señora de la Modestia), que representan los valores que más se apreciaban en una mujer de la época. No es el único momento de la narración en el que Virginia se refiere y personifica conceptos abstractos, identificándolos con mayúsculas, como nombres propios.
Pero lo más destacado de la transformación es sin duda que, para Orlando, lejos de suponer un shock, el cambio de sexo es algo completamente natural o, al menos, no sorprendente. Aunque es consciente del cambio que ha tenido lugar, nada en realidad ha cambiado en él o ella…
💬 Debemos confesarlo: era una mujer.
La voz de las trompetas se apagó y Orlando quedó desnudo.
Nadie, desde que el mundo comenzó, ha sido más hermoso. Sus formas combinaban la fuerza del hombre, y la gracia de la mujer. (…) Sin inmutarse, Orlando se miró de arriba abajo en un gran espejo y se retiró, seguramente al cuarto de baño.
Orlando se había transformado en una mujer —inútil negarlo. Pero, en todo lo demás, Orlando era el mismo. El cambio de sexo modificaba su porvenir, no su identidad. Su cara, como lo pueden demostrar sus retratos, era la misma. Su memoria podía remontar sin obstáculos el curso de su vida pasada.
El cambio se había operado sin dolor y minuciosamente y de manera tan perfecta que la misma Orlando no se extrañó. Muchas personas, en vista de lo anterior, y de que tales cambios de sexo son anormales, se han esforzado en demostrar (a) que Orlando había sido siempre una mujer (b) que Orlando es ahora un hombre. Biólogos y psicólogos resolverán. Bástenos formular el hecho directo: Orlando fue varón hasta los treinta años; entonces se volvió mujer y ha seguido siéndolo.
Orlando huye de Estambul en el lomo de un burro con la ayuda de Rusten el Sadi, un gitano, y se embarca en un viaje sin rumbo que acaba llevándolo a la meseta central de Anatolia donde convivirá un tiempo con gitanos nómadas y sus rebaños de cabras, y donde encuentra una vida plácida en constante contemplación a la naturaleza. Pero la huida pastoral dura poco. Los gitanos pronto recelan de él, y ven con buenos ojos que Orlando decida marcharse para regresar a Inglaterra.
💬 Hizo muy bien. Ya los más jóvenes habían tramado su muerte. Parece que el honor lo exigía, ya que Orlando no pensaba como ellos.
Regreso a Inglaterra. Una nueva toma de conciencia
En el viaje de regreso, a bordo del barco Enamoured Lady, Orlando comienza a tomar consciencia por primera vez de lo que supone ser mujer, cuando la tripulación y el capitán la agasajan y la tratan como a una dama. Durante este pasaje, Virginia vuelca algunas de sus reflexiones más brillantes sobre lo que, es evidente, es su propia visión de la diferencia entre sexos en la sociedad, los brutales e injustificados convencionalismos, y los múltiples inconvenientes y exigencias.
💬 hasta ese momento, apenas había pensado en su sexo. Quizá las bombachas turcas la habían distraído; y las gitanas, salvo en algún detalle importante, difieren poquísimo de los gitanos.
Señor! ¡Señor! —volvió a gritar a esta altura de sus pensamientos—, ¿deberé resignarme a respetar la opinión del sexo contrario, por monstruosa que sea? Si llevo faldas, si no puedo nadar, si quiero que me salve un marinero, ¡por Dios! —gritó—, no tengo más remedio»
Recordó cómo de muchacho había exigido que las mujeres fueran sumisas, castas, perfumadas y exquisitamente ataviadas. «Ahora deberé padecer en carne propia esas exigencias —pensó—, porque las mujeres no son (a juzgar por mí misma) naturalmente sumisas, castas, perfumadas y exquisitamente ataviadas. Sólo una disciplina aburridísima les otorga esas gracias, sin las cuales no pueden conocer ninguno de los goces de la vida. Hay que peinarse —pensó—, y sólo eso me tomaría una hora cada mañana, hay que mirarse el corsé: hay que lavarse y empolvarse; hay que pasar de la seda al encaje, y del encaje al brocado; hay que ser casta todo el año… —Aquí agitó el pie con impaciencia y mostró una o dos pulgadas de pantorrilla. En el mástil, un marinero que miraba por casualidad, casi perdió pie; y se salvó en un hilo—. Si el espectáculo de mis tobillos es una sentencia de muerte para un sujeto honrado que, sin duda, tiene mujer y familia que mantener, mi obligación es ocultarlos —resolvió Orlando. Sin embargo, sus piernas no eran el menor de sus atractivos. Y dio en pensar a qué punto habíamos llegado, cuando una mujer tiene que ocultar su belleza para que un marinero no se caiga del palo mayor—. ¡Que se los coma la viruela!», opinó, descubriendo al fin, lo que en otras circunstancias le hubieran enseñado desde niña: es decir, las responsabilidades sagradas de la mujer.
«Y ése es el último terno que podré echar —pensó—, en cuanto pise tierra inglesa. Y no podré partirle la cabeza a un hombre o decirle miente su boca, o desenvainar la espada y atravesarlo, o sentarme en el Parlamento, o usar corona, o figurar en una procesión, o firmar una sentencia de muerte, o mandar un ejército, o caracolear por Whitehall en un corcel de guerra, o lucir en mi pecho setenta y dos medallas distintas. Sólo me será permitido, en cuanto haya pisado el suelo de Inglaterra, servir el té y preguntar a mis señores cómo les gusta. ¿Azúcar?, ¿leche?» Y al ensayar esas palabras, le horrorizó advertir la baja opinión que ya se había formado del sexo opuesto, al que había pertenecido con tanto orgullo.
«¡Gracias a Dios que soy una mujer», gritó y estuvo a punto de incurrir en la suprema tontería —nada es más afligente en una mujer o en un hombre— de envanecerse de su sexo,
«El amor», dijo Orlando. Inmediatamente —tal es su ímpetu— el amor tomó forma humana —tal es su orgullo. Los otros pensamientos se resignan a ser abstractos; éste no descansa hasta no revestirse de carne y sangre, mantilla y enaguas, calzones y justillo. Y como todos los amores de Orlando habían sido mujeres, ahora, con la culpable lentitud que ponen los organismos humanos para adaptarse a un cambio de convenciones, aunque mujer ella misma, era otra mujer la que amaba; y si algún efecto produjo la conciencia de la igualdad de sexo, fue el de avivar y ahondar los sentimientos que ella había tenido como hombre.
… se hubiera visto en apuros para explicar al Capitán Bartolus las emociones furiosas y encontradas que ahora hervían en ella. ¿Cómo explicarle que ella, que temblaba ahora en su brazo, había sido un Duque y un Embajador? ¿Cómo explicarle que ella, envuelta como un lirio en pliegues de brocato, había cercenado cabezas, y se había acostado con rameras entre los sacos del botín de las naves piratas, …
Orlando trató de retener las lágrimas que se agolpaban a sus ojos, hasta que recordó que en las mujeres el llanto queda bien y las dejó correr.
Al llegar a Londres se encuentra con una ciudad que ha cambiado en su ausencia. Una vez más Virginia no da referencias temporales explícitas. Son vagamente los tiempos de la Reina Ana (1665 – 1714), pero vuelca constantes connotaciones para recordar al lector que el tiempo que está pasando en la historia no son los años de vida del personaje.
Su ausencia y su nuevo sexo le traerán algunas complicaciones por razones mucho más procaces que las de la biología o sus sentimientos. Nuevamente asoma el terror de las rígidas leyes de la sociedad y la burocracia…
💬 Pronto sabría Orlando la insignificancia de las más tempestuosas agitaciones ante el rostro de hierro de la Ley, rostro más duro que las piedras de London Bridge y más severo que la boca de un cañón.
ella era parte en tres procesos mayores entablados en su contra, durante su ausencia, sin contar innumerables litigios menores, que derivaban o dependían de los principales. Los cargos capitales eran: (1) que estaba muerta y por consiguiente no podía retener propiedad alguna; (2) que era mujer, lo que viene a ser lo mismo: (3) que era un Duque inglés que había contraído enlace con Rosina Pepita, bailarina; y había tenido de ella tres hijos, que ahora declaraban que, habiendo fallecido su padre, les correspondía la herencia de todas sus propiedades. Cargos tan graves, requerían, naturalmente, tiempo y dinero. Todos sus bienes fueron embargados y sus títulos suspendidos mientras proseguía el litigio.
La vestimenta como constructo social:
💬 Algunos filósofos dirán que el cambio de traje tenía buena parte en ello. Esos filósofos sostienen que los trajes, aunque parezcan frivolidades, tienen un papel más importante que el de cubrirnos. Cambian nuestra visión del mundo y la visión que tiene de nosotros el mundo.
En su casa, sin embargo, los sirvientes y su entorno cercano le reciben con la natural confusión, pero sin dudas y con afecto.
💬 Mrs. Grimsditch, que al iniciar una reverencia se conmovió de suerte que no hacía otra cosa que balbucear: ¡Milord! ¡Milady! ¡Milord!, hasta que Orlando la calmó, con un beso en ambas mejillas.
Nadie mostró la menor duda de que el Orlando de hoy no fuera el Orlando de ayer. Si alguna hubieran tenido, la actitud de los perros y de los ciervos hubiera bastado a disiparla, porque es sabido que los seres irracionales nos aventajan infinitamente para juzgar la identidad y el carácter.
Hay en Orlando una pugna constante entre la soledad y la necesidad de socializar.
💬 ¿Y todo por qué? La sociedad. ¿Y qué había dicho o hecho la sociedad para trastornar de ese modo a una dama razonable? Nada, en una palabra. Por más que torturara su memoria, Orlando no recuperaba jamás una sola cosa que fuera, realmente, algo. Lord O. había estado galante. Lord A., cortés. El Marqués de C., encantador. El Señor M., entretenido. Pero cuando trataba de precisar esa galantería, esa cortesía, ese encanto, o ese entretenimiento, le parecía estar desmemoriada, porque nada podía señalar. Era siempre lo mismo. Nada quedaba para el día siguiente, pero la excitación del momento era interesante. Arribamos así a la conclusión la sociedad es uno de esos ponches que las expertas amas de casa sirven hirviendo en Navidad, y cuyo sabor depende de la adecuada mezcla y agitación de una docena de ingredientes. Pruebe uno sólo y resulta insípido. Pruebe a Lord A., Lord O., Lord C., o Mr. M. y separadamente son nulos. Agítelos a un tiempo, y producirán el sabor más embriagador, la más seductora de las esencias.
esa misteriosa mixtura que llamamos sociedad no es buena o mala en absoluto, sino que encierra un espíritu volátil y poderoso, que produce embriaguez,
Ojalá no vuelva a encontrar un ser humano en toda mi vida.
Orlando tiró la segunda media detrás de la primera y se metió en cama lóbregamente, jurando renunciar para siempre a la sociedad. Pero ese juramento, como tantos otros de Orlando, resultó prematuro. Al despertarse al otro día, encontró entre las habituales invitaciones sobre la mesa, una de cierta gran dama, la Condesa de R. Después del juramento de la víspera, sólo podemos explicar la conducta de Orlando —despachó un mensajero a toda prisa a R. House aceptando con entusiasmo la invitación—
La literatura como el novum de la inmortalidad
En este proceso de (re)socialización, Orlando se relaciona con la alta sociedad y, en particular, algunos grandes de la escritura. Lo que en apariencia es una simple historia de cotilleos que Virginia utiliza para ir pasando sobre convenciones y constructos sociales que va despachando con brillantes zarpazos de crítica y genialidad, en realidad ha de interpretarse como la conversación de la propia Virginia con esos muertos que cita en el prólogo…
Virginia puede hablar con Joseph Addison (1 de mayo 1672 – 17 de junio 1719), por medio de citas de «El espectador» (The Spectator), con Alexander Pope (21 de mayo 1688 – 30 de mayo 1744), por medio de citas de «El rizo Robado» (The Rape of the Lock), o con Jonathan Swift (30 de noviembre 1667 – 19 de octubre 1745), por medio de citas de «Los viajes de Gulliver». Virginia puede hablar con ellos porque fueron escritores y nos legaron su palabra. De hecho, ella lo explicita con total transparencia, aunque como tantas otras ideas en ese denso ponche epistemológico que es la obra, podría pasar desapercibida:
💬 Orlando se entusiasmó, y dio en hacer pedazos las invitaciones sociales; se reservó las tardes, y vivió en la continua expectativa de las visitas de Mr. Pope, de Mr. Addison, de Mr. Swift, etc., etc. Si el lector quiere consultar El rapto del rizo, El espectador o Los viajes de Gulliver, comprenderá precisamente lo que quieren decir esas misteriosas palabras. En verdad, los biógrafos y los críticos podrían ahorrarse todo su trabajo si los lectores escucharan este consejo. Porque al leer:
Whether the Nymph shall break Diana’s Law,
Or some frail China Jar receive a Flaw,
Or stain her Honour, or her new Brocade,
Forget her Pray’rs or miss a Masquerade,
Or lose her Heart, or Necklace, at a Ball.
—sabemos como si estuviéramos escuchándolo, que la lengua de Mr. Pope temblaba como la de una víbora, que sus ojos chispeaban, que su mano se estremecía, cómo amaba, cómo mentía, cómo sufría. En una palabra, todos los secretos de un escritor, todas las experiencias de su vida, todos los rasgos de su espíritu, están patentes en su obra, y sin embargo exigimos comentarios críticos y relatos biográficos. Que haya gente que no tiene nada que hacer es la única explicación de ese monstruoso tumor.
¿La Literatura? ¿La Vida? ¿Convertir la una en la otra?
El capítulo 4 cierra con una de las pocas referencias temporales explícitas.
💬 La pesada tiniebla turbulenta ocultó la ciudad. Todo era sombra; todo era duda; todo era confusión. El siglo dieciocho había concluido; el siglo diecinueve empezaba.
El Roble (o La Encina)
Hacia 1840 (inferido)
💬 Orlando se llevó la mano al seno, como en busca de un medallón o de alguna reliquia de amor perdido, y no sacó ninguna de esas cosas, sino un manuscrito enrollado, manchado por el mar, la sangre y los viajes: el manuscrito de su poema «La Encina». Lo había llevado consigo tantos años, y en circunstancias tan azarosas, que muchas páginas estaban manchadas, algunas rotas, y la carencia de papel entre los gitanos la había forzado a aprovechar los márgenes y cruzar las líneas hasta que el manuscrito parecía un zurcido prolijo. Volvió a la primera página y leyó la fecha 1586 en la antigua letra de colegial. ¡Casi trescientos años que estaba trabajándolo! Ya era tiempo de concluirlo.
Y ya muy posiblemente entrado el siglo XX
💬 —Listo.
Casi la derribó la extraordinaria escena que encontraron sus ojos. Ahí estaba el jardín y algunos pájaros. El mundo proseguía como siempre. Mientras ella escribía, el mundo había continuado. Exclamó:
—¡Si yo me hubiera muerto, hubiera sido lo mismo!
El manuscrito, que yacía sobre su corazón, empezó a latir y a agitarse, como si estuviera vivo, y (rasgo más raro e indicio de la fina simpatía que había entre los dos) a Orlando le bastó inclinarse para entender lo que decía. Quería que lo leyeran. Exigía que lo leyeran. Era capaz de morírsele sobre el pecho si no lo leían. Por primera vez en su vida (…) los seres humanos eran imprescindibles. Llamó. Pidió el carruaje que la llevara a Londres en el acto.
Orlando vuelve a encontrarse con Nicholas Green que, por lo que se ve, también pertenece a los inmortales, y ahora es por fin un escritor de éxito y refinado:
💬 A Orlando le costaba creer que fuera la misma persona. Tenía las uñas limpias, antes medían una pulgada. Tenía el mentón rasurado; antes asomaba una barba negra. Usaba gemelos de oro; antes las mangas en jirones se le metían en el caldo.
Había engordado; pero era un hombre que frisaba en los setenta. Se había pulido: la literatura era una carrera próspera, pero la antigua inquieta vivacidad se había extinguido
Orlando padeció un desencanto inexplicable. Todos esos años había imaginado que la literatura —sírvanle de disculpa su reclusión, su rango y su sexo— era algo libre como el viento, cálido como el fuego, veloz como el rayo: algo inestable, imprescindible y abrupto, y he aquí que la literatura era un señor de edad vestido de gris hablando de duquesas. La desilusión fue tan grande que uno de los botones o broches que sujetaba la parte superior de su traje se reventó y dejó caer sobre la mesa «El Roble», un poema.
Y ahora Green resulta providencial:
💬 Por supuesto, había que publicarlo en el acto.
Orlando no entendió. Siempre había llevado consigo sus manuscritos, en el seno de sus vestidos. El hecho le hizo mucha gracia a Sir Nicholas.
El siglo XX
Los pleitos pendientes de Orlando se resuelven. La sociedad dictamina formalmente que es una mujer. El espíritu del tiempo la presiona para que encuentre un marido y se case, cosa que hace sin perder tiempo una tarde. El capitán Marmaduke Bonthrop Shelmerdine es un marinero obsesionado con cruzar el Cabo de Hornos en mitad de una tempestad. Como Orlando, es sexualmente ambiguo, o quizás más preciso decir, no conforme a los roles binarios que establece la sociedad.
💬 —Shel, eres una mujer —dijo ella.
—Orlando, eres un hombre —dijo él.
En el último capítulo, Orlando ha concluido su libro, lo ha
publicado, ha tenido éxito, está casado con un marido que siempre está
ausente, intentando doblar el Cabo de Hornos en mitad de una tempestad.
Virginia
se entretiene en la descripción de lo debió ser su propio presente, con
el que Orlando, sin embargo, tiene que ponerse al día. La máquina de
vapor, el tren, los coches, conducir, ir de compras a unos grandes
almacenes, un cierto asombro ante una modernidad compleja…
💬 Después entró en el ascensor, por la buena razón de que estaba abierto, y fue proyectada hacia arriba, sin una desviación. Ahora la sustancia de la vida (reflexionó al subir) es mágica. En el siglo dieciocho, sabíamos cómo se hacía cada cosa; pero aquí subo por el aire, oigo voces de América, veo volar a los hombres —y ni siquiera puedo adivinar cómo se hace todo. Vuelvo a creer en la magia.
De alguna manera, Orlando ha entrado en un nuevo estado de consciencia, esta vez sin la brusca transición de un largo sueño, el presente:
💬 ¿Qué revelación más aterradora que la de comprender que este momento es el momento actual?
Ahora que estaba con la mano en la portezuela del coche, el presente la golpeó en la cabeza. La asaltó once veces seguidas.
El estilo de Virginia Woolf en Orlando
Es difícil definir la esencia del estilo con que Virginia se expresa a lo largo de toda la obra. La mejor comparación que se me ocurre es la de una composición musical. Una sonata o una sinfonía. Los temas de la obra van apareciendo poco a poco en las escenas de la vida de Orlando que Virginia describe, y se quedan ahí. Se repiten, en algunos casos de manera muy explícita con una clara voluntad enfática y rítmica; cambian, se transforman, reverberan y se entrecruzan como las diferentes líneas melodías de los instrumentos en una orquesta.
Virginia juega con la ambigüedad de los conceptos y los personajes. Para asimilarlos, a los primeros, los capitaliza y habla de ellos como si fueran los auténticos protagonistas. Amor, Ambición, Amistad, Literatura, Poesía, Memoria, la Providencia, la Franqueza, la Honradez, la Riqueza, la Prosperidad, la Comodidad, El Bienestar, La verdad, La Glawr! A los segundos, los caricaturiza y los reduce a meros conceptos con nombres que se convierten en entidades abstractas Lord C o Mister X.
Virginia está presente en todo momento en el relato, o al menos el narrador, ese biógrafo crítico por medio del cual se expresa. A veces se introduce en la obra, de manera muy explícita por medio de paréntesis o expresiones, interjecciones, con las que juzga los sucesos o sus propias reflexiones. En casi todo momento es Virginia la que nos cuenta lo que dicen unos y otros, y lo que podrían estar pensando.
Pero la técnica de Virginia no es la del narrador omnisciente. Cuando leemos a Tolstoi, el narrador nos introduce en los pensamientos de los personajes mientras transcurre la acción, sabemos lo que están pensando, sin ambages. El narrador es transparente e invisible, y se limita a iluminar todo lo que desea que veamos como si nosotros fuéramos los personajes. En el caso de Virginia, ella está en medio. Es ella lo que estamos viendo, con quien estamos conversando.
Los temas en Orlando
Igualmente imposible resulta poner límites a los temas que Virginia toca en Orlando.
- El sexo y género se alzan como el principal ejemplo de las convenciones y rigores de la sociedad y la bandera del ansia de libertad ser y expresarse de Virginia Woolf.
- Sentimiento de constante incomprensión y constricción por parte de la sociedad. Contradicción, introversión, apertura. Frustración ante un mundo que odias, pero que al mismo tiempo adoras, porque sin ese mundo no existes.
- Vida, muerte, paréntesis del sueño que es de alguna manera morir y se alza como metáfora de las costuras de la memoria y la inmortalidad.
- El lenguaje, inglés, francés, ruso, traducciones. La constante batalla con el lenguaje para expresar la esencia y el ser.
- Literatura, escritura. Crítica a las convenciones de escritores y críticos… Reflexiones sobre el arte y oficio de escribir (escribiré lo que quiera, Libertad)
- Personificación de conceptos. Amor, Ambición, Amistad, Literatura, la Poesía, Memoria, la Musa, la Providencia, La Verdad, la Franqueza, la Honradez, Riqueza, Prosperidad, Comodidad, Bienestar, La verdad,
- La Glawr … Pienso que ni Borges ni Balseiro han sido capaces de captar la pronunciación que Virginia satiriza en el original. O por lo menos, al pensar en ella en español, se diluye.
- El Roble como obsesión, objetivo, como proyecto del yo que será inmortal.
- La naturaleza, descripciones y reflexión de la autora: «Soy la novia de la naturaleza»,
Tiempo, memoria, escritura, inmortalidad.
💬 el tiempo que hace medrar y decaer animales y plantas con pasmosa puntualidad, tiene un efecto menos simple sobre la mente humana. La mente humana, por su parte, opera con igual irregularidad sobre la sustancia del tiempo. Una hora, una vez instalada en la mente humana, puede abarcar cincuenta o cien veces su tiempo cronométrico; inversamente, una hora puede corresponder a un segundo en el tiempo mental. Ese maravilloso desacuerdo del tiempo del reloj con el tiempo del alma no se conoce lo bastante y merecería una profunda investigación.
No sería exagerado decir que salía con treinta años después de almorzar y volvía a cenar con cincuenta y cinco a lo menos. Hubo semanas que le añadieron un siglo, otras no más de tres segundos. En resumen, la tarea de estimar la longitud de la vida humana (no nos atrevemos a hablar de los animales) excede nuestra capacidad, pues en cuanto decimos que dura siglos, nos recuerdan que dura menos que la caída del pétalo de una rosa.
Y entonces trataba de pensar durante media hora—¿o eran dos años y medio? —sobre como formular en pocas palabras y sin rodeos.
¿Por qué no decir directamente lo que uno quiere, sin una palabra de más?»
Mientras tanto la Memoria (cuyas costumbres ya hemos descrito) no dejaba de presentarle la cara de Nicholas Greene…
«Que me abrasen —dijo—, si escribo una palabra más, o trato de escribir una palabra más, para agradar a Nick Greene, o a la Musa. Malo, bueno o mediano, escribiré de hoy en adelante lo que me gusta»;
Si la fama estorba y aprieta, la oscuridad teje una bruma alrededor del hombre; la oscuridad es amplia, sombría y libre; la oscuridad deja que el alma siga su camino.
La búsqueda de trascendencia.
💬 la Ambición, esa energúmena, y la Poesía, esa hechicera, y la Codicia de la Gloria, esa prostituta,
la transacción entre un escritor y el Espíritu de la Época es de infinita delicadeza, y la fortuna de sus obras depende de un buen arreglo entre los dos.
«La fama —dijo—, es como (y desde que no lo atajaba Nick Greene se desató en imágenes, de las que apenas elegimos un par de las más tranquilas) una chaqueta recamada que entorpece los miembros, una cota de plata que oprime el corazón, un escudo pintado que cubre un espantapájaros»
«¡Qué tonta soy! —pensaba—. Nada son la fama y la gloria. ¡Los siglos venideros ni se acordarán de mí ni de Mr. Pope! ¿Qué es un siglo? ¿Qué somos «nosotros»?»
¡La fama! (se rió). ¡La fama!
¡La fama!, repitió.
¡Fama, fama! (Aquí tuvo que refrenar la marcha para atravesar el mercado. Nadie se fijó en ella. Una marsopa en un puesto de pescado atraía más la atención que una dama que había ganado un premio…
La vida
💬 ¿había estado muerto una semana y había resucitado después? Y si así fuera, ¿qué cosa son la muerte y la vida?
la vida no valía la pena de ser vivida.
Todo acaba en la muerte,
La vida, según convienen todos aquellos cuya opinión vale algo, es el único tema digno del novelista o del biógrafo.
Vida, vida, ¿qué eres? ¿Luz o sombra, el delantal de bayeta del lacayo o la sombra de la paloma en el pasto?
¿Qué es la vida?, le preguntamos asomados a la puerta del gallinero. ¡Es la Vida, la Vida, la Vida!
¿La Literatura? ¿La Vida? ¿Convertir la una en la otra? ¡Qué monstruosamente difícil!
«La vida y un amante», murmuró, y yendo a su escritorio, mojó la pluma en la tinta y escribió:
«La vida y un amante» —un verso fuera de metro y que no se enlazaba con lo anterior— algo sobre la mejor manera de bañar ovejas para evitar la sarna. Releyéndolo, se sonrojó y repitió en seguida:
«La vida y un amante».
«¡La vida, un amante!». No: «¡La vida, un marido!»
La vida es sueño. El despertar nos mata. Quien me roba los sueños, me roba la vida.
Vida, vida, ¿qué eres?
¿Qué es la vida?, le preguntamos asomados a la puerta del gallinero. ¡Es la Vida, la Vida, la Vida!, grita él pájaro, como si hubiera oído, y supiera precisamente lo que buscamos.
¡Es la Vida, la Vida, la Vida!
El amor
💬 El amor, lo ha dicho el poeta, es toda la vida de la mujer.
Pero el amor —según lo definen los novelistas de género masculino —¿y quién, después de todo, tiene mayor autoridad?— nada tiene que ver con la bondad, la fidelidad, la generosidad o la poesía. El amor es quitarse las enaguas y… Pero todos sabemos lo que es amor.
El yo (el espíritu humano).
💬 ¡Dichosa la madre que pare, más dichoso aun el biógrafo que registra la vida de tal hombre!
los que ejercen con más éxito el arte de vivir —gente muchas veces desconocida, dicho sea de paso— se ingenian de algún modo para sincronizar los sesenta o setenta tiempos distintos que laten simultáneamente en cada organismo normal, de suerte que al dar las once todos resuenan al unísono, y el presente no es una brusca interrupción ni se hunde en el pasado. De ellos es lícito decir que viven exactamente los sesenta y ocho o setenta y dos años que les adjudica su lápida. De los demás conocemos algunos que están muertos aunque caminen entre nosotros; otros que no han nacido todavía aunque ejerzan los actos de la vida; otros que tienen cientos de años y que se creen de treinta y seis. La verdadera duración de una vida, por más cosas que diga el Diccionario Biográfico Nacional, siempre es discutible. Porque es difícil esta cuenta del tiempo: nada la desordena más fácilmente que el contacto de cualquier arte, y quizá la poesía tuvo la culpa de que Orlando perdiera su lista de compras y regresara sin las sardinas, las sales para baño, o los zapatos. Ahora que estaba con la mano en la portezuela del coche, el presente la golpeó en la cabeza. La asaltó once veces seguidas.
Porque si hay (digamos) setenta y seis tiempos distintos que laten a la vez en el alma, ¿cuántas personas diferentes no habrá —el Cielo nos asista— que se alojan, en uno u otro tiempo, en cada espíritu humano? Algunos dicen que dos mil cincuenta y dos. De modo que es lo más natural que una persona diga, en cuanto se queda sola. ¿Orlando? (si tal es su nombre) significando con eso: «¡Ven, ven! Estoy harta de esta personalidad. Necesito otra»
Muy bien entonces —dijo Orlando, con el buen humor que practica la gente en esas ocasiones, y ensayó otro. Porque tenía muchos yo disponibles, muchos más que los que hemos podido encajar en este libro, ya que una biografía se considera completa si da cuenta de meramente seis o siete, mientras que una persona puede tener tranquilamente otros tantos miles.
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(*) Las citas corresponden, con mínimas excepciones, a la traduccion de Jorge Luis Borges de 1937.